La Jornada 22 de julio de 1998

REGRESARA AL PERIODISMO

César Güemes Ť En corto, sin grabadora, pues, Elena Poniatowska da a conocer que en cuanto termine su más reciente novela, se reincorporará a las filas del periodismo en este diario. Antes, hablamos de su nuevo libro, Cartas de Alvaro Mutis a Elena Poniatowska (Alfaguara), que versa sobre una de sus pasiones, la literatura epistolar. ``Una es llevada por la mala y atesora más afanosamente lo que le inquieta'', dice la escritora.

--Las cárceles mexicanas han albergado a varios intelectuales y artistas. ¿Qué aprende una persona perteneciente a ese ámbito respecto de la privación de la libertad?

--Quien mejor ejemplificaría la respuesta es José Revueltas, quien casi pasó más tiempo en la cárcel que fuera de ella. Solía subir al atardecer al polígono, ya que estaba en una crujía. Luego, Mutis estaba y está en contra de la reclusión, porque dice que la vida no le devuelve después a uno ni un solo día de los perdidos, ni la esperanza, ni nada.

--Es poco sabida la razón de su estancia en prisión. ¿Usted la conoce?

--Eso sí debería decirlo él. Yo lo que sé es que tenía una acusación en Bogotá de una compañía petrolera. Pero fuera de ahí no conozco más del caso.

--¿Es en la cárcel donde lo conoce?

--No, lo vi antes en alguna fiesta. El siempre ha sido muy popular, encantador. Hacía magníficas imitaciones de Neruda, todas las mujeres querían que las cortejara, llegó con una cauda de admiradores enorme. Uno de los primeros fue Paz, que hizo mucho por obtener su libertad. Detrás de una carta que me escribió a mí Mutis, de su puño y letra, Paz redactó una misiva al presidente pidiéndole su intervención.

Amistad desde Lecumberri

--¿Cómo se genera una amistad tan estrecha entre ambos como para que Mutis comience a escribirle cartas?

--Creo que se generó por la desesperación de él. Por entonces lo visité, comencé a llevarle libros. Y los lazos de amistad se hicieron fuertes, en efecto, cuando estuvo en prisión porque antes éramos simples conocidos. Yo le festejaba, como todos los demás, las historias que contaba. El es uno de los hombres más encantadores y seductores con los que se pueda una encontrar. La amistad se creó a través de cada domingo que iba a Lecumberri.

--En el 68 hizo usted algo parecido, acudir a Lecumberri. ¿Qué es lo que la llama de las cárceles?

--Soy visitadora de Lecumberri. Empecé a ir porque recibí la carta de un preso que se llama Jesús Sánchez García, que montó la obra El Cochambres. Ahí comencé, a invitación suya, para ver esos montajes. Incluso hice algunos trabajos similares cuando el movimiento ferrocarrilero, que es más o menos la época en que me encuentro a Mutis en Lecumberri. Pensé que para una periodista no había nada mejor en la vida que ir a esa cárcel a entrevistar personajes. Como periodista sabes que uno siempre persigue a la gente para que conceda unos minutos. Pero la mayoría de las personas dicen que no, que después. En cambio, en la cárcel todos quieren platicar.

--Es un sitio donde todos tienen tiempo y siempre están.

--Eso. Y además tienen la sensibilidad a flor de piel. Lo que buscan es un oído amigo que los escuche. El general Martín del Campo, que era un hombre buenísimo, ya grande, el mismo que sacaba a Siqueiros de Lecumberri a dar la vuelta, fue quien me dio permiso para hacer algunas entrevistas con la condición de que fueran en el polígono. Entonces iba yo cargando una grabadora gigantesca que me alargó el brazo derecho de tanto que pesaba. Y todos acudían a platicar conmigo, no sólo Siqueiros. Hasta los celadores se acercaban a escuchar o de plano a participar.

--No siempre eran personas dedicadas a la cultura.

--Claro, por eso es que tengo grabada, por ejemplo, toda la vida de Demetrio Vallejo, o la de Alberto Lumbreras o de Dionicio Encinas o de Gilberto Rojo Robles. Y no sólo ferrocarrileros, sino presos por delitos comunes.

--Cuando se realiza una entrevista en la vida civil un poco lo que se da a cambio es la publicación de la misma. ¿Qué se entrega cuando, como en el caso de la grabación de una vida entera, no es la publicación inmediata del hecho periodístico?

--Mis entrevistados pensaban siempre que en algún momento podía publicar algo de lo dicho o ayudarles de cualquier otra forma, lo cual hice en el caso de Lumbreras, de Vallejo y de Jesús Sánchez García. Aunque lo que estaba a cambio era el tiempo en que ellos hablaban de sí mismos, encontraban una persona empática. Siqueiros estaba persuadido de que eso se publicaría tarde o temprano, aunque en esa época era muy difícil hablar de él.

--Hasta ahora no ha mencionado nombres de mujeres, que seguramente también entrevistó.

--En el 68 fui a la cárcel de mujeres. Entrevisté a Tita, Nacha y a la abogada Adelita Castillejos. Aunque a ellas las vi realmente sólo en cuatro ocasiones. El camino que me sabía era el de Lecumberri.

--¿Qué se aprende como periodista al acudir a estos lugares con la posibilidad de entrar y salir el mismo día?

--Se aprenden cosas muy dolorosas. Ahora que mi madre ha estado ya dos semanas en cardiología, entiende uno que en un parpadeo se cierran los ojos y ya, te fuiste, desapareces. En Lecumberri, lo mismo que en una cama de hospital, se aprende que todo lo que uno es, las ideas, las convicciones, de un minuto a otro ya no son nada. Son los demás los que lo manejan a uno a su antojo. Ha de ser muy terrible perder no sólo la movilidad, sino que no se puede hacer casi nada, y en la cárcel el espacio es diminuto.

Revueltas y Heberto Castillo, invencibles

--Aunque hay personas a las que les ocurre lo opuesto, no se dejan vencer. El ejemplo ideal de esto sería, además de Revueltas, Heberto Castillo.

--Digamos. Y también hay gente que se encuentra a sí misma en la cárcel. A los llamados conejos, que son los presos reincidentes, la prisión les resuelve su problema de vida, la manutención e incluso su conducta. Y hay personas que como Heberto saben que ninguna cárcel los va a vencer y encuentran ahí un obstáculo más que salvar. Tengo una carta bellísima de él en la que me habla de esto. La gente valiosa, en ese tipo de adversidades, se vuelve triplemente valiosa.

--Quizá encuentran disciplina interna.

--Eso, más el carácter y la forja de la voluntad. Ya sé que esto se oye como estrofa del Himno Nacional, pero es verdad. En la cárcel y en los hospitales es donde las personas se prueban a sí mismas.

--De modo, Elena, que buena parte de su vida está reflejada en las cartas que le han escrito y en las que ha enviado. ¿Es así?

--Para mí recibir cartas ha sido siempre muy importante, aunque por el contrario nadie me ha dicho jamás que ha guardado misivas mías. Seguramente le escribí a Paz, pero no sé que conservara mi correspondencia. Y lo mismo a Mutis, pero no podría asegurar que todavía tiene lo que le envié.

--¿Era este el tiempo de publicar las cartas de Alvaro Mutis? ¿Hubo un acuerdo previo?

--Lo hubo. Y las publico en este tiempo porque me las encontré en mi archivo. Hay otras pendientes, por ejemplo, de Parménides García Saldaña, de su época moralista, mucho antes de volverse roquero. El caso es que le hablé a Alvaro, me pidió leerlas y luego de hacerles mínimos cambios, aceptó. Claro, con ciertas condiciones. Aceptó, me decía, porque se trataba de mí y bajo los requisitos de que el volumen apareciera en Alfaguara, donde está su obra, y que él no tuviera nada que ver con la publicación, ni las presentaciones.

--A diferencia de las personas que no guardan sus cartas, usted sí almacena y archiva todo lo que le escriben

--Todo, todo. Desde las que vienen de personas que no voy a ver nunca en la vida o la primera que recibí en 1953 donde me insultaron por todos lados. Y guardo las de aprecio, que han sido más. Lo que pasa es que una es llevada por la mala, y atesora más afanosamente lo que le inquieta.

(Cartas de Alvaro Mutis a Elena Poniatowska será presentado hoy a las 19:30 horas, con los comentarios de Ana María Jaramillo, Felipe Agudelo y José María Espinasa, en la Feria del Libro de la Ciudad de México, en el World Trade Center.)