El escolástico Buridán, para demostrar que la necesidad de optar entre dos incentivos igualmente potentes lleva a la parálisis, ponía el ejemplo de un burro que se moría de hambre porque no podía optar entre dos montones de heno colocados a la misma distancia pues no se decidía por ninguno de ellos. Por supuesto los asnos reales son menos burros que el filósofo porque, pragmáticamente, se comen el primer fardo que se les ocurre y después pasan al segundo. La izquierda light latinoamericana, como el borrico de Buridán, en cambio se paraliza entre dos tentaciones.
La primera es la encontrar una base social y un sostén duradero apoyándose en la participación en la vida política de los trabajadores y, eventualmente, en las luchas y las movilizaciones de éstos. La segunda, en cambio, es llegar al poder tranquilizando a los llamados poderes fácticos. O sea, de noche, disfrazada, caminando a ras del muro, de puntillas y sin hacer ruido para no intranquilizar a nadie, y prometiendo un gobierno para todos que no afecte ningún interés poderoso y que se diferencie de los anteriores sólo por la mayor dosis de honestidad y de moralina que derraman por doquier los dirigentes de dicha izquierda ma non troppo.
En estos tiempos, la primera opción casi no cuenta con seguidores mientras la segunda caracteriza, por ejemplo, al Frepaso argentino, a la dirección del Frente Amplio uruguayo, a la de Lula en el Frente Popular y al Partido de los Trabajadores de Brasil, o a la del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional salvadoreño, entre otros PDS italianos en América. El argumento es el de siempre. Es decir, el mismo que esgrimía el senador brasileño Domingos Velasco en los años cincuenta, cuando decía que la burguesía era como una vaca brava y que si uno no agitaba ante ella un trapo rojo, seguía pastando tranquila y dejaba hacer el picnic en el prado. Pero en esa izquierda supuestamente realista no existe sólo un tremendo complejo de inferioridad y el temor a irritar al monstruo, sino también una gran ilusión sobre el carácter pacífico del mismo y un gran temor a la participación de las masas y a la democracia, pues ambas acaban con el reino y el negocio de los representantes políticos de profesión de los que no tienen voz. Por eso dicha izquierda se preocupa por demostrar la propia inocuidad a la embajada de Estados Unidos, a los inversionistas, a los banqueros, al FMI, al gobierno, a los militares y a la jerarquía conservadora de la Iglesia y a la clase media más rica (y más pacata). Por eso también no se anima a averiguar las necesidades reales de los trabajadores interrogándolos y organizándolos, teme que las asambleas den margen para la acción de los adversarios, o de las corporaciones, o de los caciques y su preocupación esencial es que nadie moleste a la conducción ni haga olas para no poner en peligro el futuro triunfo. Por eso cede a la tentación de llegar a gobernar mediante alianzas de cúpula incluso con el Diablo y mediante hábiles maniobras. En su ingenuidad se gambetea sola y, por supuesto, jamás marca un tanto y ni siquiera puede consolidar el terreno ganado. Su idea única, su obsesión, consiste en llegar al gobierno y espera entrar en lo que Pietro Nenni llamaba el cuarto de los botones sin saber que el gobierno no es el poder y que los botones están en otro lado y, por lo tanto, la izquierda ni siquiera podrá gobernar si no cambia la relación de fuerzas social, si no logra un apoyo organizado y permanente de los que le podrán dar el voto. Porque no basta tener la mayoría de los sufragios si éstos no pesan cotidianamente, no respaldan, no exigen, no contrarrestan presiones. Y mucho menos basta con lograr el gobierno con alianzas heterogéneas, efímeras y espúreas pues con eso no se cambian las conciencias, no se crean ciudadanos, no se logran apoyos sociales. La izquierda light, como los políticos de la derecha liberal, cree poder engañar impunemente a los electores con promesas fumosas de cambio y, al mismo tiempo, tranquilizar a los potentes con aseguraciones de continuidad. Ahora bien, si éstos la escuchan hoy es porque temen a aquéllos, pero ni confían en esa izquierda ni la necesitan salvo para parar a los trabajadores y sólo mientras éstos se movilicen. De modo que, como los burros reales, tarde o temprano ella deberá optar por uno de los dos pesebres, el del sistema o el alternativo. Ojalá que no elija el primero.
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