Jordi Soler
Un partido con su majestad

Desde temprano, la servidumbre del palacio de Buckingham había dispuesto varias filas de canapés, platillos con frituras y una tina de hielo con botellas de champagne para rociar el triunfo de la selección inglesa. La tina era el cuerpo de un cisne con baño de oro, de la rabadilla, que era un mechón dorado de plumas, colgaba un trapo blanco con las iniciales HMTQ, que a la hora del triunfo cumpliría con la función de arropar las botellas. Los detalles se conocen porque un reportero del Centinel, rotativo inglés de tendencia izquierdista, logró colarse vestido de mesero el día del encuentro. No está demás aclarar que las iniciales HMTQ quieren decir Her Majesty The Queen. Un rumor muy difundido en los corredores de palacio dice que la ropa interior del príncipe tiene bordadas esas mismas iniciales.

La familia fue citada, como ordena el protocolo, con tres días de anticipación. En cambio los invitados, tres o cuatro cuando mucho, recibieron el sobre siete días antes; les fue entregado en la mano por un valet de pelucón blanco, que bajó de un carro que había hecho el trayecto desde Buckingham, tirado por seis caballos, que procuraban no hacer caso de los automóviles y los autobuses de doble cubierta que pasaban rozándoles con corvejones. El cantante Elton John fue descartado de la lista, uno de los asesores de cámara de la reina opinó que estaba demasiado ligado a la memoria de Lady Di. ``Pero un cantante tendrá que haber'', opinó otro de los asesores, pensando en la alineación de las fiestas de la realeza, que tradicionalmente cuentan con un juglar. ``Mick Jagger'', dijo otro. La reina no dijo una palabra; sus asesores, acostumbrados a su parquedad, entendieron inmediatamente que el cambio no le molestaba. Mr. Jagger recibió la invitación. El valet, procurando no mostrar la emoción que le producía estar frente a la estrella, dijo, rascándose el costado derecho del pelucón, que necesitaba una respuesta inmediatamente. ``Acepto'', dijo el cantante.

El salón quedó listo 15 minutos antes del partido, los invitados entrarían cuando faltaran 10, la familia a los cinco y la reina 60 segundos antes del silbatazo inicial. El televisor estaba debidamente camuflado dentro de una cómoda victoriana para no atentar demasiado contra el ambiente del salón.

Los invitados entraron puntualmente y fueron acomodados según el plano, que, de acuerdo con los informes del reportero del Centinel, era rígido y escrupuloso. Mr. Jagger no apareció, ``por suerte'', añadió el reportero, ``porque le había tocado, no sabemos si a propósito, junto al ministro de Educación''. Cinco minutos antes del encuentro apareció la familia real, ataviada con prendas para las grandes ocasiones. Príncipe consorte, hermanas, cuñados, el príncipe y sus dos delfines. Los tres invitados que había se levantaron en cuanto oyeron el bastonazo en la duela que anunciaba la entrada. La familia también se sentó según las indicaciones del plano, que en términos generales decía que en medio iba el sillón de la reina, enorme, victoriano y tapizado de rojo, y junto a ella, uno de cada lado, los delfines; el resto iba detrás.

Uno de los ayudantes encendió el televisor, nadie hablaba, iba contra el protocolo. Como los miembros de la realeza suelen estar expuestos a emociones intensas, procuran no emocionarse cuando el asunto no es de trascendencia universal; algo así como los alpinistas que al alcanzar la cumbre del Everest ni sienten nada ni hacen gestos, para no gastar las energías que les harán falta en el descenso. La reina entró, precedida por tres bastonazos, 60 segundos antes del silbatazo inicial. Sus súbditos la recibieron de pie. Los crujidos de su crinolina acompañaron su caminata hasta el sillón. Antes de sentarse palmeó la cabeza de uno de sus nietos; el pelucón del delfín liberó una humareda de talco.

El partido comenzó. El príncipe se agachó por un canapé y el periodista, desde su privilegiada posición de mesero, observó que el resorte de sus calzones estaba efectivamente bordado con las iniciales HMTQ. Cuando el árbitro anuló el gol de Campbell, nadie se atrevió a comentar nada porque la reina, como es su costumbre, observaba en silencio eso que empezaba a tener el aspecto de una tragedia nacional. Perder contra Argentina era un asunto grave. Terminado el medio tiempo, las cámaras de televisión enfocaron en la tribuna al invitado que faltaba. Mr. Jagger, un poco atribulado por la actuación de su equipo, comentaba con alguien, en close-up mundial, los pormenores del partido. Nadie abrió la boca durante los 15 minutos de descanso. Los meseros ofrecieron canapés en silencio. El valet del delfín, que había recibido las palmadas, limpió unas motas de talco de la nariz del señorito. El resto del partido transcurrió en medio del mismo silencio. Nadie dijo una palabra, ni siquiera en el momento en que la derrota de Inglaterra era un asunto irreversible. El televisor fue apagado cuando el invitado ausente se llevaba las manos a la cabeza, en otro close-up universal. La reina rompió el silencio, dijo en voz baja: ``No está nada bien''; y después de tres bastonazos, abandonó el salón haciendo ruido con su crinolina.

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