Adolfo Pérez Esquivel
Argentina, al borde de una democradura
En los últimos tiempos se ha desatado una lucha interna despiadada por el poder en el gobernante Partido Justicialista. La campa- ña, que comenzó siendo solapada para convertirse en estos días en una amarga realidad, instrumentada por el presidente Carlos Menem y sus allegados políticos, está originando enfrentamientos que ponen en serio peligro la continuidad de esta incipiente y débil democracia, conquistada con tantos sufrimientos. Aún persisten en la sociedad impunidades múltiples, heridas que no han cicatrizado y que, lamentable y dolorosamente, vuelven a surgir otra vez.
El presidente Menem se resiste a abandonar la presidencia de la nación después de dos mandatos, y recurre a todos los medios posibles para lograr un tercer periodo presidencial. Si hacemos un análisis de su pensamiento, tenemos a la vista otra vez el mecanismo del miedo: ``Yo o el caos''; ``el país se sostiene gracias a mí''; ``otro gobierno desataría conflictos incontrolables, inflacionarios'', y tantas otras frases que encierran implícitamente una forma de violencia.
Es una política que apunta a generar miedo, mientras que las divisiones internas en el partido gobernante se agudizan.
El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, lanza un llamado a plebiscito, para que el pueblo exprese un sí o un no a la relección de Menem, en respuesta a un intento del gobierno central de convocarlo en La Rioja, dominio de los Menem. El gobierno eleva la apuesta y va por un plebiscito nacional que, hay que decirlo, sea negativo o positivo, no puede alterar la letra de la Constitución.
¿Quién pagará los plebiscitos? ¿Con qué dinero se financian estas campañas y otras actividades, frente a tantas dificultades que está pasando el país? Sólo podemos citar como ejemplos la tragedia de la desocupación, de la pobreza que se extiende; el retroceso social; la situación de los jubilados, de los maestros, de los hospitales; la atención de sectores abandonados a su suerte. Siempre se alega que no hay recursos económicos, pero estamos viendo que existen para una lucha por el poder que se les va de las manos.
La oposición ha quedado prisionera de estos juegos, de la lucha interna: no quiere aceptar el plebiscito, y por otro lado faltan criterios claros para enfrentar esta situación, y la unidad por la defensa de la Constitución debió ya estar muy avanzada en estos tiempos de peligros para la democracia y la República. Se acusa al presidente Menem y su equipo de tratar de continuar en el poder para evitar la revisión de los innumerables hechos de corrupción denunciados mayoritariamente por el periodismo, pero por otra parte se hace necesario trabajar profundamente para presentar pruebas y realizar una ofensiva por la transparencia que la población toda está exigiendo.
En estos momentos hay incertidumbre y falta de credibilidad. Nadie cree en la justicia, y en particular las dudas señalan hacia la Corte Suprema, donde existe una mayoría adicta al gobierno y jueces que han demostrado una y otra vez su obsecuencia y obediencia a los caprichos del mandatario, y por lo tanto parecen dispuestos a tirar por la borda la Constitución nacional y favorecer las ambiciones presidenciales. Que la Corte Suprema obre en favor de esta nueva ambición presidencial sería desastroso para el país, y lógicamente pondría a Argentina ante la opinión internacional en una situación sumamente difícil.
Con toda seriedad y llamando a la reflexión, lo decimos, porque por este camino estamos al borde de ingresar en una democradura, al mejor estilo de Alberto Fujimori en el Peru, y al sometimiento del pueblo argentino.
Sentimos que falta grandeza, dignidad, capacidad de discernir correctamente en los momentos históricos que se viven y en las verdaderas necesidades del pueblo argentino.
El presidente Carlos Menem debiera meditar y utilizar el sentido común, porque en estos casos, cuando el poder ciega el razonamiento, es necesario hacer valer ese sentido común que, valga la redundancia, resuelta ser el menos común de los sentidos.
*Premio Nobel de la Paz 1980.