Los indicios son cada vez mayores de que la economía japonesa entró en un periodo de estancamiento, si no de recesión, y se anticipa que será de larga duración. Esto lo afirma la Agencia de Planificación Económica de ese país, la que estima, además, que se alcanzarán niveles récord de desempleo y un aumento en las quiebras de empresas y bancos. Se han registrado ya caídas en las inversiones y en las corrientes del comercio exterior que están cambiando tanto las corrientes económicas como las expectativas de los agentes en los mercados.
La debilidad de la economía de Japón, después de muchos años de haber jugado un papel central en la dinámica de la economía mundial, se complica con la fragilidad de su sistema financiero. Y es esta perversa combinación la que puede convertirse en un factor de inestabilidad global.
El caso japonés pone de relieve la manera en que la consecución de los equilibrios macroeconómicos y la rendición de ``buenas'' cuentas financieras para satisfacción de los inversionistas, se convierte eventualmente en un creciente factor de riesgo y vulnerabilidad. Al respecto destaca el hecho que la regulación bancaria permite a los bancos japoneses contabilizar como parte de sus activos las tenencias accionarias en diversas empresas. Ello motivó a las autoridades hacendarias a promover políticas para mantener elevadas las cotizaciones en el mercado bursátil. Ante el cambio de las expectativas por el menor dinamismo económico, los precios de las acciones tienden a ajustarse a sus valores reales, es decir, a los parámetros reales de la rentabilidad de las firmas que las emiten. Finalmente, parte del edificio financiero tiende a derrumbarse como un castillo de naipes, y es el control de ese derrumbe lo que marca la etapa actual del debate sobre la economía de ese país.
Las consecuencias de la crisis económica y financiera de Japón pueden ser sumamente graves. Esto se deriva de la intrincada serie de relaciones que surgen de las transacciones comerciales y financieras especialmente entre esa economía con las del este asiático y Estados Unidos. Si el yen se debilita se elevará, artificialmente, la competitividad de las exportaciones japonesas, poniendo en desventaja a las de los otros países de la región. Con ello podría surgir una nueva etapa de devaluaciones competitivas como la que caracterizó a los mercados mundiales después de la crisis de 1929. Esto tendería a involucrar a la economía china, cuya participación en las exportaciones regionales es cada vez más grande y que cuenta con una mayor capacidad de reducir sus costos de producción.
Un yen más barato afectaría también de modo directo a las cuentas externas de Estados Unidos, que registra nuevamente un aumento en su déficit comercial con Japón. Pero los efectos adversos se darían también en el terreno de los flujos de capital. Ante una recesión interna, los inversionistas japoneses podrían retirar sus colocaciones en los certificados del Tesoro, que son las que hacen posible financiar su superávit comercial. La respuesta de la Reserva Federal sería elevar las tasas de interés, con lo que los efectos de la crisis japonesa se extenderían por los canales de los mercados internacionales de capitales. Por último, la quiebra de los bancos japoneses no limita sus efectos a esas instituciones, sino que afecta a los bancos en otros países debido a la intrincada red de transacciones interbancarias, ya que los bancos no participan solos en los grandes créditos.
Contener los efectos adversos de la crisis japonesa requiere de un ajuste interno que tiene que ser aceptado por aquella sociedad, en donde se aprecia ahora claramente una crisis política que expresa los conflictos existentes. De igual manera exigirá una fuerte intervención de las otras economías industrializadas y de los organismos financieros internacionales. Esto requiere no sólo de voluntad política sino de recursos económicos. El peligro es que estas intervenciones, de ocurrir, opten por seguir inflando los rendimientos financieros en perjuicio de las inversiones productivas y se extienda el campo de la especulación.
La evidencia de la crisis es clara. Su extensión se convertiría en otro fuerte choque externo para la economía mexicana. Y si la caída del precio del petróleo agarró a las autoridades financieras por sorpresa, el impacto japonés está más que anunciado.