Rusia y el FMI
A comienzos de esta semana se anunció que el Fondo Monetario Internacional, junto con otras organizaciones, había acordado otorgar asistencia financiera a Rusia por 22 mil 600 millones de dólares durante 1998 y 1999. A cambio, el gobierno ruso se comprometió, en primer lugar, a reducir el déficit en el presupuesto público. Lo que llama la atención es la celeridad con que el FMI decidió otorgar este crédito, que hace tiempo había sido solicitado y negado hasta finales de la semana pasada en virtud de que el gobierno ruso no había cumplido con los compromisos que anteriormente había acordado con el fondo. Ante la urgencia de disponer de estos fondos, Yeltsin lanzó el rumor de que la situación económica crítica por la que atravesaba el país podía derivar en un golpe de Estado. Este fue el argumento que convenció a Clinton para presionar rápidamente al fondo para que accediera a conceder el préstamo.
El desorden imperante en la economía rusa se puede apreciar a través de los siguientes antecedentes: durante 1998, la bolsa de valores ha perdido más de 60 por ciento de su valor; la corrida contra el rublo obligó, la semana pasada, a fijar la tasa de interés de los bonos del tesoro en 140 por ciento; millones de trabajadores no han recibido sus salarios durante los últimos meses, y el gobierno adeuda más de 10 mil millones de dólares por este concepto. Sin embargo, la protesta social ha sido mínima; sólo los mineros del carbón han exigido la destitución de Yeltsin debido a la masificación de la economía informal y de las actividades subterráneas. Además, las reservas del banco central han descendido a 15 mil millones de dólares, suma pequeña comparada con la dimensión de la economía rusa, a la vez que ha sido imposible equilibrar el presupuesto público a causa de la evasión fiscal generalizada. Para empeorar esta situación, ha fracasado dos veces el intento de vender una de las empresas estatales más preciadas, la petrolera Rosneft, por no haber interesados dispuestos a pagar el precio mínimo estipulado, mientras que el principal generador de divisas, la exportación petrolera, ha resultado perjudicado por la caída de los precios mundiales del crudo.
En los últimos años el FMI ha resuelto rápidamente otorgar asistencia financiera --sin exigir el cumplimiento riguroso de las condiciones a las que están sujetas estas operaciones-- a algunas economías relativamente grandes en las que Estados Unidos tiene especial interés. De esta situación se benefició la economía mexicana en 1995. La mayor interrelación entre estas economías y la magnitud de las inversiones estadunidenses en valores mexicanos determinan que a Estados Unidos le interese evitar una catástrofe económica en México. La lección de las pérdidas que experimentaron los fondos mutuos que habían invertido en valores mexicanos a raíz de la devaluación de 1994 se aprendió rápidamente.
La ventaja de Rusia es otra. Pese a ser una economía de gran magnitud, su grado de interrelación con el resto del mundo es relativamente bajo, por lo que una catástrofe de la economía rusa tendría efectos reducidos a nivel mundial. El argumento con que Yeltsin chantajea a Clinton y a otros líderes occidentales es que la situación crítica de la economía puede derivar en un golpe nacionalista que modificaría radicalmente la política internacional rusa. El tener que aceptar la expansión de la OTAN hacia el Este, los intentos de incorporar a los pequeños estados del Báltico a esta organización, las decisiones que toma Estados Unidos al margen de la ONU para desplazar sus tropas hacia los Balcanes y su influencia nula en Medio Oriente, a la vez que se activan los conflictos con Turquía, ha sido una humillación para Rusia. Es del interés de Estados Unidos y Alemania impedir que Rusia tenga una posición decisiva en los asuntos internacionales, por lo que junto con las organizaciones financieras controladas por Washington están dispuestos a sostener a Yeltsin, quien les garantiza que Rusia seguirá siendo humillada.