Eduardo Montes
DF: celebrar y reflexionar

La victoria electoral que hace un año llevó a Cuauhtémoc Cárdenas a la jefatura del gobierno de la capital del país es algo para recordar y celebrar. El 6 de julio de 1997, las fuerzas democráticas y de izquierda y cientos de miles de ciudadanas y ciudadanos (hasta sumar un millón 860 mil) derrotaron en las urnas al partido oficial; dieron un impulso consistente a la transición democrática, y con el lema una ciudad para todos, abrieron las puertas a una etapa esperanzadora. Así, hay motivos sobrados para festejar esa fecha, pero no para ninguna variedad de triunfalismo o autosatisfacción. Lo que se impone hoy, por encima de todo, es la necesidad de reflexionar fríamente sobre la breve etapa del primer gobierno electo en el Distrito Federal y dar respuesta a algunas preguntas, la más general de ellas: ¿el nuevo gobierno satisface ya las esperanzas de cambio que llevaron a casi dos millones de personas a sufragar por Cárdenas y todos los candidatos del PRD?

Es breve el plazo para que alguien saque una conclusión definitiva. Las afirmaciones descalificadoras de los dirigentes de PRI y PAN sobre el particular, por supuesto no pueden ser tomadas en cuenta para un balance serio, pues ellos siempre estarán en contra del gobierno del PRD, acierte o se equivoque. Sin embargo, y esto sí importa, poco a poco se extiende un sentimiento de insatisfacción, que puede llegar al desencanto, entre quienes apoyaron decididamente a Cárdenas y votaron por él. Algo o mucho parece no marchar bien y sería completamente erróneo cerrar ojos y oídos frente a ese estado de ánimo que incluso se refleja en sondeos de opinión y puede percibirse sin muchas dificultades.

Ciertamente fueron muy grandes las ilusiones de cambio provocadas por la victoria electoral del 6 de julio, pero nadie esperaba milagros; hay conciencia de la magnitud y complejidad de la desastrosa herencia dejada por los gobiernos priístas. Problemas como los de la inseguridad pública, la corrupción extendida en gran parte de la administración, el burocratismo agobiante, las relaciones perversas del gobierno con la sociedad, mediatizadas por poderes mafiosos, como en algún momento lo diagnosticó Cárdenas, no pueden ser resueltos en seis meses pero ni siquiera en un trienio. Tampoco es posible la solución en plazo breve del deterioro ecológico, del desorden del transporte o el desperdicio de agua y otros problemas semejantes.

Sin embargo, sí se esperaba un nuevo estilo, una nueva forma democrática de gobernar, que pusiera en movimiento la formidable energía social del 6 de julio, buscara nuevas formas de gestión colectiva para enfrentar los graves problemas de la ciudad, imposibles de resolver sin un fuerte respaldo social. No se puede, por ejemplo, enfrentar a los capos de los pequeños poderes ocultos pero con existencia real en la ciudad, sin el apoyo político de la sociedad; es imposible ponerle fin al desperdicio de 43 por ciento del agua que llega a la ciudad sin concientizar a millones de habitantes. Y no se trata sólo de lo que puede quedar plasmado en la legislación de participación ciudadana, erróneamente aplazada por la mayoría perredista en la Asamblea, sino de iniciativas de movilización y participación social, de comunicación del gobierno con los gobernados. Hubiera sido bueno un mensaje de Cárdenas en los días de grave contingencia ambiental o en otras ocasiones necesarias, que no han faltado.

Hasta el momento, sin embargo, el nuevo equipo de gobierno parece dominado y conforme con la idea de sólo administrar con eficiencia y honestidad lo ya existente. Eso sería ganancia pero es insatisfactorio; puede, además, llevar a la autocomplacencia, al rutinarismo, y a la renuncia a emprender iniciativas audaces para materializar hasta donde es posible hoy la meta de construir una ciudad de todos y para todos.

En todo caso es evidente la necesidad de reflexionar sobre el desempeño del gobierno de Cárdenas. No es un asunto sólo de los funcionarios de gobierno o de la dirección del PRD, sino también de los ciudadanos, quienes deben reivindicar su derecho a vigilar y controlar los actos del gobierno que eligieron en las urnas. No hacerlo, alentará la indiferencia y el desencanto que ya estuvieron presentes en el desangelado acto organizado por el PRD para conmemorar la victoria del 6 de julio, además de otras consecuencias políticas indeseables.

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