-¿Vivimos o vamos hacia una crisis en México?
-Crisis es algo de relativamente corto plazo y cíclico. Transición es una cosa más profunda, significa ir a fondo de la política y las instituciones económicas de un país. Una transición es un cambio de paradigma; pasar de una estrategia de crecimiento hacia dentro a una estrategia de crecimiento hacia fuera, de un intervencionismo estatal donde el papel protagónico corresponde al gobierno, a uno donde predomina el mercado y los actores privados; de un nacionalismo a un cosmopolitismo en donde los actores extranjeros toman un papel extraordinariamente importante. En México vivimos una transición y es lo que no se ha entendido. Destrozamos las instituciones anteriores y no hemos creado las de reemplazo.
-Hablas de un cambio de paradigma. A partir de 1982 se adopta una moda neoliberal.
-No es moda, es un nuevo paradigma social de enormes alcances. El anterior estaba basado en los valores keynesianos. Era un modelo proteccionista, el cambio estructural denotaba el paso de la producción de artículos de consumo a la fabricación de bienes intermedios y de capital, así como al perfeccionamiento de las articulaciones entre los productores internos y al fortalecimiento de los multiplicadores del ingreso y del empleo. Era un paradigma originado desde el exterior. No puede ser una casualidad que todos los países latinoamericanos lo hubieran adoptado. Nosotros tomamos ese paradigma pero lo remodelamos con creatividad. El nuevo paradigma neoliberal ha sido también aceptado y seguido acríticamente, en forma incondicional. De ahí que haya arrastrado consecuencias que desborden los patrones de producción y comercio y trastoquen la vida política del país. Falta todavía la creatividad adaptativa de antaño, humanizadora, de nuestra incorporación al mundo globalizado, sin fronteras.
-El cambio de paradigma no ha sido acompañado de una reforma del Estado que lo hiciera funcional...
-Esa fue una de las grandes fallas, porque no percibieron nuestros dirigentes que hay una imbricación funcional entre el sistema económico y político. Porque el Poder Ejecutivo de este país era el eje central y todo el mundo le hacía caso. Protegía a los trabajadores y buscaba los equilibrios sociales, apoyando un corporativismo vivo, protegía igualmente a los empresarios de la competencia externa y de los financieros abusivos. Cuando el Ejecutivo decide cambiar radicalmente el modelo de desarrollo, abrir la economía, pasa las funciones del Estado al mercado y en términos políticos deja de proteger a los trabajadores y a los empresarios; el sistema político, en uno de sus ejes fundamentales, se rompe. Eso no se previó. Era imprescindible entonces sustituirlo por la democracia, y no se hizo. La reforma política todavía está coja. No se ha respondido a consensos sociales básicos que antes funcionaban dentro de un eje estatal. Ahora tenemos que incorporar a trabajadores, empresarios y partidos políticos en una política única que los corresponsabilice.
-¿Hablas de un acuerdo que incluyera a la clase política, al gobierno, a los partidos...?
-Esa sería hoy para mí una verdadera reforma democrática: incluir a todos los protagonistas sociales. Hay que empezar a formar una élite empresarial responsable más allá de sus intereses particulares y hay que reformular, renovar, modernizar, rejuvenecer al movimiento obrero. Mientras esas cosas no estén, la reforma del Estado puede resultar enteramente adjetiva... Vamos a suponer que hay alternancia política, sale el PRI porque no satisface las demandas sociales, entra otro partido que tampoco las satisface. Un juego de política formal no podría contener la creciente descomposición social.
-Se habla mucho de la crisis de final de sexenio...
-Nuestro sistema político anterior, al implicar un cambio sexenal, el sector privado y todos los actores del mercado vivían cierta incertidumbre con el nuevo Presidente que venía y esto provocaba usualmente retracción de inversiones y gastos en espera de ver ``cómo venían las cosas''. Esto se ha agravado, no se sabe cómo la nueva administración va a resolver una enorme cantidad de problemas pendientes. Ahora, no sólo podría haber retraimiento sino un franco alejamiento de inversiones. Muchas veces nuestros gobiernos, presionados por los problemas que no pueden resolver, adoptan políticas desesperadas para atenuar los síntomas. ¿Por qué? Porque con las elecciones enfrente, la lucha por el poder se desata. Entonces los gobiernos provocan auges, gastos y se toman medidas cortoplacistas que, ante la incredulidad de la gente, provocan crisis mayores.
-¿Y la fuga de capitales?
-Esa es una de las manifestaciones. Si para sostener el crecimiento del país el gobierno empieza a gastar en exceso, a la larga los actores económicos se dan cuenta y empiezan a medir los riesgos y la posibilidad de enviar su dinero afuera. Más aún ahora que tenemos plena libertad de movimientos de capital. Enseguida existe un factor agravante externo: hay enormes movimientos de capital de corto plazo que no se compadecen con el tamaño de nuestra economía y nuestras reservas. Y a diferencia de algunos países, nosotros no ponemos ninguna resistencia regulatoria a esos movimientos especulativos y desestabilizadores.
-¿Qué medidas preventivas podrían tomarse hoy?
-Los problemas que tenemos enfrente son de orden institucional, de transición estructural que no pueden tener una solución inmediata, no hay, como dicen los americanos, un quick fix. Tenemos que tomar lo bueno que han hecho otros países e innovar por nuestra cuenta. Por ejemplo, para evitar movimientos especulativos, desestabilizadores, de corto plazo, imponer un pequeñísimo impuesto (medio por ciento); como entran y salen multitud de veces, implicaría un gravamen muy grande y el fenómeno se eliminaría. En cambio, hay que alentar y favorecer a la inversión extranjera que venga a crear nueva riqueza productiva.
-No será fácil recuperar la confianza después de lo sucedido con el Fobaproa.
-Necesitamos implantar un programa de reconstrucción del sistema financiero nacional. Debemos evitar lo que nos ocurrió a fines de 1994 y lo que ocurrió en Asia, donde los sistemas financieros empezaron a dejar de funcionar y los inversionistas sacaron su dinero. Debemos reconocer también los errores que hemos cometido. Un error fundamental consistió en abrir abruptamente la economía y destruir simultáneamente los instrumentos de protección a los productores nacionales. Por ejemplo, se negó la implantación de una política industrial y, resulta que más de 95% de nuestras empresas son medianas y pequeñas, las que no tienen posibilidad alguna de sobrevivir en un ambiente de competencia abierta. Entonces, necesitábamos un programa de readaptación de nuestra planta productiva que fuera acompañada con un proceso mucho más suave de liberalización. Las grandes potencias gastan sumas enormes como subsidios para apoyar el desarrollo de los sectores de punta; o restructurar las actividades declinantes; todas tienen una política industrial, a veces avergonzante, pero la tienen. En contraste, nosotros destruimos nuestras instituciones protectoras, cuando más necesitábamos de reconvertirlas y capacitarlas para una competencia abierta con el exterior.
-No parece que el grupo gobernante esté pensando en una rectificación.
-Están tan presionados por las urgencias del corto plazo que no se está pensando en el futuro. Como decimos entre los economistas: el corto plazo es en las próximas 24 horas o las próximas dos semanas, ya todo lo demás es largo plazo. Además, existe una fe extrema en ideas económicas que no se compadecen con nuestras realidades y que establecen disonancias históricas terribles.
-¿Sería inteligente extranjerizar la banca?
- Se apoya a la banca porque un país no se puede pensar sin ella, pero también pareciera que hay un intenso proceso de extranjerización de la banca visto como solución a los problemas que la aquejan. Creo que hay sectores que son estratégicos para un país. La señora Tatcher defendió a ultranza dos sectores: la agricultura, aunque no tuviese condiciones favorables ecológicas, y el sector financiero. Pueden admitirse instituciones financieras del exterior, pero sería riesgoso no resguardar por lo menos el núcleo central de la banca en manos nacionales. Si se extranjeriza por entero a la banca, ésta no va a obedecer a los intereses nacionales, va a seguir estrategias universales más amplias. La extranjerización es una acción quizás desesperada y hasta discriminatoria. Pareciera que a los extranjeros se les están dando condiciones mucho más favorables que a los mexicanos que pudieran estar interesados.
-La transición tiene que tener una vertiente social.
-Las medidas redistributivas que no pueden ya esperar. Sucede que el pago del servicio de la deuda interna y externa forma parte del gasto no programable por constituir obligaciones contractuales. Pero no hay ninguna obligación semejante que forme parte del gasto no programable que responda al alivio de los problemas sociales. No tenemos una política social que dé, que cree derechos exigibles para la población. Que no me digan que eso es populismo. El 50% del presupuesto de Estados Unidos se gasta en ello. Y en Europa se gasta más.
-¿Qué mecanismo necesitamos para acordar un cambio de política económica?
-Lo que tenemos que lograr es un pacto de supervivencia donde los partidos y los sectores de la producción se corresponsabilicen. Hay que formar nuevos consensos nacionales. Hay que crear un mecanismo, una institución en donde se discuta todo lo político y lo económico como una unidad indivisible, donde se lleguen a compromisos firmes de corresponsabilidad entre obreros, empresarios, gobierno y los demás sectores. Abrir la política económica es incompatible con encerrarla en una torre de marfil frente a una sociedad que se está desgranando. En este país, pasar de un régimen presidencialista y construir otro eje con apertura y mercado requiere de consensos institucionales en lo político y en lo económico. Empezar a sanear los enormes huecos que se constituyen en problemas desestabilizadores; el más claro y urgente es el Fobaproa. Pero hay más, por ejemplo la cartera vencida de Banrural, los préstamos en Udis que registran dos o tres restructuraciones y las instituciones de vivienda que tienen crisis graves semiocultas. Tenemos una tarea política profunda. Los tres principales partidos tienen que acompañarse con soluciones de fondo. Van a exigir un precio y, por supuesto, hay que pagárselos. También creo que los mexicanos debemos de hacer un corte con el pasado y dejar de echarnos lodo a la cara, porque no estamos construyendo bien el futuro. Sí, yo creo que en el Fobaproa habrá que castigar al que haya incurrido en fraudes, depurar las cuentas. Pero lo fundamental está en cómo evitar sus impactos desestabilizadores y, sobre todo, restablecer la necesarísima función de intermediación del sector financiero, sin la cual el desarrollo de la actividad privada resultaría enormemente obstaculizada.
-¿Qué sucedería en caso de que no se tomaran estas medidas?
-Más descomposición social, más inestabilidad económica. Tenemos al 60% de la población en edad de trabajar en el sector informal, no pagan impuestos, ni contribuyen a plenitud a solucionar los grandes problemas nacionales. Estamos desperdiciando la riqueza del país, que es su gente. Si pudiéramos elevar la productividad y el empleo en los sectores modernos de la economía, este país ascendería vertiginosamente. Los problemas que genera la política cortoplacista hacen que el Estado descienda en la formación del capital humano y la estructura física. Se cree que los mercados resuelven todo de manera instantánea. No se dan cuenta que las instituciones de mercado hay que crearlas, y acompañarlas de una ética de los negocios para aprovecharlas. No hay ya tareas sencillas, pero conviene emprenderlas cuanto antes. Quiérase o no, los cambios estructurales que acompañan la incorporación de México al mundo sin fronteras de la globalización, han tornado obsoletos los pactos sociales que presidían, armonizando la vida nacional. Hoy hay que reconstruirlos, dentro de dos parámetros centrales: uno, avanzar en una modernización democrática, que en nuestro caso es equivalente a justicia social. No basta contar con libertades imposibles de disfrutar por falta de los mínimos recursos a una vida digna. Dos, dejar el pantano de las acusaciones mutuas, de la crítica contra la vieja o la nueva política económica, a fin de centrar las energías de todos en buscar creativamente la adaptación a los paradigmas universales que se nos imponen, sin descuido de los verdaderos intereses nacionales.