Héctor García Cirqueras de actitudes maternales acicalándose para enfrentar a la cotidiana calaca; las calles inundadas de una ciudad que ya palpaba sus primeras tumoraciones e iniciaba su crecimiento teratológico, policías de punto, la gente y sus trabajos, los correteados y los correteadores, Rosario Castellanos y su rostro ante el espejo en el claroscuro de la tarde... de todo esto y mucho más ha sido testigo Héctor García (sus fotos del 68 denuncian la violencia ejercida desde el poder y muestran los momentos de esa solidaridad que es la forma más alta de la compasión), quien ha sabido reseñar y editorializar con sencillez humana y maestría técnica. Sus fotografías dan vida a este número de nuestro suplemento. Sabemos que anda cumpliendo algunos bien llevados años. Lo felicitamos y nos felicitamos por tenerlo como testigo de las realidades cotidianas, de los momentos dorados y de las circunstancias terribles por las que nuestro país ha atravesado. En su artículo, Isabel Fraire da testimonio de su bonhomía y aventura algunas hipótesis sobre la formación de su estilo y el dominio de su técnica.
aventura constitucional
El Senado de la República, la Secretaría de Educación yla Universidad Autónoma de Baja California se unieron para publicar la compilación de temas constitucionales bajacalifornianos realizada por González Oropeza y Aidé Grijalva. Poco sabe este bazarista de leyes y de constituciones; por eso prefiere no meterse en honduras y recurrir a su memoria para regresar a las ``chulas fronteras'' de 1953 con su mezcla de talantes industriosos, nocturnidades para los intrépidos borrachones de la navy, y luchas políticas marcadas por los viejos hábitos del sistema, pero que ya mostraban algunos aspectos novedosos. El primer gobernador, Braulio Maldonado, era un político con cierta originalidad e ideas muy propias. Un reciente ensayo de Tabuchi me hizo recordar las declaraciones cínicas y divertidas características de Braulio. El escritor italiano hablaba de un político de la Democracia Cristiana a quien le formularon la siguiente pregunta: ``¿Es verdad que el poder desgasta a los que lo ejercen?'' El político contestó: ``Yo creo que más bien desgasta a los que no lo tienen.'' En esos tiempos, el PAN encontró en Salvador Rosas Magallón, abogado y orador entusiasta, un líder natural de las crecientes clases medias de la zona fronteriza. El estudio introductorio nos describe las primeras elecciones estatales. En los cuadros de resultados hay algunas perlas del más depurado priísmo: Quinto Distrito: PRI, 10,245 votos, PAN, 0, pero también ya se anunciaba el arraigo panista en los sectores medios: segundo Distrito: PRI, 7,229, PAN, 1,405... Un buen estudio para juristas y una introducción al análisis de la joven vida política de Baja California.
a Juan
Conaculta publica en su cuarta serie de Lecturas mexicanas, la poesía escrita por Alejandro Aura entre 1963 y 1993. Treinta años de trabajo no son muchos para un poeta que habla incansable y alegremente sobre la vida y sus contados e inmensos placeres. Decía Elytis que la poesía no le agrega nada a la realidad. Sólo se limita a revelar algunos de sus aspectos ocultos. El libro de Aura es rico en esas revelaciones: ``La tierra es buena. Tampoco la helada sombra acabará con nosotros...''
en la Nueva España
Sergio López Mena continuó las minuciosas investigaciones del maestro Arróniz Báez y publicó en la colección del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM los Coloquios espirituales y sacramentales de Fernán González de Eslava. Este libro corona los esfuerzos de García Icazbalceta y del bachiller Rojas Garcidueñas al entregarnos un panorama completísimo de la obra del dramaturgo novohispano. HGV
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Toda meditación sobre el oso es una meditación sobre los gordos. La agilidad de este animal, extraordinaria a veces, es siempre inexplicable. Su diseño de luchador de Sumo no se presta para esas cosas. Los grandes corredores, gacela, liebre o pantera, son aerodinámicos, estrictos, nada falta o sobra en su dibujo. Y en el oso, hay que reconocerlo, se registra demasía, prodigalidad material, excedente graso, muscular, capilar, hasta óseo. También asociamos delgadez con sutileza y precisión. Y el oso es gordo, luego basto. Compara el abrazo del oso, cordial, pero poco matizado, con el de la serpiente, raya viviente, esbeltez introvertida y estricta, siempre peligrosa. La delicadeza del oso, que puede ser minuciosa, es también inexplicable. Así, los ponga-ponga de la Malazaca Oriental afirman que el Gran Oso creó el mundo, y por eso resultó imperfecto y extraño. Pero no malvado, porque en el gran oso gordo no puede haber maldad ni locura. Ya lo estableció el famoso Kraepelin en su tipología: el esquizofrénico es delgado, introvertido, austero, es decir, hamletiano o, como Don Quijote, amojamado y seco, y el oso, Sancho Panza de los animales, es rotundo, expansivo, alegre y jocoso. Aunque no tanto como para bailar solo en los bosques. El baile del oso nunca es baile, sino neurosis inducida. Y es, como toda neurosis, aprendizaje en el dolor. Se hace así: calientas con leños una tina de latón, subes en ella al oso cachorro. Para evitar el contacto con la tina ardiente, el pobre animal se alza en dos patas y éstas las levanta y las baja alternativamente. Tú haces sonar el pandero al ritmo de ese subir y bajar defensivo. El oso pavloviano asocia sonido y movimiento, y luego basta hacer sonar el pandero para que el oso baile. Así de simple. Los padecimientos mentales humanos son menos graciosos, pero tienen el mismo origen en este patético y defensivo aprendizaje en el dolor. ``Ama a tu prójimo porcino y gallináceo'', como dice Arreola, y para perdonar sus ofensas, que nunca faltan, recuerda la neurosis del pobre oso bailarín.
No sé cuándo ``hacer el oso'' vino a significar ``hacer el ridículo''. Antes, como lo recuerda el Diccionario de la Real Academia, ``hacer el oso'' quería decir ``galantear, cortejar sin reparo ni disimulo''. Esto es, lo que hoy llamamos ``ligar''. Nada hay más curioso e intrigante que estos cambios semánticos. ¿A qué obedeció? ``Cortejar'' muda a ``hacer el ridículo''. ¿Acaso no hay explicación? Nada es sin razón de ser, dice el Principio de razón Suficiente, nihil filt sine ratione, como decía Leibnitz, así que tiene que haber una razón lógica que una ``oso'' con ``ridículo''. Pero en el océano del lenguaje el viento sopla donde quiere, y no es cosa de andar haciendo osos improvisando aquí explicaciones. Quede pues sumido en el misterio. Hay muchas variedades de oso; distínguense, entre otras cosas, por el color de su pelaje: pardo, ursus arctos, negro, ursus americanus, el gris, que es temido; el blanco o polar, ursus maritimus, escultórico, de cabeza pequeña y hocico puntiagudo no habita en el Sur, en la Antártida (en compensación zoológica, en el Norte no hay pingüinos). El llamado oso perico, que era verde limón, extinguido, por desgracia, como el pez payaso que nada en aguas tropicales, y como el adivino Tiresias, cambiaba de sexo: de joven era hembra y de viejo, macho. Gustaba de trepar en los árboles y posado en las ramas, silbaba y hablaba como los loros, de donde su apropiado nombre. Hay otras especies singulares: de los osos de Tamerlania, en el Norte de Hungría, se aplaudió mucho la religiosidad, pues, se dice, si encontraban un templo vacío, entraban en él, se sentaban en las bancas y su actitud indicaba el rezo. Y en las Cuevas de Pulgah, en Cambodia, catorce osos, de los llamados bozones o bodoqueros, construyeron un palacio de piedra, madera y lodo. Aunque grande y sólido, su forma, que vagamente recordaba la de un panal, era extraña y francamente incomprensible. El sabio Augusto Atenor Spalanzani, experto en magnetismo animal y mecánica, fabricó un oso autómata de plata y otros metales. Era de gran tamaño y se accionaba con cuerda. Pero algún error tenía el diseño, porque no bien fue echado a andar, el autómata dio vuelta y devoró a su constructor. Lo mismo le ocurrió después a un ingeniero turco cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros. Por eso se desaconsejan con energía este tipo de fabricaciones.
Aburridos, acabamos llamando a unas call girls. Era la despedida de soltero de mi amigo El Méndez y no estábamos en nada, salvo en mirarnos las caras. De pronto alguien que prefería taparse la cara con el periódico leyó: ``Guapísimas modelos, bellas edecanes, altas, delgadas, finas, primera clase, Grecia, New York, Miami.'' Se detonó el ``click'': todos habíamos visto muchas películas de despedidas de soltero con esos pasteles de los que salen rubias apretadas en escasa ropa interior, que terminan en una ``disolvencia'' con toma de fuego en la chimenea y, a la mañana siguiente, el soltero se entera de que se ha casado con una bailarina boba que no puede parar de reír. Mientras la concurrencia se preguntaba si esa secuencia ``Grecia-Nueva York-Miami'' se refería a una cadena de contagios, llamé. -Estamos al dos por uno: una rubia y una morena por el mismo precio -dijo la voz en el teléfono. -Queremos que salgan de un pastel y bailen -le informé. -¿No las quiere con ``relación''? -No -respondí con la ligera sospecha de que los reunidos en la despedida de soltero no juntábamos ni para el taxi de regreso. -Pero de todos modos se las cobro, por si se les antoja. Mientras tanto, los invitados se aventaron hielos. Y como a las once de la noche van llegando un par de señoras con unos plafones de unicel despostillados: era el pastel, ya medio polvoriento, y desarmado. Creo que, alguna vez, el pastel debió tener varios pisos y ser de color rosa, pero eso es sólo una intuición arqueológica. Las mujeres intentan armarlo, no pueden -cruje el unicel, una de ellas chasquea la lengua, la otra bufa un poco- y, para ocultar su fracaso, se desnudan en tres segundos, muestran las señales de cesáreas practicadas con picahielos, despiden olor a crema Teatrikal e insisten en llevarse al Méndez a uno de los cuartos que -ellas no lo saben- contiene miles de gorras en forma de cocodrilo (uno de los muchos negocios fracasados del Méndez). -¿Les ayudamos a armar el pastel? -dice alguien. -No. Ya no embona. Y se nos olvidó una parte, ¿verdad, m'nita? Se rascan las cabezas, mascan chicle, se nos quedan viendo con mirada intimidatoria. -Bailen, por favor -dice el más audaz de nosotros. -No hacemos ``show-lésbico'' -responden muy dignas. -Pero no queremos que se toquen, sólo que bailen para nosotros y ya -explico, pero ellas niegan con la cabeza. Hay un momento de incertidumbre. Se les pregunta qué música les gusta, nos dicen, no tenemos idea de qué pueda ser eso, se desesperan, dejan caer los brazos en actitud de rendición, se cuchichean, nos miran feo. -Voy a hacer un poco de café -propone otro-, ¿alguien quiere? Las tipas se visten y terminan tomando sus tazas con el pulgar y el índice, frunciendo las bocas pintadas para soplarle, encendiendo cigarros, despatarradas en las sillas, dando largos bostezos. Y así, nos enteramos de que Sodoma y Gomorra es una casa del Infonavit en una zona que sólo sabemos que existe por los reportes de la contaminación del aire. La conversación se anima. -Yo me embaracé a los diez años -explica una, retacándose una galleta salada y sorbiendo café-: me drogaron y mi tío abusó de mí. -Yo tengo dos niñas -asegura la otra y, no obstante que su abdomen no deja lugar a dudas, saca de su bolsa la cartera con las fotos de sus hijas.
Las fotografías que circulan son recortes de revistas -niñas gringas, sonrientes, impecables- y alguien, con una definida vocación de trabajadora social, pregunta por el padre de las criaturas. -Se murió de un balazo. -¿Robando un banco? -pregunto. -No, limpiando una pistola. Fue hace como siete años. Ya no conoció a la más chica. Se hace un ``ah'' generalizado. -¿Y les ha tocado de todo? -Sí. Pero afuera está nuestro chofer. Está armado. Cualquier grito nuestro y entra disparando. Se llama Rodrigo. Varios coreamos: ``Ya''. Se sirven más café. Una empieza a contarnos cómo su madre llegó a la ciudad: -Caminó desde un pueblo en Oaxaca. Llegó descalza. Ni español hablaba. -Yo no conocí a mi madre -dice la otra- o a lo mejor sí, pero ya no me acuerdo. Crecí en un orfelinato. Se sirven otra taza. Encienden cigarros. Con las uñas se sacan del paladar la masa de las galletas. Nos cobran. La concurrencia saca hasta monedas. -Han de pensar que somos unos fresas -dice alguien, casi pidiendo perdón. -No. Los más perversos son los que sólo preguntan -concluye la morena y se van arrastrando una bolsa con el pastel desarmado. No hay ningún chofer esperándolas. Y El Méndez enjuga una lágrima.
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