¿Son útiles socialmente los artículos de los opinadores? Don Fernando Benítez atribuye poco mérito a poner un ``huevo colérico'' cada 7 días. V.L. y J.S., grandes periodistas, dicen que la realidad debe pasar al lector tan fielmente como sea posible sin introducir interpretaciones. El gobierno no muestra respeto por los opinadores. No se deja asesorar por quien no esté en la nómina y/o piense distinto del Presidente de la República. Probablemente por eso el país esté mejor administrado y más próspero que nunca. Algunos utilizan los artículos para man- darse mensajes. Amigos y enemigos -gigantes o enanos- del articulista reciben sus señales. Publicitación postal muy divertida, pero poco efectiva. He llegado a la conclusión de que poca gente lee editoriales (unos cuantos miles de millones de lectores), y lo hace para entender lo que está pasando y saber lo que va a pasar. Pues sucede que el futuro en México ya no es como antes. Una ``amplia audiencia'' tiene interés angustioso en vislumbrar el final del sexenio. Antes un nuevo ciclo era esperanza, hoy resulta algo ominoso. La gente espera un cambio radical, pero teme que no necesariamente sea para bien.
Empujado por este ánimo público, voy a emprender un proyecto que quizá cristalizará en un libro. Me propongo anticipar cómo terminará el tiempo de Ernesto Zedillo. Hace unos cuantos días, José Angel Gurría, secretario de Hacienda, pronosticaba que esta vez no habrá ``crisis de final de sexenio''. Los opinadores y los caricaturistas, la gente en las sobremesas y las tertulias respondieron a este noble vaticinio con abiertas y a veces burlonas dudas. Los defensores del status quo llaman ``ayatolas del catastrofismo'' a quienes pronostican que, a lo peor, las cosas no terminarán bien. A los optimistas no se les puede negar el derecho de serlo, sobre todo si el régimen los ha tratado muy bien. Sería un caso de personalidad dividida si alguna de la gente que se ha encumbrado en el mando político y ha hecho grandes negocios a su amparo, se atreviera, incluso ante sí mismo, a pronosticar un futuro negro.
Antes de empezar mi construcción del futuro, he decidido preguntarles a algunos mexicanos que me parecen dotados de sabiduría pragmática, cuál es su visión de lo que sucederá al filo del año 2000. Es algo muy cercano (faltan sólo 2 años para las elecciones federales y 30 meses para que el nuevo presidente se ponga la banda en el pecho), pero todavía el puente para el Presidente y para todos nosotros está demasiado lejos. Nos esperan muchos acontecimientos, cambios, rupturas, sorpresas, que hacen a este territorio temporal inmenso e imprevisible.
Empiezo mis trabajos con una entrevista a David Ibarra (usted la podrá leer hoy en el suplemento político de La Jornada). He elegido al Lic. Ibarra porque es: a) nacionalista razonable, b) ex funcionario recto, c) conocedor teórico, d) experto en el ejercicio del poder del Estado. Estas cualidades rara vez se conjugan en la misma persona. Además no es un nostálgico, aunque le parezca mala y poco creativa la versión mexicana del paradigma neoliberal, no suspira por el regreso al populismo. Propone algo nuevo, un acuerdo integral para completar las instituciones democráticas, reconstruir la economía, comenzar la redistribución del ingreso y redondear y dar final a nuestra larguísima transición. Su voz es vigorosa y se ha unido a las de otras que forman la llamada corriente renovadora dentro del PRI, la que esperamos no se le trate con la misma inquina ciega con la que se trató en su momento a la corriente democrática. Hagamos votos para que esas voces no terminan clamando en el desierto.