¿Podrá Ernesto Zedillo continuar en Los Pinos hasta el año 2000?
1. El desastre institucional que se vive en México en 1998 es muy grande, y el grupo gobernante no puede escudarse siquiera en la peregrina tesis de que vivimos ya en una ``normalidad democrática'', misma que buscó imponer tras las derrotas electorales del PRI en 1997, y que empieza a ser impugnada incluso por quienes la defendieron meses atrás.
2. La impostura del gobierno está quedando al descubierto cuando menos se lo esperaba: tras las últimas elecciones locales, que hasta ahora eran la piedra angular de la propaganda oficial sobre la supuesta ``transición mexicana''.
3. Las elecciones para gobernador de este año han sido entendidas por amplios sectores como un ensayo más del grupo tecnocrático en vistas a su objetivo de conservar el poder el año 2000, y muy pocos se engañan ya con el famoso doble discurso gubernamental de las palabras y de los hechos.
4. En las palabras, el gobierno de Zedillo se supone en la legalidad, defiende la soberanía nacional, combate al narcotráfico, ya se liberó de la tutela de Salinas, busca la paz en Chiapas y acepta el cambio democrático. En los hechos, trasgrede de manera sistemática el orden constitucional, está sin dignidad alguna subordinado a Washington, se haya imbricado con el narco, depende del salinismo, gobierna para unos cuantos en contra de los intereses nacionales, mantiene una guerra contra los pueblos indios, se opone a la paz en Chiapas y, desde luego, se niega a desmantelar el viejo sistema autoritario, porque pretende que ``el cártel de Los Pinos'', como lo llama el EZLN en su último comunicado (16 de julio), siga en el poder.
5. Los dirigentes de los partidos y los analistas que se fueron de bruces en 1990, 1994 y 1997, pretendiendo una y otra vez que en México se estaba produciendo una ``transición democrática'', no entendieron el momento histórico que vivía la economía mundial y la urgencia del grupo en el poder por acatar las exigencias del Banco Mundial y del FMI y reconvertir al sistema político por la vía de subordinar a los partidos de oposición, tanto a sus reglas para compartir los cargos públicos como a los programas neoliberales.
6. Las cloacas que se han ido destapando sobre la corrupción en los sexenios de Carlos Salinas y de Ernesto Zedillo han terminado por mostrar cuál es la realidad del ``nuevo'' sistema político de México: nunca la impunidad de los gobernantes y la violación de los derechos individuales había sido tan extrema. Los escándalos suscitados por los crímenes políticos, por la vinculación de la familia Salinas y de los principales funcionarios del régimen con el narco, por la privatización fraudulenta de bienes y empresas del Estado, y ahora por el Fobaproa, un programa de rescate de la narcomafia financiera, a costa de los mexicanos, han desnudado a las estructuras del poder y al grupo que las encabeza. El país no está gobernado por un equipo de ``modernizadores'', sino por grupos de interés que han constituido una verdadera organización criminal.
7. La propaganda oficial en el sentido de que el sistema electoral ya es democrático y que la mejor prueba de ello la constituiría el hecho de que no hay conflictos postelectorales, la defienden sólo las plumas del régimen y algunos extraviados, como Maité Rico, quien escribió en El País (12 de julio) que en México los partidos de oposición en vez de cuestionar la limpieza electoral hacen hoy en día su autocrítica, lo que es desmentido por las declaraciones de Andrés Manuel López Obrador (presidente del PRD), quien claramente señaló que los últimos triunfos del PRI fueron producto de una ``elección de Estado'', y que ``en México no se puede hablar todavía de elecciones limpias y mucho menos libres'' (La Jornada, 13 de julio); o por los cuadros medios del PAN en Durango y Chihuahua, que contradicen a la cúpula panista aferrada aún a la lógica de los ``arreglos''.
8. Los analistas del oficialismo --y los extraviados-- han llegado al absurdo de elogiar los procesos recientes, en los que, al igual que en las elecciones de 1997, el PRI siguió actuando como un partido de Estado, y en las que, ganase o perdiese, no prescindió de las prácticas de fraude: desde las presiones a los votantes hasta la manipulación de las actas.
9. La ``normalidad democrática'' sería, en esa lógica aberrante, que el priísta Patricio Martínez hubiese ``recuperado'' Chihuahua, o que Sergio Angel Guerrero Mier se hubiese impuesto en Durango, luego de que ambos recurrieran a toda una gama de prácticas ilegales, por el simple hecho de que la dirigencia nacional del PAN, entrampada en su propia lógica negociadora, una vez más se doblegó ante las nuevas reglas de juego antidemocráticas y aceptó su derrota en esas condiciones. O que en Zacatecas, hubiese triunfado Ricardo Monreal, candidato del PRD, por haberse impuesto a la maquinaria fraudulenta del PRI.
10. La inmensa mayoría de los mexicanos no comete el error de muchos dirigentes partidistas y de analistas, al caracterizar al régimen porque viven las consecuencias de sus políticas todos los días, y por ello siguen resistiendo al que es el principal problema de México: el actual grupo gobernante.