Pese a su heterogeneidad, desde las elecciones de julio de 1997, la Iglesia católica perfila un nuevo tipo de presencia en el país. Por ello no concordamos plenamente con las declaraciones del historiador Enrique Krauze cuando señala que la Iglesia ha sido ambigua en Chiapas y que ``no ha hecho todavía una propuesta en el sentido de la democratización. Yo quisiera ver a la Iglesia --enfatiza-- actuando de manera más inteligente, como en Polonia o en Chile, para consolidar la democracia en México'' (Reforma, 23 de junio, 1998). Esta afirmación a primera vista es muy sugerente, sin embargo merece ser revisada con mayor detenimiento.
Primero, el conflicto chiapaneco ha sacudido a la Iglesia, como a todas las instituciones, provocando posturas divergentes y desgarramientos internos; para nada debe extrañarnos que el conflicto chiapaneco genere serias disputas en el seno del episcopado. La aparente y anémica unidad entre los obispos se ha mantenido gracias a la intervención del nuncio Mullor, es decir, el Vaticano, y a la paciencia de Luis Morales, presidente de la CEM. En todo caso, las posturas de la Iglesia en torno a Chiapas reflejan una institución cimbrada por un acontecimiento histórico que la pone a prueba. Dicho de otra forma, la Iglesia ha interiorizado las contradicciones chiapanecas y de cierta manera la sacuden. No hay ambigüedad sino expresión pública de tensiones, no es una postura táctica de los obispos sino resultado de jalones y negociaciones internas. Por ejemplo, la postura de Samuel Ruiz no es compartida del todo por la mayor parte de los obispos. Lo mismo ocurre con el arzobispo Norberto Rivera sobre Chiapas; su actitud crítica hacia el obispo de San Cristóbal no sólo no la comparte el propio clero sino que éste le ha cuestionado públicamente, en un lance inédito dada la férrea y tradicional disciplina católica.
En segundo lugar, los ejemplos de acción ``inteligente'' propuestos por Krauze no son los más adecuados, o por lo menos tenemos otra lectura porque las experiencias de Chile como la de Polonia se dan en un contexto de dictaduras radicales; la acción de las Iglesias gira en torno a la defensa de los derechos humanos cobijando incluso a las oposiciones debilitadas por la represión; es decir, esas Iglesias se convirtieron en espacios de agregación social, libertad, reconstrucción y por tanto de oposición social. En México, pese a peligros y torpezas como las sufridas en Acteal no podríamos afirmar que existe un entorno dictatorial. Además, en ambos casos existieron personalidades muy fuertes que infundieron no sólo valentía entre los obispos sino que alcanzaron el consenso. Estas personalidades fueron el cardenal Silva Enríquez, arzobispo de Santiago con su famosa Vicaría de la Solidaridad, y en el otro tenemos al cardenal arzobispo primado de Varsovia, Stefan Wyszynsky. Más que un proyecto propio de democracia, en ambos casos las estructuras católicas establecen alianzas estratégicas con sectores afines en la oposición, la DC chilena y el sindicato Solidaridad para el caso polaco. Ambas Iglesias no sólo sufren amargamente el proceso de transición sino que pagan cuotas costosas. Superada una primera fase de transición, las Iglesias van perdiendo la centralidad social y política adquiridas durante las dictaduras. El ejemplo más dramático es el polaco donde la Iglesia, pilar de la transición hacia la democracia, pasa muy pronto a la confrontación en temas como aborto, control natal y un concepto de ``polonidad'' tradicional cuestionado por importantes sectores. Este enfrentamiento con el despertar a la pluralidad polaca de una naciente democracia, aunada a otros factores, Walesa, tan identificado con el catolicismo tradicional, lo paga muy caro: en las elecciones.
Tercero, el tema que subyace en la declaración de Krauze es la relación entre Iglesia católica y democracia.
Aquí la historia nos muestra una relación de conflictos y de combates propios de la modernidad. La Iglesia no sólo ha rechazado la democracia liberal moderna sino que la ha combatido. Cuando la democracia moderna ha penetrado el pensamiento y las estructuras católicas ha provocado grandes vicisitudes en la identidad, esto fue la llamada ``crisis modernista''. Aquí la Iglesia se obligó a desarrollar su propio corpus, basado en su tradición y principios, en torno a la democracia; por supuesto, no se sustenta en el liberalismo ni en la democracia popular, sino en la democracia medieval parroquial, que en algunos cantones suizos aún se practica, es decir, la Iglesia construye su propia noción de democracia cristiana.
Estamos ante un tema central que merece profundizarse. Por ello, debemos agradecer a Enrique Krauze retomar el papel de la Iglesia en esta transición complicada que vivimos los mexicanos.