La Jornada Semanal, 5 de julio de 1998



Carlos Chimal

crónica

Cáscaras del Mundial

Carlos Chimal ataca de nuevo desde Francia 98, resucitando el Coloquio de los Gatos de su segunda entrega. Ahora, los felinos divagan sobre acertijos y rompecabezas cuyas soluciones no dependen del juego sino del punto de vista.

El balón y sus misterios

Buck Rogers activó el celular incrustrado en su oreja y llamó a su diario, el Daily Express, para dar la noticia: ``México derrotó a Alemania en cuartos de final, vengando así el hundimiento del Tritanic. ¡La Tierra cae por fin hacia el Sol!'' Era una mañana de verano del año 2002. En la tercera isla artificial del Japón, a las puertas del estadio donde les dieron un cenicero en la entrada y una bolsa para gritar ``uuleros'', ``ooole'' y ``!gol!'', y luego, ahí mismo, meter los vasos de cerveza, mismos utensilios que fueron recuperados en las salidas, brasileños, holandeses e italianos elogiaban las descolgadas de los cabritos y la diversidad étnica del conjunto nacional...

``No trates de evadirte'', me dice un gato, ``Aquí todo mundo se maravilló por la limpieza de los japoneses en los estadios y del orden con el que comieron Cassoulett y bebieron champaña pero también hay que decir que fueron los puerquitos del Mundial, pues alguna empresa fantasma les ofreció palcos y los llevó al palomar pero de la pantalla gigante en la plaza pública; otros, en su desesperación, compraron boletos de 200 en cinco mil francos, mientras los cirigallos se servían de sus carteras y maletas varias. De paso, van a co-organizar la próxima Copa. Además, tu eurocentrismo no tiene medida. Mira que llamarle Alpes del sur a los Pirineos meridianos... se necesita cara dura, ¿eh? Nomás porque tienes suerte no te clavo los colmillos en los ojos. Eres un pelagatos. No vayas pareciéndote a algunos señores tolosanos, que piensan en Occitania como un escaparate más de las nuevas adicciones.''

``¿Qué dices?'', interrumpe otro gato, quien un minuto antes saltaba tras las golondrinas en la ribera del Garona, ``por ese camino terminarás enarbolando la bandera de tu pueblo y luego la de tu barrio, y entonces habrás encontrado que estás solo. El problema del poder, el narco y la corrupción déjaselo a la justicia, la República es primero.'' ``Humm'', intervino un tercer gato, ``creo que eres puro pájaro nalgón y te sirves de los membretes centralistas para sacar tu tajada. ¿Por qué habría de ser menos importante, por ejemplo, para los vecinos de Saint-Cyprien la sobrevivencia de La Calandreta, una escuela independiente donde se enseña en occitano y en francés, que el futuro nuclear de Francia? Y, quiéranlo o no, tienen que pensar en ambos problemas; por uno casi no pueden hacer nada más que esperar a que en el mercado no les vendan pescados con cadmio en las branquias ni gallinas alimentadas con jugo de siete hormonas. Pero por el otro pueden hacerlo casi todo. No están dispuestos a esperar para realizarse; quieren vivir felices con sus hijos antes de que la República y el juego financiero arrasen con lo que queda.''

Y lo que queda no es mucho, digo yo, pues la ronda final está a la vuelta de la esquina. A propósito, un asiduo a la capilla de San Juan Bautista de la Salle, en la calle del Dr. Roux, a media cuadra del Instituto Pasteur de París, me dijo ayer (aquí entre nos, entre lasallistas): ``El techo de cristal en este mundo de Dios no lo pueden romper tan fácilmente un puñado de entusiastas y picantes jugadores africanos o mexicanos, ¿entiendes? Ni siquiera éstos, que casi superan al maestro (pues, a diferencia de lo que se cree, el estilo al que aspira el mexicano se deletrea en brasileño y se redacta en alemán); no supieron amarrar el 2-0 y, ni modo, mi hermano, el que perdona pierde''.

``¿No es hermoso el balompié?'', agrega el primer gato. Hace que la raza juegue una histórica cascarita en avenida Reforma de la ciudad de México y las derrotas sepan buenas porque se ha caído de pie, como los gatos; deja que los chambones corresponsales coman foie gras y beban vinos rojos de Gaillac cerca de una rubia despampanante, y estén dispuestos a ponerle casa a la tolosana inmigrante del Tchad, con tal de que les lave la ropa y les dé los hijos que, según ellos, les corresponden; invita a los holandeses a vitorear las jugadas de Méssiko y mantiene al francés de la bici MBK y portafolios de piel, frente a la pantalla gigante del parque hasta que cae el gol del empate. El fut es simple y fresco como un helado. Pero no puedes tomarlo todo el día porque te atrofias.''

``A veces es triste'', sentencia el tercer gato, que se había ido detrás de sus recuerdos por la orilla del río Cam, siguiendo el rastro de su ama cuando pasó por allí. ``Esta vez no me encontré con el tunecino de los 20 kilos de pines, botones, banderines, camisetas y cuernos, tetas y cangureras, toda clase de recuerdos de los Mundiales desde Chile 62, cuando su padre, un próspero comerciante ligado a un funcionario corrupto, antes de que lo llevaran a la cárcel lo mandó en un tour por América, que incluía juegos de la Copa Jules Rimet. Desde entonces viaja errante por el mundo alimentando gatos de orejas blancas, como yo, y coleccionando nuevos souvenirs, como el preservativo oficial con cabeza de Footix, las tarjetas telefónicas de las ciudades sede y el timbre redondo, sin olvidar el `te recordaré' de alguna morenita. Esta no fue, por fortuna, la Coupe sino la Croupe du Monde. Tampoco vi a Marco Antonio y su matraca de Tonalá, ni al valiente labrador de la cadena Fox, con sede en Miami, ni a Manolo Negrete y sus invitados del norte, ni pude colarme en el palco de los periodistas del sur, como aquella tarde en Chicago, cuando Pelé me saludó, al confundirme con el gato de Devonshire. Pelé se dio cuenta enseguida pero no le importó y seguimos conversando alegremente. Luego me confesó lo que había descubierto después de todos estos años entregado al deporte de las patadas: `Nada es constante excepto el cambio'.''

``Para ustedes es una ilusión'', dice el primer gato, ``pero para mí los chinos son una realidad. No hay nada que hacer. Y lo mejor de todo es que van a sustituir sus bicicletas por automóviles. Por eso mejor recordaré la invención de los rompecabezas, que hacen más llevadero este mundo, al que se le acaba el XX.

''Según una leyenda, hace cuatro mil años vivía en China el emperador Yu. Un día, mientras paseaba por el lago de Poyang, descubrió en el caparazón de una tortuga una retícula y en cada cuadro cierto número de puntos. Tomó con su manos a la criatura y la acercó a su vista. Luego de un examen detenido descubrió que la suma de cada hilera de puntos era la misma, sin importar que se tratase de filas verticales, horizontales o diagonales. La tortuga se convirtió en un ser apreciado en la casa del emperador Yu, quien era un conocedor de Lo Shu, es decir, aficionado a jugar con series numéricas. Pronto el pueblo comenzó a usar réplicas de la tortuga como amuletos; las llevaban colgadas en el cuello o talladas en piedra, en una mano o dentro de un bolsillo.

''Un día, alguien le llevó al emperador una versión de Lo Shu plasmada en la realidad. Dos piezas de madera idénticas formaban una cruz. El súbdito del emperador le pidió que tratara de deshacer la cruz, cosa que no parecía muy difícil. Pero lo intentó una y otra vez, en vano, pues las piezas se encontraban firmemente unidas. Sólo había una manera de hacerlo, y para ello el súbdito colocó la cruz sobre una mesa y la hizo girar. `Si no se da vueltas', dijo el desconocido, `jamás se abrirá, por mucho que se rompa uno la cabeza, ya que en su interior hay dos huesecillos escondidos, bien pulidos y redondos, que limitan el movimiento de los pasadores y mantienen unida la cruz'.

''Fue así como el emperador Yu entendió por qué los números pares de Lo Shu se relacionan con el Yin (la fuerza femenina del universo) y los números nones con el Yang (la fuerza masculina), de manera que jugar signifique una penetración real, dura como el caparazón de la tortuga, simétrica como los puntos que descubrió el emperador, y vasta como un cuadrado de tercer orden, nueve pajareras donde volarán libres todos tus amores.''

``¿Y qué te parece el juego especular con partes de animales y humanos?'', dice el segundo gato. ``Ese ha sido uno de los acertijos favoritos de los tiempos modernos. Aparece ya en un relieve de 1290, en la catedral de Rouen: dos hombres que pueden verse tanto horizontal como verticalmente conforman en realidad cuatro figuras humanas con ciertos rasgos femeninos. Una pareja de perros cansados se volverán activos si añadimos apenas unas líneas al diseño; un burro cabizbajo y su acongojado jinete reanudan el camino a galope si se agrega una tira inesperada.

''Variantes de estos rompecabezas aparecieron en Europa y Norteamérica a fines del siglo XIX, en los que también cuatro enanos se convierten en uno y donde una tormenta en las nubes revela el perfil de un hombre barbudo y bondadoso. Un acertijo muy interesante es el bucéfalo de Alejandro Magno, que apareció en París en los años veinte y que aún puede encontrarse en una esquina del centro de Montpellier y en el mercado de pulgas de la Puerta de Clignancourt, cuya solución no está en el ensamblaje de las piezas mismas sino en la silueta que deben de proyectar cuando se acercan a cierta distancia.''

``Si de orientales se trata'', concluye el tercer gato, ``puedo decirte que, gracias a ellos, los mortales que nacieron para correr detrás de una pelota tendrán una nueva oportunidad de convertirse en semidioses dentro de cuatro años.''