La Jornada Semanal, 12 de julio de 1998



Carlos Chimal

crónica

Cáscaras del Mundial

Las cáscaras metafísicas de Chimal llegan este domingo a su final; pero, antes del triste retorno, se lanza a fatigar la Ciudad Lux para confirmar lo que la Rayuela de Cortázar nos anunció: París es un laberinto.

Rob@Cup

Uno también debe pensar con los pies cuando está en París, dijo Balzac, así que me puse a caminar. ¿Qué hacen los fanáticos del balompié cuando se les acaba el Mundial? Un argentino viaja a Toulouse para visitar la casa donde nació Gardel y comprobar que, en efecto, el bolero, como el futbol, tienen algo del ciragallo del Segundo Imperio francés; dos daneses andan por las calles húmedas de un día gris, preguntándose si encontrarán boletos para el estreno de Escalator over the Hill, de Carla Bley, en la Cité de la Musique; tres mexicanas van a las islas griegas a encontrarse con Icaro McDonald's; ``nada que ver con el nuevo local de Campos Elíseos'', aseguran, ``aerodinámico, poca madre, no te lo acabas'', y luego se largan a la pamplonada. Cuatro alemanes están de acuerdo: París bien vale una misa. Cinco robots en la Villette se preguntan: ¿dónde quedó el balón?

Hay quienes se van por los pasajes cubiertos, donde se cultivó el arte de la apariencia a lo largo del Imperio, la Restauración y la monarquía de Juillet. Fueron testigos del reinado del bonapartista y bohemio Luis Felipe, del desarrollo del catolicismo liberal, la proliferación de un proletariado hundido en la miseria y del nacimiento de un socialismo feroz. Los pasajes declinaron con la inauguración de los grandes almacenes como Le Bon Marché pero no desaparecieron. La burguesía parisina se volcó hacia las tiendas del Louvre y no olvidó su viejo amor, alimentado de hierro y vidrio. Tampoco el pueblo abandonó el gusto por el juego de intimidades, pudor y erotismo que se respiraba en los pasajes cubiertos. Aquí, dice Walter Benjamin, las mujeres se miran a sí mismas más que en ninguna otra parte, y no les falta razón, pues todos conocen la particular belleza de las parisinas. Antes de que un hombre alcance a admirarlas, ellas ya han volteado a verse en el primer espejo que les quede a modo.

Los dueños vivían en los pequeñísimos departamentos arriba de sus negocios, un café, un taller, junto a unos baños públicos o una escuela de funámbulos; Daudet en Nouma Roumestan (1881) y Céline en Mort ˆ Crédit (1936) retratan algunas de estas vidas. Las galerías Colbert, entre las calles de los Petits-Champs y Vivienne, y, enseguida, el pasaje Vivienne, entre esta calle y la Banque, así como el Jouffroy, entre la avenida Montmartre y Grange-Batelire, sin olvidar el Verdeau, que empieza en Grange y sale hacia Faubourg-Montmartre (calle favorita de Manuel Gutiérrez Nájera, aunque nunca estuvo en ella) son, como propone Benjamin, la realización de un antiguo sueño de la humanidad : el laberinto. En las calles parisinas del Segundo Imperio se cruzaban las tinieblas, la maquinaria ordinaria trabajaba con rapidez y era sanguinaria; en cambio adentro del pasaje el vago dejaba de ser cualquier truhán y tenía la delicadeza de no consumar su fechoría en forma descarnada y sin imaginación. Por el contrario, era un mago del espacio estrecho.

Otro pasaje célebre es el de los Panoramas, entre Saint-Marc y el boulevard Montmartre, donde se instalaron las primeras lámparas de luz de gas públicas. Su principal atractivo era la proyección de escenas espectaculares (la Acrópolis de Atenas, por ejemplo) en una plataforma móvil, apoyada en pivotes y sobre un riel, capaz de transportar a 350 personas. La realidad virtual que admiró Balzac y sacudió a Chateaubriand, como él mismo lo confesó, era producto de un efecto que se conseguía mediante un enorme lienzo circular y colocando a los asistentes en el centro; para ello tenían que formarse debajo del gran cilindro y subir por una escalera de caracol. Todo esto creaba expectación entre los espectadores. El éxito fue inmediato. En pocos meses había ya diafanoramas, navaloramas, estereoramas y cicloramas, ``un panorama dramático'', ironizó Balzac. La maquinaria en rama, como él mismo la llamó, mantuvo ese delicado equilibrio entre el arte popular y refinado por el nuevo siglo y las licencias sociales heredadas del Imperio.

En los pasajes cubiertos Baudelaire descubrió que, al mirar a través de los techos de cristal, la carta estelar era en realidad una explosión de linternas para Eurídice. Baudelaire también encontró en los pasajes al hombre del montón. En medio de la calle, como aún hoy puede verse, se pavonea el dandy de la Restauración, el petimetre durante los sucesos de 1830, el cirigallo de la posguerra y el azotacalles de Les Halles de l998, que nunca interrumpe su camino sin sentido y siempre va partiendo plaza con su pecho de gallo, lo cual, según Baudelaire, le concede una cierta superioridad. Por su parte, los surrealistas que se reunían en el café Certa del pasaje de la Opera iban ahí a admirar el firmamento en el caldo negro de un café y a evadir, decía Jules Renard, la ``asnería'' humana que andaba suelta en las calles de París.

El domingo es un día propicio para jugar una cáscara, no importa si es en el estadio de Francia, en los jardines de La Villette o en una mesa de billar, ni tampoco si los jugadores son semidioses, gladiadores de Sonia Rykiel o robots. El estadio está en Saint-Dennis, muy lejos de mi bolsillo; la tienda de Sonia no abre a estas horas, de manera que caminé por la Villette mientras se decidía la última corona del siglo. Situada al noreste de la ciudad, en antiguos mataderos y molinos, la Villette es hoy un complejo cultural y recreativo cuyo símbolo es la Géode, la enorme esfera geodésica que se posa como un balón en una fuente de agua frente a la Cité des Sciences. En el interior de la esfera hay una pantalla de 180¡ para ponerte a girar. Además, durante estos últimos días se ha celebrado en las instalaciones del museo el segundo torneo de robots futbolistas, luego del éxito en Nagoya (1997).

Esta vez se inscribieron más de 60 equipos de 19 países de los laboratorios privados y universitarios más importantes en inteligencia artificial e informática. En el año del robot (pues 1998 es el año que Isaac Asimov eligió para dar inicio a sus relatos fundacionales de la literatura cibernética, Yo, Robot) docenas de ingenieros electrónicos, programadores, técnicos y cientos de curiosos se han reunido, unos para admirar el futbol por telepatía, y otros a resolver un problema científico: ¿cómo surge la inteligencia colectiva?, ¿cómo puede dotarse a un robot de verdadera autonomía para que decida la mejor estrategia en la defensa, el pase y el tiro al arco? El asunto ya había sido planteado hace 15 años con el ajedrez controlado por computadora. No obstante, mientras que en éste los jugadores actúan por turnos, en el futbol los robots cascareros deben reaccionar simultáneamente, en tiempo real y en un espacio donde el movimiento es constante. Dotados de cámaras de video y de radiocomunicadores, las decisiones deben tomarlas entre todos. El propósito del juego es sencillo, meter un gol, pero el entorno es impredecible e incluso hostil, pues el otro equipo se las arreglará, dentro de los límites permitidos, para perturbar nuestra estrategia.

Los robots son autónomos y sólo dependen de los algoritmos o serie de órdenes que el programador escribió en su memoria antes de iniciar el juego. Se miden en categorías de 4.5, 7.5, 15 y 50 cm. No tienen una figura atlética o espigada, como Roberto Carlos y Rivaldo; más bien parecen tanques parchados con llantas anchas o ruedas giratorias, con celdas sensoras en la panza, un montón de cables apretados en el breve tronco, cámaras de video como patas de araña y una computadora tipo libreta en la cabeza. Sony presentó una nueva mascota, un perro de plástico y metal que será el sueño o el tormento de los chicos en próximos años, dependiendo de cómo cohabite cada uno con su máquina. Aun así, la Robocopa 98 despertó entusiasmo entre las masas de muñecos que hicieron la ola gracias a un reloj electrónico en sus plateas. Cada vez que un Owen, un Bergkamp o un Cuauhtémoc cibernético anotaba, arrancó fuertes aplausos y exclamaciones entre los humanos que visitaron el lugar porque todos sabían que estaban asistiendo a un acto inaugural en la simbiosis entre los seres humanos y las máquinas.

Hoy, lo que Bebeto y Ronaldo hacen sin pensar a los robots les toma una eternidad. Los futbolistas cibernéticos se quedan pasmados frente al balón pero nos sorprenden porque nos hacen sentir, al menos por un instante, que poseen una especie de vivacidad propia. Sin duda, en algún futuro no muy lejano los robots ejecutarán tareas hasta hoy impensables. Serán los corresponsales de guerra, los bomberos y los pepenadores de la basura radiactiva, y ayudarán a conquistar otros mundos. Para ello han nacido los cybiontes, término acuñado por Jo‘l de Rosnay, director de innovación de la Cité des Sciences et l'industrie, y autor de numerosos libros sobre la ciencia, la tecnología y la sociedad. Cuando platicamos del evento, me dijo: ``Esta competencia muestra cómo las condiciones técnicas de la simbiosis entre el ser humano y el macro-organismo social están avanzando con sorprendente rapidez. Las interfases bióticas, el cyberespacio, todo tiende a crear un cerebro planetario. Poco a poco, como en un equipo de futbol, los seres humanos que partieron de sus músculos y se apoyaron en sus utensilios y máquinas, están generando una inteligencia colectiva que evoluciona y ha dado origen a un nuevo ente planetario: el cybionte.''

Luego caminé hacia la Cité de la Musique, siguiendo los pasos de los daneses que habían escogido el estreno de la ópera Escalator Over the Hill, por Carla Bley y sus cuates, para terminar la tarde. Una vez adentro, me tiré en la duela de la sala, con las piernas hechas trizas, y pensé en toda la gente que había estado subiendo y bajando escaleras ese día, como el público en Saint-Dennis al abandonar el estadio y los paseantes de la Villette, escaleras para llegar al concierto frío y calculador (how we miss you, Frank Zappa!), para ir a las canchas de los robots y a los talleres-laboratorios de los grupos participantes. Escaleras rojas de metal para admirar la esfera de plata, escaleras neumáticas en el Argonauta, de cristal en el Palais Royal, escaleras eléctricas, de granito, de piedra, escaleras de caracol que te llevan a ninguna parte, escaleras para cruzar el canal. Escaleras para alcanzar a tu pareja o para esquivar a tu enemigo. Escaleras de seguridad. Escaleras para remontar el camino una vez concluidas las acciones. Entonces sólo nos resta decir Dewa mata, que en japonés significa ``hasta la próxima''.