Algunos amigos me han preguntado con ironía por qué ha cambiado el talante optimista de mis opiniones respecto del destino final de este sexenio. Me permitiré ciertas consideraciones sobre mis mudanzas.
1. Al empezar el sexenio (diciembre de 1995) era imposible ser optimista. Las expectativas eran negras. Sin embargo, el Presidente mostró una voluntad tempranera para acordar con la oposición una reforma política. Algunos interpretamos que Ernesto Zedilla había entendido la unión íntima de política y economía y que hay que responderle a ambas.
2. El activismo de Esteban Moctezuma para llegar a acuerdos con la oposición y resolver el conflicto de Chiapas resultaron esperanzadores. El proceso se volvió muy lento y Moctezuma salió de la Secretaría de Gobernación (28 de junio de 1995). Pensé que las causas eran las ``resistencias'' al interior del sistema.
3. En 1995 y 1996 se realizaron más de 30 elecciones locales sin impugnaciones. Incluso se produjo el fenómeno de la alternancia. Yo había observado elecciones fraudulentas decididas desde Los Pinos. Me pareció que Zedillo y Chuayffet lograban imponerse a los caciques y hacer respetar la voluntad electoral.
4. Una reforma constitucional (verano de 1996) estableció las bases de una estructura electoral democrática con el consenso de los partidos. Otro punto a favor de los optimistas.
5. Los países más pequeños de América Latina tienen elecciones limpias. Pero en México se trataba de algo excepcional. Sentí la certeza de que se abría paso la voluntad democratizadora del Presidente.
6. Las elecciones de 1997 ``documentaron mi optimismo''. Fueron limpias y relativamente justas. Rompieron los precedentes: Nuevo León. Querétaro, DF y la mayoría del Congreso para la oposición. Era el equilibrio perfecto para realizar la transición democrática. Pero corrieron los meses y los legisladores y el Presidente se quedaron con las manos vacías.
7. En enero de este año, Zedillo renovó su equipo político. Pero pasó todo el primer semestre y no hubo pacto de reforma. Las partes parecían trabadas y el Presidente jugaba con los tiempos como si tuviera la eternidad por delante. Ni siquiera problemas en fase aguda como el de Chiapas los ha encarado bien. Parálisis angustiosa y medidas cortoplazistas, síndrome adelantado de fin de sexenio.
8. A dos años de las elecciones presidenciales y a 30 meses del cambio de gobierno, Zedillo parece que ha apostado en favor del presidencialismo para ejercer el privilegio supremo: la designación y entronización de un heredero de sus confianzas. Casi estamos seguros que no le importa la transición a la democracia, que carece de visión, proyecto y pasión para realizarla.
9. Veo para los próximos meses tribulaciones: Fobaproa, Banrural, focos guerrilleros, descomposición social. Cargas destructivas latentes.
Los grandes actores políticos y sus comportamientos gozan en el secreto. Los que observamos desde fuera tenemos que interpretar los signos dispersos y contradictorios. Por eso algunos incurrimos de buena fe en el wish full thinking o en el catastrofismo. No quiero pasarme al partido de los pesimistas y regresaría al optimismo si hay señales de cambio en serio. Hoy prefiero el escepticismo nutrido de hechos duros. Un escepticismo sombrío... desafortunadamente.