El fallecimiento de Maureen O'Sullivan (1911-1998) quien encarnó en el celuloide a Jane, la compañera de Tarzán, me impulsó a escribir este texto no sólo para transmitirle mi más sentido pésame a aquel gran señor blanco de la selva africana --hijo de un lord inglés, creado entre diciembre de 1911 y mayo de 1912 por Edgar Rice Burroughs, en aquellos años todavía oculto bajo el seudónimo de Norman Bean-- sino también para desarrollar los cinco conceptos básicos que estructuran su inusual personalidad, rencarnación indudable del buen salvaje rousseauniano.
El primero hace mención al reclamo de los orígenes: la búsqueda de una inocencia perdida, de una edad de oro ideal contemplada con nostalgia como el estado más perfecto del hombre. Segundo: la desnudez de Tarzán que viene a evocar la pureza de una América mítica. No olvidar --tercero-- que Tarzán resulta ser la glorificación de la raza blanca en un universo dramático formado por animales y hombres de raza negra.
Cuarto concepto: la propuesta del atleta en libertad con un físico ideal. Otro de los conceptos básicos --quinto-- que provocaron la conmoción en las masas es el exotismo, un sentimiento que cabría calificar de ``preturístico'': Cementerio de los elefantes, Ciudad abandonada, Reino de las mujeres guerreras, Cueva de la terrorífica araña. Y desde luego la jungla con sus incalificables rumores.
Las variaciones cinematográficas de aquellos conceptos expuestos por Rice Burroughs en su novela de 40 entregas, Tarzan of the Apes, tendieron casi siempre a civilizar a Tarzán. Por una parte se aburguesó su vertiente salvaje, acorde al american way of life. Por la otra, al ser rencarnado por atletas incapaces de expresar emociones (Johnny Weissmuller, campeón olímpico de natación, o Bruce Bennett quien interpretó a Tarzán con el seudónimo de Herman Brix) se le convirtió en un personaje plano, sin fuerza expresiva.
Ahora bien, dejando aparte los primeros ocho filmes creados por Hollywood durante la época muda, a partir de Tarzan of the Apes (1917) protagonizada por Elmo Lincoln y dirigida por Scott Sidney, hasta Tarzan the tiger (1929), de Henry McRoe, con Frank Mervil que sí se ajustan a las directrices caracterológicas definidas en la obra literaria, el resto de la producción tarzanesca hasta la que realizó Hugh Hudson en 1984 y que lleva por título Greystoke, ha fantaseado caprichosamente a partir de las originalidades del personaje, creando una colección de guiones poco convincentes, vulgares, llenos de repeticiones y tópicos, y en cuya redacción Burroughs ya no intervino en absoluto. Así y después de las primeras adaptaciones directas de la novela, las famosas ocho cintas mudas, nos encontramos a partir de los años treinta con películas tan alejadas de la fuente original que en sus créditos puede leerse: ``Inspirado en los personajes creados por Edgar Rice Burrougs''. Entonces, Tarzán se convierte por obra y magia de la cinemática en ``estrella'', cuya personalidad debe ceñirse a las presiones de la moral de la sociedad anglosajona. Por ende, desaparecerán de la pantalla toda pulsión erótica y cambiará su desnudez por un grueso taparrabo que pondrá de moda Weissmuller en 1932.
Desaparecerán también los vellos de cualquiera de los actores que interpreten al personaje y desde luego cualquier semejanza gestual con monos y otras bestias salvajes. Su compañera, miss Jane Parker, mejor conocida como Jane, será cada vez más maternal para satisfacer las tendencias matriarcales de la sociedad estadunidense. La cabaña evolucionará hacia la comodidad de un bungalow ¡con recámaras separadas!, incluso para Chita.
Sin embargo, en este descenso del mito literario al ``estrellato'' Hollywood creó un paisaje fantástico que no se ha valorado debidamente. Porque, ¿quién que los vio podrá jamás olvidar aquellos riscos de aguda aristas que se hundían en el infinito, aquellos peñascos dentados, aquellos puentes colgantes creados por los decoradores de la Metro (11 películas) o de la RKO (12 filmes)? Hasta aquí el mito literario trasladado al celuloide para provocar sueños compensatorios a la humanidad. Hasta aquí su decadencia. Hasta aquí, también, mi más sentido pésame.
Adiós Maureen, Chita, Tarzán y yo te extrañaremos.