Adolfo Sánchez Rebolledo
Mediación y mediadores

La reaparición del EZLN ha suscitado toda clase de conjeturas sobre el futuro. Las más optimistas ven en la ruptura del silencio zapatista la antesala del diálogo directo. Pero no es tan sencillo. Ya en otros momentos estuvimos cerca de una solución política y, sin embargo, luego todo se vino abajo, sin que ninguna de las partes esté libre de responsabilidades. Lo cierto es que sobre los ya varios diálogos, en catedral, en San Andrés, al final prevaleció el cálculo político que subordina los intereses generales de la paz a las necesidades tácticas de las partes.

El gobierno ha dicho en repetidas ocasiones que no busca una solución militar. Acaba de reiterarlo en estos días. Tampoco el EZLN está en condiciones de imaginar una salida de ese orden. Nadie quiere la guerra pero ninguno conoce el camino a la paz. Hablando en términos generales, no hay condiciones nacionales ni las internacionales para que la guerra resuelva el problema, pero sí las hay, en cambio, para incubar una situación de violencia y descomposición social, de retroceso político general. Y eso sí es grave y posible. ¿Por qué, entonces, no se abre la vía franca a la negociación política, imaginando agendas y mecanismos que ayuden a garantizar los acuerdos y a darles viabilidad legal e institucional? ¿Por qué no buscar una especie de diálogo civil entre la sociedad y el Congreso, por ejemplo, que ayude a crear las condiciones políticas y de confianza para negociar y cumplir lo que se negocie? Un aspecto del asunto tiene que ver con la mediación.

Se pide la mediación internacional para resolver el conflicto sin agotar las instancias nacionales que están obligadas a desempeñar un papel más activo en la solución del problema, como el Congreso, los partidos políticos y la propia sociedad civil que puede desplegar más y mejores iniciativas en favor de acuerdos sustentables. Antes de mirar hacia afuera no estaría de más hacer un balance mínimo lo más objetivo posible de lo que ha ocurrido hasta hoy. La experiencia de la Conai, por ejemplo. Todavía no hemos tenido una discusión franca sobre sus aciertos y errores, como tampoco se ha hecho --por parte de los partidos o los analistas políticos-- un recuento de las experiencias del diálogo en sus diferentes facetas y momentos. El tema Conai sencillamente pasó al campo de la polarización y ahí quedo, aunque su actividad estuviera contemplada en la propia Ley de Concordia. Vamos, ni siquiera el Congreso ha discutido la labor de coadyuvancia de la Cocopa, ni se pregunta si la ley que rige a las partes requiere actualizarse, mucho menos se le indican desde allí las líneas maestras de actuación, como si la comisión fuera, en efecto, una entidad autónoma al margen de partidos y fracciones parlamentarias. El asunto de la ``propuesta Cocopa'' de reformas ilustra patéticamente la situación.

Es evidente que en otras condiciones bastaría la presencia de un solo mediador, discreto y honorable, para cumplir las delicadas tareas que trae consigo la responsabilidad de propiciar el diálogo. Pero no es el caso. Se pide una mediación que, a la vez, sea garante de los acuerdos. Sin embargo, se pide la mediación internacional, pero ésta es inadecuada en un conflicto interno que, por decirlo de alguna manera, está regulado por una ley del Estado que ambas partes se esfuerzan por no romper (aunque no se cumpla del todo).

La mediación no es equivalente a la diplomacia preventiva puesta en práctica por la Organización de Naciones Unidas: mediación no es intervención. Por eso, la mediación se produce y sólo es posible a solicitud de y con el consentimiento de las partes. Para no equivocarse en cuanto a los fines, es importante saber qué se busca cuando se pide la mediación internacional, ¿una condena al gobierno o el despliegue de los buenos oficios del organismo internacional para promover el diálogo y la negociación?

Si de esto último se trata, es obvio que hay en la sociedad civil mexicana suficientes hombres y mujeres que podrían cumplir a cabalidad con ese cometido. Y no hablo únicamente de los nombres ilustres que se han barajado durante estos días y que de suyo garantizan la honorabilidad requerida, pues creo, más bien, que una mediación eficaz es aquélla que, además de reconocer las necesarias habilidades individuales de sus integrantes, es capaz de darle cabida también a variados grupos de interés, capaces de forjar compromisos nacionales a favor de la paz. Tiene razón Marcos: es la hora del Congreso y de la sociedad civil. También debiera ser el tiempo de la madurez y el sentido común.