El quinto Festival Cinematográfico de Verano de la Filmoteca de la UNAM presenta actualmente en la sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario, en el Cinematógrafo del Chopo, en una sala de la Cineteca Nacional y en nueve salas de la cadena Cinemex, 12 largometrajes, algunos muy recientes, otros verdaderos rescates de obras que podía pensarse nunca se exhibirían en México, por desinformación o indiferencia de las distribuidoras, o por una promoción aún insuficiente del cine francés en México por parte de los organismos culturales interesados. Entre las cintas desdeñadas para su exhibición comercial figura una, muy importante en el cine francés de los noventa y en la trayectoria de su director André Techiné: Los juncos salvajes (Les roseaux sauvages), de 1994, ganadora en Francia del premio Cesar a la mejor película del año, por encima de Rojo, de Kieslowski.
La película se exhibió con éxito de público y crítica en Estados Unidos, hace dos años, con el titulo de Wild reeds, y hoy circula en video. De Techiné se proyectó el año pasado en México una cinta excelente, Los ladrones (Les voleurs), pero aun así la difusión del cine de este realizador es todavía muy lenta. Sería interesante revalorar Souvenirs d'en France (1974), Barroco (1976) o Las hermanas Bronte (1979); exhibir El lugar del crimen (1986), Los inocentes (1987), o la muy cáustica No me gusta besar (J'embrasse pas, 1992), donde Philippe Noiret se enamora de un prostituto recién llegado a París de provincia, y cuya anécdota es pretexto para una sutil parábola acerca del poder intelectual, el sometimiento sexual y la inocencia perdida. De André Techiné decía el escritor Roland Barthes: ``El ha instaurado en el cine un nuevo arte novelístico. En sus películas está presente la novela, no como género narrativo, ni como psicológico, sino sencillamente como una necesidad de lenguaje''.
En Souvenirs d'en France, de 1974, título que es juego de palabras, Recuerdos de Francia/ Infancia, el realizador elaboraba, a través de la crónica de una familia de inmigrados españoles, un estupendo recorrido por la historia de Francia, de la época del Frente Popular, 1936 a 1973. En Los juncos salvajes, Techiné retoma la evocación histórica, la confunde con la auto- biografía sentimental, y describe con trazos vigorosos un cuadro costumbrista de la provincia francesa, en 1962, durante la guerra de Argelia, con los enfrentamientos ideológicos entre quienes cuestionan la presencia colonialista -en su mayoría socialistas y militantes del Partido Comunista- y quienes reafirman los valores nacionales, los nostálgicos del trinomio conservador patria-familia-Estado, deseosos de engrandecer a la nación mediante el sojuzgamiento de otros pueblos. En un contexto social donde continuamente se entrecruzan heroísmos individuales y mezquindades colectivas, Techiné presenta la historia de un despertar sexual, el del joven Francois (Gael Morel), que descubre sus inclinaciones homoeróticas, y su conflicto con el objeto principal de su deseo, Serge (Stpéhane Rideau), quien luego de aceptar en los hechos sus avances, procede a desalentarlos cortésmente. Maité, novia de Francois (la excelente revelación Elodie Bouchez), es a su vez cortejada por Serge, y esto completa un cuadro al estilo Jules y Jim (Truffaut, 1961), con un fondo de culpa sexual y confusión sentimental, que es a la vez un reflejo de la confrontaciones y animosidades políticas que vive entonces la sociedad francesa. Los personajes secundarios acentúan la dimensión política: una maestra comunista vive la culpa del joven enamorado suyo que acabó muerto en Argelia, un estudiante hosco y resentido se deja seducir por el terrorismo de la ultraderecha (ecos de El pequeño soldado, de Godard, 1960). En una escena notable, Francois busca en el pequeño pueblo otra persona cómplice de su sentimiento de culpa sexual, y la encuentra en un comerciante maduro que desde hace años vive con su pareja masculina, en el disimulo y en el silencio. La impotencia compartida en esa provincia tan hostil a sus inclinaciones, el afán incontenible de Francois de exponer ante la novia, el amigo o el interlocutor temeroso su sensibilidad lacerada y su impulso sexual, a la vez culpable e irreductible, todo esto André Techiné lo describe intensamente, como una confesión íntima, como un recuerdo de adolescencia. Los juncos salvajes es una página autobiográfica de esa novela fílmica que, como lo señalaba Roland Barthes, es en Techiné una verdadera necesidad de lenguaje.