La Jornada 8 de julio de 1998

DIOS ES REDONDO Ť Juan Villoro

Los pararrayos

Enviado, París, 7 de julio Ť Este Mundial premia la insistencia. Sus cosas más valiosas están en el último cajón. Baggio, Hernández, Bergkamp, Davids, Bierhoff y Blanc ya habían demostrado que los goles decisivos caen a deshoras, y ahora Kluivert le empató a Brasil cuando los fanáticos holandeses ya pensaban en revender sus boletos para la final. La Naranja Mecánica siguió en la Copa del Mundo, pero sólo por media hora. El 1-1 se mantuvo en el tiempo de compensación y llegaron los penales, algo tan honorable como resolver un duelo de esgrima diciendo: ``vamos por las bazukas''.

En Marsella la porra brasileña fue un psicodrama de dos horas. Si alguien no baila es porque está en trance y si no insulta es porque aún no deja de aullar. El entregado espectador mexicano se asombra ante el colérico afecto con que la torcida trata a su equipo. Según Chico Buarque, estas tensiones se deben al gigantismo del Maracaná. El estadio dio demasiada importancia a las tribunas y los jugadores se convirtieron en una miniatura. La ``cuarta pared'' que en el teatro representa la división entre los actores y el público se volvió infranqueable. A esto atribuye Buarque el fracaso de Brasil en la final en Maracaná y los triunfos en estadios donde las tribunas son menos decisivas. Al respecto, basta ver el caso de Bebeto. En Maracaná hubiera ido de la cancha a una farmacia por Valium. Aunque lleve tres goles en el Mundial y aplauda como escolar a quienes le mandan los pases que él falla, la abrumadora torcida quiere a Denilson. La porra brasileña no gasta energías en los rivales y se concentra en victimar a los suyos. Los insultos son las vitaminas de sus héroes. ``¿Cómo jugar sin la escatología luso-brasileira, sin las obscenidades que dinamizan, que transfiguran, que iluminan a los jugadores?'', se pregunta Nelson Rodrígues. Las invectivas contra Bebeto sólo se acallan para agraviar a Dunga o a Zagallo. No es raro que tengan tan mal carácter que ya sólo asustan cuando sonríen.

También Pelé ha contribuido a encender a la porra. En su opinión, Dunga debería ser sustituido por Denilson. El Rey está obligado a ser un modelo de cortesía para no ofender los variadísimos intereses de sus patrocinadores, pero no deja lugar a dudas respecto a Zagallo: su alineación le parece inspirada en el pánico. En la oncena mundialista escogida por Pelé sólo hay un brasileño, Cafu, quien ayer fue sustituido por Ze Carlos. Por cierto que el viaje a Francia de este lateral parece un acto de propaganda. Los cuatro jugadores mejor pagados del mundo son Ronaldo, Denilson, Rivaldo y Roberto Carlos (en ese orden), pero juegan con alguien que casi califica como fracasado. Ze Carlos debutó en primera división a los 28 años, hace apenas un año. Fue vendedor de sandías y compró su primer traje para ir a Francia. Una historia perfecta para humanizar la millonaria samba de Brasil.

La final queda a once metros

Davids, Kluivert y Frank de Boer dieron un partido de excepción, sobre todo en la segunda parte cuando, para asombro de la cultura occidental, Brasil jugó al contragolpe y Holanda mostró el espíritu de lucha que le faltó en otros Mundiales. La Naranja Mecánica llegó a Francia como el equipo mejor afeitado, el más presentable, pero no el favorito. Ayer hicieron todo lo posible para negar su fama de elegantes perdedores. En gran medida, esto se debió al apoyo de su gente. Al ver a esos hombres pálidos en camisetas naranjas, uno piensa que se quedarán inmóviles, confiando en que sus colores hagan ruido. Pero llevan tambores para tocar marchas de opereta y todavía tienen oídos para sus teléfonos celulares. Entre las escenas indelebles de este Mundial de fin de siglo no puede faltar la del holandés con un sombrero de hule estilo Napoleón que habla por teléfono sin interrumpir sus gritos de guerra.

Cuando llegaron los penales, los brasileños hicieron del silencio una plegaria y los holandeses vieron el campo con insólita concentración, como si le hubieran ganado un terreno al mar con la mirada y un parpadeo pudiera atraer las aguas de Marsella.

Con los nervios y los músculos deshechos, es casi imposible reunir a cinco buenos tiradores. El tema es qué guardameta saca mejor provecho del cansancio ajeno. Como tantos porteros brasileños, Taffarel tiene manos vacilantes y despeja con deslucidos puntapiés. Pero se quedó con dos penales en las manos que valieron el pase a la final. ``En los penales, el portero es para los demás jugadores como un loco para la gente normal. Es el pararrayos'', afirma Schumacher, ex portero de Alemania.

Taffarel jugó con unos botines verdes que ratifican que los porteros son los lunáticos de la contienda. Las rarezas que debilitan a otros jugadores, le van bien a los solitarios del área chica.

Brasil suele ganar con sus relámpagos. Ayer ganó con su pararrayos.