Adolfo Sánchez Rebolledo
Diálogo directo
El gobierno quiere que el diálogo con los zapatistas sea ``directo'', es decir, sin mediadores ni mediaciones. Toda la estrategia está al servicio de esa idea. La propuesta de distensión gira en torno a la posibilidad del encuentro entre las partes como primer paso para reanudar el diálogo interrumpido hace ya veinte largos meses. Pero no está claro cuándo o por qué deba producirse el tan traído y llevado encuentro. Por lo pronto, los zapatistas han dejado hablando solo al gobierno.
El problema crucial es la absoluta falta de confianza de las partes. El diálogo es, ciertamente, una necesidad si se considera que, en rigor, no existe solución al margen de la negociación política; pero el diálogo no es inevitable, así lo establezca la Ley de Concordia y Pacificación. El gobierno y los zapatistas han reconocido que el diálogo, tal y como se entendía hasta San Andrés, está hundido en una crisis definitiva. Pero esto es grave. Por mucho que se diga o declare, si no hay negociación política, la solución militar, en cualquiera de sus expresiones, adquirirá mayor peso hasta convertirse en la alternativa prioritaria.
Tomando en cuenta la experiencia cabe preguntarse otra vez si las partes consideran que el diálogo es necesario porque están convencidas de que ha llegado el momento de negociar la paz y resolver el conflicto o, si más bien, siguen considerándolo como un recurso táctico dentro de una estrategia que vislumbra otros escenarios de solución. De eso depende el futuro inmediato del conflicto.
El diálogo fue posible gracias a que se dieron ciertas condiciones políticas que hoy, lamentablemente, ya no existen: cuatro años y medio después del levantamiento hay fatiga en la sociedad. La sociedad estaba movilizada a favor de la paz, hoy no. En cambio las posiciones se han polarizado al extremo. Muchos esperábamos, con ingenuidad supongo, que San Andrés concluiría en una serie de reformas capitales, pero no fue así; el clima de guerra civil se apodera de más y más comunidades en la llamada zona de conflicto. Aumenta la violencia, prevalece la decepción. El EZLN se ha retirado bajo el manto de un viscoso silencio que poco ayuda a diluir el clima desolador.
Por si fuera poco, los partidos que en 1994 dieron un enorme paso al procurar consensos de fondo, hoy caminan con la mirada fija en el 2000, sin atender siquiera a la Cocopa que cumple como Dios le dio a entender una misión que es claramente superior a sus fuerzas, cuando en ello debían estar clara y decisivamente involucrados el Congreso y, naturalmente, las dirigencias de los partidos.
No hay confianza. Por ello es indispensable la mediación. Justo porque faltan las condiciones políticas que permiten el diálogo directo entre las partes, hace falta crear nuevas instancias de mediación a cuya autoridad cedan voluntariamente las partes. No se puede abusar de la actual Cocopa atribuyéndole funciones que no le corresponden. Si, además, el Congreso decide tomar parte más activa, entonces hay otras vías para hacerlo sin convertir a una de sus comisiones en el payaso de las bofetadas.
El gobierno desea el diálogo directo sin depender de nadie pero ahora tiene que hacer esfuerzos para evitar que se fortalezca la idea de que es necesaria la mediación, pero extranjera. Ya son demasiadas pifias diplomáticas en torno a Chiapas como para creer que todo sigue igual con nuestros vecinos. Es obvio que la nueva estrategia gubernamental es, por decir lo menos, un tema de conversación demasiado recurrente y preocupante en los pasillos de Washington y Nueva York, como para seguir gobernado a base de desmentidos oficiales.
Urge crear, de nuevo, las condiciones políticas para el diálogo. Y ésa es una tarea nacional.