En México la política de población es parte sustancial de la política de desarrollo. La población y el desarrollo son una unidad indisoluble. Cómo conducir la dinámica de crecimiento poblacional, qué criterios en su distribución geográfica y qué valores perseguir frente al individuo concreto son ya de por sí, para nosotros, planteamientos que se inscriben en una estrategia de desarrollo.
En el México moderno no se trata ya de ser más o menos, de aumentar o reducir arbitrariamente los índices de natalidad, sino de garantizar, con planeación, corresponsabilidad y esfuerzo colectivo del Estado y la sociedad civil, mínimos de bienestar para la realización integral de todos.
Nuestro país requiere, y requerirá, de la suma y esfuerzos de las voluntades de todos los sectores sociales, para afrontar los retos que en materia poblacional habrá de imponernos el futuro.
Nuestra población, de acuerdo con las estimaciones del Conapo, asciende a 96.3 millones de habitantes. Se estima que durante 1998, ocurrirán alrededor de 2.3 millones de nacimientos; la esperanza de vida, por otra parte, es de 74 años, esto es, más del doble que la registrada en 1930, y la fecundidad es de 2.5 hijos, cuando hace tres décadas era de poco más de siete hijos.
La actual situación demográfica de México se caracteriza por el rápido crecimiento que tuvo la población hasta los setenta. A pesar de que el ritmo de crecimiento comenzó a disminuir desde entonces, la población ha aumentado en números absolutos.
Hoy queremos ser tantos mexicanos como el país pueda ofrecerles un nivel decoroso de vida, con oportunidades reales para desplegar sus actividades creadoras.
México está lejos de la rigidez imperativa estatal. Hay sí, conducción firme y racional del proceso productivo y de la política poblacional, pero no imposición de esquemas y criterios. México avanza a la modernidad, que es, ante todo, reivindicación del ciudadano como actor central de su propio destino. Y eso vale para la política demográfica: aquí no operan ni coerción física ni manipulación de las conciencias.
Desde la promulgación de la Ley General de Población en 1974, y sus posteriores reformas, se definió como objeto central de la política en la materia, regular los fenómenos que afectan a la población en cuanto su volumen, estructura, dinámica y distribución en el territorio nacional, con el fin de lograr que participe justa y equitativamente de los beneficios del desarrollo económico y social. Pero regulación no es mandato imperativo; es conducción racional del proceso. Y para eso apela invariablemente a la decisión libre y razonada de cada individuo.
Al final del siglo seremos aproximadamente 100 millones de mexicanos. De acuerdo con las tendencias actuales, el ritmo de crecimiento de la población menor de cinco años, se mantendrá estable hasta el fin de siglo y posteriormente disminuirá. En cambio, el grupo en edad de estudiar alcanzará un máximo de 20 millones, mientras que la población en edad de trabajar sumará 62 millones, y la cantidad de personas de la tercera edad será próxima a los 5 millones.
Estas cifras, con el enfoque que se les quiera ver, nos hablan de los enormes retos a los que se habrá de enfrentar nuestro país. Debemos, pues, reflexionar en medidas bien fundamentadas y mejor planeadas para aprovechar más ampliamente este gran potencial humano que se desenvolverá en el futuro y que habrá de exigir educación, salud, empleo y servicios.
Particularmente, nuestras políticas de población deberán atender los puntos más sensibles de nuestra sociedad, como lo representan los grupos indígenas del país, que en la parte sur y sureste reúnen al 56 por ciento de la población indígena de México, y es justamente la que presenta las peores condiciones en cuanto a indicadores sociales, económicos y de salud.
Datos a principios de esta década apuntan que el 90 por ciento de los niños menores de seis años tenían alimentación deficiente y que del 10 por ciento restante sólo 1 por ciento consumía leche, carne, huevo y pescado de cuatro a siete días a la semana. De igual forma, entre los niños menores de cuatro años, sólo 1 de cada 5 presentó peso y estatura normales.
Toda acción que se instrumente en materia de población deberá contemplar precisamente a los grupos más desfavorecidos de nuestra sociedad, atendiendo sus condiciones de salud, alimentación, empleo, educación y servicios.
El fin último de toda política de población de desarrollo es propiciar el bienestar de la población, elevar con equidad los niveles de vida. La población, en su dimensión estrictamente demográfica, es una expresión del desarrollo: una comunidad articulada con equilibrio, con uso racional de los espacios, y planificación en los índices de crecimiento es una comunidad desarrollada.
Mucho se ha avanzado en el terreno de la política de desarrollo en general y en el de la política de población en particular. Hay voluntad política a favor y recursos técnicos fluyendo. El trecho a cubrir en México, sin embargo, sigue siendo largo. Hemos encarado el desafío. Esperamos más.
* Senador de la República.