Arnoldo Kraus
Sida: epidemia viral y de la sinrazón
En 1993, al finalizar el 9 Congreso Mundial de Sida, algunos investigadores, tras manifestar su pesimismo para controlar o tratar el sida, comentaron que la prevención era lo único que quedaba para combatir la enfermedad. Cinco años después, al clausurarse el 12 Congreso, un contador electrónico recordaba que cada día se infectan por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) 16 mil personas. Los nuevos pacientes, uno a uno, pasarán a engrosar ese conglomerado mundial de 33.5 millones de personas infectadas o enfermas de sida. Es evidente que la propuesta de 1993 no sirvió: la prevención, amén de haber fracasado, se ha convertido en otro de los factores que determinan la clase social, pues el 90 por ciento de los infectados vive en el Tercer Mundo.
En el último Congreso resurgieron otros tópicos que también subrayan las diferencias entre el ``sida de los ricos y el de los pobres''. Los espectaculares avances en el tratamiento sólo son asequibles para quienes pueden costearlo --en México, a los portadores les cuesta entre 4 y 7 mil pesos al mes. Otro ejemplo es el de ONUSIDA, quienes han sugerido implementar terapias ``de choque'' durante un mes para tratar embarazadas enfermas del Tercer Mundo y así prevenir la transmisión al hijo. Sin embargo, el inicio de la terapéutica plantea un problema ético profundo: ¿qué hacer después con la madre? ``Que hacer'', en el campo de la realidad, significa que no hay dinero para tratarla. De ahí, surge otra cuestión: si muere la madre, ¿cuál será el destino del vástago? No se requiere ser escéptico para aseverar que el fracaso nos espera: no tratar a los pobres equivale a mayor diseminación de la epidemia.
La cuestión ética es quizá la más urgente y la más dolorosa. Es probable que la epidemia del sida sea la que más cuestiones morales y filosóficas haya generado. Todos hemos oído de los estragos que produjeron --e incluso algunas continúan vigentes-- epidemias como la peste, el cólera, la tuberculosis y el paludismo. También es sabido que el número de muertos y los problemas morales concatenados con esos males no fueron pocos. Sin embargo, 1998 dista mucho de las epidemias acaecidas hace cien, mil o dos mil años. La ética de las enfermedades actuales difiere de otras. Las palabras y las personas también.
Ajustándonos a nuestra cruda realidad, si no es posible tratar a los pobres, si bien es difícil informar a quienes carecen de la cultura suficiente para obtener información, y, si a la vez es complejo decidir entre ``hacer y no hacer'' --me refiero a las madres embarazadas-- ¿qué nos queda en México? Prevenir. Unicamente la prevención evitará la diseminación del virus.
En ese entorno, es sorprendente que a pesar de que los expertos en todo el mundo y en México, a través de Conasida, han considerado que el condón es la única vía para detener los avances de la epidemia, el señor José Barroso opine que ``un grupo de especialistas de las áreas médica, educativa, sicológica, sociológica, de la familia y de la Iglesia, realizarán un diagnóstico sobre la `mejor forma' de prevenir el contagio de las enfermedades de transmisión sexual, incluido el sida. Formado a instancias de la Cruz Roja Mexicana, los expertos presentarán sus conclusiones en tres semanas, las cuales se entregarán al sector salud como recomendaciones para que se impulsen programas de prevención `en lugar del condón' (La Jornada, 26 de junio).''
El problema del comentario de Barroso no son sus inexactitudes. Lo que más inquieta, tampoco son sus ideas ni sus nociones que confrontan el esfuerzo de miles de científicos en todo el orbe dedicados a combatir la enfermedad. La preocupación es otra: sus palabras representan a la Cruz Roja. En México, sobre todo en estratos socioeconómicos pobres, ``se cree'' en esa organización. Pronto se cumplirán las tres semanas en las que los ``investigadores'' convocados por la Cruz Roja emitirán sus ideas. No las espero porque sé que nada aportarán. Pero sí les temo porque pueden confundir a la opinión pública.
No hay duda que el sida amenaza a la humanidad. Amenaza por su capacidad de contagio, por su letalidad, por los altos costos que implica tratarla, porque se ha convertido en un problema de clase social, pero, sobre todo, porque la desinformación espetada por organizaciones otrora sanas y de refugio para muchos, pretenden desvirtuar y manipular la realidad. El sida no se previene con palabras. El sexo no escucha sermones y el VIH, al igual que la sinrazón humana, carece de fronteras.