La Jornada Semanal, 19 de julio de 1998
La extraordinaria difusión de la obra de Gowdy comprende su traducción a varias lenguas y la adaptación cinematográfica de dos de sus historias. Ofrecemos este relato, parte de un texto más extenso sobre una extraña familia que ``flota'', como muestra de una de las mitógrafas favoritas del Canadá de fin de siglo.
Beth flotaba algunas veces. A medio metro del suelo, y no por mucho tiempo, diez segundos o algo así. Sin embargo, no se daba cuenta cuando de verdad lo estaba haciendo. Tenía que aterrizar y experimentar una sensación de euforia antes de percatarse de que acababa de estar suspendida en el aire.
La primera vez que sucedió estaba en las escaleras de la iglesia. Miró el camino allá abajo y supo que había flotado sobre él. Un par de días después, flotó sobre las escaleras exteriores del sótano de su casa. Corrió adentro y se lo dijo a su abuela, quien sacó la pluma y el pequeño cuadernillo que llevaba en el bolsillo de su falda y dibujó un círculo con una nariz ganchuda.
Beth miró el dibujo. ``¿Ha flotado también la tía Cora?'', preguntó.
Su abuela hizo un gesto de asentimiento.
``¿Cuándo?''
Su abuela levantó seis dedos.
``¿Hace seis años?''
Moviendo la cabeza, su abuela le cogió la mano y se la apretó fuerte.
``Oh'', exclamó Beth, ``¿cuándo tenía seis años?''
Cuando Beth tenía seis años, hacía cinco, su madre se escapó con un hombre que usaba un copete que se ondulaba en el clima húmedo. La abuela de Beth, la madre de su padre, vino a vivir con ella y con su padre.
Treinta años antes de eso, un charlatán extirpó las amígdalas a la abuela de Beth, desgarrándole las cuerdas vocales y la parte anterior de la lengua.
Eso fue una tragedia, porque ella y su hermana gemela, Cora, habían estado en los límites del estrellato (o al menos eso decía Cora) como un dueto de cantantes profesionales. Habían grabado dos discos long play: The Carlisle Sisters, de Costa a Costa y Navidad con las Carlisle Sisters. A la abuela de Beth le gustaba tocar los discos a alto volumen y tararear la letra. ``La pradera de mi tierra es hermosa pero oh...'' Si Beth la cantaba, su abuela se tenía que parar cerca de ella y movía su falda y susurraba como si Beth fuera Cora y las dos estuvieran de regreso en el escenario.
La cubierta del disco De Costa a Costa tenía una foto de la abuela de Beth y de su tía Cora luciendo blusas y gorras de marinero y hacían visera sobre los ojos con una mano como si miraran en diferentes direcciones. El pelo, rubio y flotando bajo sus gorras, era glamoroso, pero Beth secretamente sentía que incluso si su abuela no hubiese perdido la voz, ella y Cora nunca habrían sido grandes estrellas debido a que tenían narices ganchudas, lo que Cora llamaba ``narices romanas''. Beth se sentía aliviada por no haber heredado esa nariz, aunque lamentaba no tener su suave, ondulado cabello, que ellas aún usaban largo, en olas que les caían en plateados rizos por las espaldas. La abuela de Beth aún se aplicaba cada mañana sombras azules para los ojos y lápiz labial rojo. Y para andar en casa vestía sus viejas, ostentosas faldas largas del escenario, ahora desteñidas -rojas, anaranjadas o amarillas, o floreadas o con remolinos de viejas lentejuelas. La abuela de Beth no se preocupaba por los desperdicios o por la mugre. Con la importante excepción del estudio del padre de Beth, la casa era un desastre -Beth comenzaba justamente a darse cuenta y a estar débilmente avergonzada de ello.
En cada una de las faldas de la abuela de Beth había un bolsillo cosido para su lápiz y su cuadernillo. Debido a la artritis en su pulgar, sostenía el lápiz entre el dedo medio y el índice, pero, aun así, dibujaba más rápido de lo que jamás Beth había visto. Dibujaba siempre personas en lugar de escribir su nombre o sus iniciales. Beth, por ejemplo, era un círculo con apretados rizos de cabello. Amy, la amiga de Beth, era un signo de exclamación. Si el teléfono sonaba y no había nadie en casa, su abuela contestaba y golpeaba con su lápiz tres veces en la bocina para decirle a quien estuviera al otro lado de la línea que era ella y que podía dejar su recado. ``Llamó'', escribía, y después hacía un dibujo.
Un sombrero masculino era el padre de Beth.
Este era un abogado muy trabajador que se quedaba hasta tarde en la oficina.
Beth tenía un nebuloso recuerdo de él bañándola una vez; esto debió haber sido antes de que su madre huyera. El recuerdo la avergonzaba. Se preguntaba si él deseó que ella se fuera con su madre, ya que de hecho se suponía que ella se había ido, porque cuando regresó del trabajo y ella estaba allí, pareció sorprendido. ``¿A quién tenemos aquí?'', pudo haber dicho. El quería paz y silencio. Cuando Beth alborotaba, él entornaba los ojos como si ella despidiera una brillante y dolorosa luz.
Beth sabía que él aún amaba a su madre. En el cajón superior de su ropero, dentro de una vieja cartera que nunca usó, conservaba una fotografía de la madre de Beth en la que aparecía vistiendo sólo una combinación negra. Beth recordaba esa combinación, y el vestido negro entallado de su madre con un cierre en la espalda. Y sus largas uñas rojas que hacía sonar en las mesas. ``Tú madre era muy joven para casarse'', fue la única revelación de su padre. Su abuela no revelaba nada, fingiendo que era sorda si Beth preguntaba algo acerca de su madre. Beth recordaba cómo su madre solía telefonear a su padre para pedirle dinero, y cómo, si su abuela contestaba y tomaba el recado, dibujaba un gran signo de dólar y después una V invertida descansando a mitad de una línea -un sombrero de bruja.
El dibujo de una V invertida sin una línea, era la iglesia. Cuando la iglesia presbiteriana fue construida a poca distancia, Beth y su abuela comenzaron a ir y su abuela empezó a leer la Biblia y a aconsejar a Beth con citas bíblicas.
Pocos meses después, un cruce peatonal apareció pintado al final de la calle, y durante varios años Beth pensó que era un cruce ``presbiteriano'' en lugar de ``peatonal''* y que el signo sobre el cruce decía: ``Cuidado con los presbiterianos.''
Su maestra de catecismo era una vieja mujer con ojos llorosos, que comenzaba cada clase cantando ``Cuando las Madres de Salem'', mientras los niños colgaban sus abrigos y se sentaban cruzando las piernas en el suelo, frente a ella. Ese himno, específicamente la parte acerca de Jesús que quería abrazar a los niños contra Su ``pecho'', hizo a Beth sentir que había algo extraño acerca de Jesús, y consecuentemente esto fue la causa de seis meses de ansiedad que la llevarían al infierno. Cada noche después de hacer sus oraciones, se tomaba unos minutos para salmodiar: ``Amo a Jesús, amo a Jesús, amo a Jesús''; la idea era persuadirse de esto. No esperaba sentir amor terrenal; esperaba el desconocido sentimiento llamado gloria.
Y cuando comenzó a flotar, se dijo: ``Esto es la gloria.''
* En inglés pedestrian es peatón. La
autora hace un juego de palabras entre presbiterian y
pedestrian.