Héctor Aguilar Camín
Del ogro filantrópico al oso dadivoso
En cuanto alguien se acerca a mirar las finanzas públicas del Estado mexicano el ogro filantrópico del que hablaba Octavio Paz se vuelve en realidad un oso dadivoso. Se trata de un Estado botarate, farol de la calle y oscuridad de su casa, que gasta mucho más de lo que cobra. El rasgo más acusado de este engendro institucional, especie de señorito criollo dilapidador de fortunas heredadas, no es que gasta mucho, sino que cobra poco, muy por debajo de sus posibilidades y obligaciones.
El oso dadivoso aplasta en unos ámbitos y es ligero hasta la inexistencia en los demás. Es leonino en el cobro de algunos bienes y servicios. Por ejemplo, la gasolina, que sin justificación alguna de mercado cuesta hoy lo mismo que antes de la caída de los precios del petróleo. Por ejemplo, en los impuestos a productos que siguen considerándose suntuarios, como el automóvil y el teléfono. Por ejemplo, en lo que cuesta de impuestos crear y sostener un empleo dentro de la economía formal. El oso ha sido terrible también en gastarse los ahorros, las pensiones, de dos generaciones de trabajadores mexicanos. Donde pisa, aplasta. Pero pisa en pocas partes.
Es del todo filantrópico e inexistente en el cobro de otras cosas. Por ejemplo, no cobra impuestos a una tercera parte de la población económicamente activa que está en la economía informal. No cobra impuestos tampoco a los salarios bajos de la economía formal, es decir, a buena parte de los asalariados. No cobra impuestos sobre alimentos ni medicinas. En consecuencia, tiene una de las bases tributarias más bajas del mundo, equivalente a 15.6 por ciento del producto interno bruto. Si quitamos los ingresos públicos obtenidos del petróleo, la cifra de recaudación se reduce a 10 por ciento, menor que Colombia (13 por ciento), Venezuela (18 por ciento), Brasil (25 por ciento) y Estados Unidos (31 por ciento). Repito estas cifras de un artículo anterior, porque me vuelven a parecer escandalosas. Y porque señalan, en su desnudez, el verdadero fondo de nuestra crisis recurrente de finanzas públicas, lo mismo si hablamos de gobiernos ``populistas'', que de ``neoliberales''. En materia de cobrar impuestos, no han sido gobiernos serios ninguno de los dos. Sus finanzas públicas, por lo mismo, no pueden ser serias, salvo en sus crisis crónicas y recurrentes.
El Estado cobra menos impuestos de los que puede y debe cobrar. Mejor dicho: cobra mucho a pocos y nada a muchos. Lo mismo pasa con algunos de sus bienes y servicios básicos. En materia de electricidad, por ejemplo, el Estado aplasta a unos y regala a otros. Es caro y leonino con las tarifas industriales. Es dadivoso y botarate con las tarifas domésticas y con los clientes oficiales (gobiernos, dependencias, sindicatos). Las fugas y los robos de energía, así como los adeudos de grandes consumidores, tienen a las compañías eléctricas en jaque permanente y con altas cuentas por cobrar. La Compañía de Luz y Fuerza recibe un subsidio -opera con una pérdida- de mil millones de dólares anuales. Si se hubiera suprimido ese subsidio, podría haberse evitado el último recorte presupuestal. Pero el oso es dadivoso con la compañía eléctrica y leonino con el resto del gobierno federal, con el resto del gasto público y, al final, con el conjunto de la sociedad.
Algo comparable o peor sucede con el agua. Hay un registro público de usuarios de agua que incluye sólo a unos 380 mil. De esos, sólo pagan por el agua que consumen 15 mil, algo así como 5 por ciento. Hablamos del bien estratégico más escaso del país, uno de los más caros en su producción, al que el Estado, encargado de proveerlo, le asigna en los hechos un valor cero, como si no costara y ni hubiera, por tanto, que pagarlo.
La proclividad de no cobrar en el Estado, induce la actitud de no pagar en la sociedad. El oso dadivoso es especialista en no cobrar lo que debe cobrar para evitar costos políticos y malquerencias de los pagadores. A partir de este hábito ha empezado a enviar un mensaje terrible, implícito en la propuesta de reconocer como deuda pública las carteras vencidas de los bancos que el gobierno rescató. Un Estado que no sabe cobrar, parece decir a la sociedad que los bancos y sus deudores, pueden también no pagar: la nación pagará por ellos.
El mensaje no puede ser más revelador de la capacidad instalada del Estado para no cobrar. No quiere cobrarle a los bancos quedándose con parte de sus acciones. Tampoco quiere que los bancos le cobren a los deudores quedándose con sus bienes. No quiere cobrar a quien debe pagar, ni quiere que otros cobren lo que les deben. Cobrar las carteras vencidas de los bancos, sería políticamente insostenible, como cobrar impuestos, agua, electricidad o suspender los subsidios leoninos. Para evitar que cobren quienes deben cobrar y paguen quienes deben pagar, hay que volver todo deuda pública. Que todos paguemos las deudas de unos cuantos.
Todos somos de algún modo beneficiarios y víctimas del oso dadivoso. Todos consentimos su ilegalidad y sus silogismos filantrópicos. Los ciudadanos no queremos hacernos cargo de nuestra mayoría de edad. No queremos pagar lo que cuesta nuestro gobierno ni que nos cobre lo que debemos pagarle como ciudadanos. Por eso tenemos un Estado en quiebra que, a la larga, simplemente cuesta más.