León Bendesky
Tercera llamada

Son ya tres los recortes al gasto público que se han hecho en el curso de este año. Inevitables desde la perspectiva del gobierno, debido a la severa caída de los precios del petróleo que han reducido sus ingresos. Con las reformas económicas aplicadas después de la crisis de 1982, la economía dejó de estar petrolizada en cuanto a la producción total y a las exportaciones, pero siguió dependiendo fuertemente de la renta petrolera para financiar al gobierno. No se puede tener finanzas sanas, expresadas en un reducido déficit fiscal, mientras la estructura de las cuentas públicas expone su capacidad de gestión a las variaciones de un solo precio clave. La economía mexicana después de más de tres lustros de reformas sigue siendo muy vulnerable, financiera y productivamente.

La reforma fiscal, que tiene que ser el complemento necesario de un verdadero cambio en el funcionamiento de esta economía, se ha pospuesto por comodidad política y ahora se está pagando la cuenta. El énfasis en el control monetario que marca la política económica expone sus límites en la contraparte fiscal. Y la consecuencia es que ante las presiones de una o de otra parte, la única propuesta es una mayor contención de la actividad económica, que en el marco de una estructura social de grandes desigualdades repercute de manera adversa sobre las posibilidades de mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de la población. Hasta ahí llega la utilidad de mantener los ansiados equilibrios macroeconómicos, ésta es su verdadera medida.

Las tres correcciones propuestas al presupuesto federal por concepto de los ingresos petroleros son significativas. Originalmente, las cuentas públicas se proyectaron con un precio promedio de 15.50 dólares por barril de petróleo de exportación, conforme a la más reciente estimación este precio es de 11.50 dólares. La reducción del gasto público se acerca a 1 por ciento del producto de este año y la economía no cuenta ahora con estímulos fuertes para sostener el crecimiento, pero sobre todo para difundirlo entre los diversos sectores y extenderlo entre la población.

El cambio en las expectativas del desenvolvimiento de la economía es ya un hecho. El producto crecerá menos, la inflación será mayor, la devaluación más grande y más elevadas las tasas de interés. Las necesidades de financiamiento externo siguen aumentando, y mientras que originalmente se proyectó un déficit en la cuenta corriente (exceso de las importaciones sobre las exportaciones, más los pagos por intereses de la deuda y otras transferencias) de 10 mil 800 millones de dólares, ahora hay estimaciones de que podría superar los 16 mil millones. Y el argumento oficial de que dicho déficit no es relevante puesto que se cuenta con el financiamiento externo para pagarlo, provoca un extraño sentimiento pues es el mismo que se usó exactamente antes de la gran crisis de fines de 1994. Pero esas responsabilidades políticas no sólo se exponen públicamente sino que hasta son premiadas.

La Secretaría de Hacienda anuncia, una vez más, que hará una propuesta al Congreso para la reforma fiscal. No hay indicios de lo que esta reforma podría contener. Los márgenes de maniobra son muy estrechos y sería un craso error mantener el criterio eminentemente recaudador que la caracteriza. Los impuestos en México son un factor que inhibe y que no promueve la actividad económica. Castiga a quien trabaja y a quien invierte, no alienta el ahorro e invita a la evasión. No se puede hacer una reforma fiscal que sea popular y habrá que ver cuáles son los costos políticos que está dispuesto a pagar el gobierno para arreglar esta pata, más coja que las otras, de la gestión económica. Se propone que la reforma económica se hará por consenso, lo que no se dice es entre quiénes se buscará dicho consenso, pues, de nueva cuenta no puede dejarse de lado el hecho de gran desigualdad económica que prevalece en el país.

Finalmente, es llamativo el discurso de las autoridades con respecto a sus expectativas sobre la evolución de la actividad económica para este año. La divergencia entre la postura oficial acerca del crecimiento y la estabilidad, y los cambios observados en las principales variables es cada vez más evidente. Este puede ser un caso en que la tercera llamada no sea un anuncio de que la función ya va a comenzar, pero estamos en espera de que la obra cambie de trama y se inicie un nuevo acto de la política económica.