La persistente, casi obsesiva, presencia de Godzilla en la cartelera me impulsó a escribir sobre los monstruos cinematográficos, unos grotescos y tiernos, otros horribles y admirables, que aparecen con frecuencia en las pantallas de nuestro planeta azul. El primer filme de la serie es Japón bajo el terror del monstruo Godzilla (1954), de Inoshiro Honda, financiada por Toho Co., productora que se encargará exhaustivamente de este tipo de cine. Varios barcos japoneses desaparecen misteriosamente en el mar sin dejar huellas. Un periodista estadunidense indaga la causa de tales hechos. El causante es, por supuesto, Godzilla, un monstruo surgido de las explosiones atómicas.
Tras las peripecias de rigor, un científico descubrirá, finalmente, el modo de vencer al monstruo --es necesario que el animal se halle en el mar-- y lo destruye. Este argumento sencillo ofrece el esquema que servirá de patrón a la serie, susceptible de ser dividido en seis apartados.
1. Una explosión atómica despierta al monstruo. 2. La criatura hace su aparición, ataca y destruye algunos pueblos. Ya ha entrado también en escena el protagonista, por lo general un científico. 3. El monstruo ataca Tokio. 4. El ejército utiliza todos los medios posibles para destruir al animal, sin ningún resultado. 5. Vemos la destrucción de las ciudades, el éxodo de las masas. 6. El científico, apunta la última posibilidad y efectivamente el monstruo se desploma, entre grandes alaridos, destruido.
Aparte de Godzilla, Gilala es otro monstruo cinemático, con un peso de 15 mil toneladas. En el interior de su enorme cuello alberga un radar capaz de descubrir cualquier fenómeno geológico. Cuando Gilala se enoja, emite rayos de siete diferentes colores con fuerza destructiva superior a la de las armas nucleares. Mide 60 metros de altura y tiene unos enormes ojos redondos, de color rosa; carente de dientes, posee un agudo falsete en su voz que hace erizar el cabello de los cinéfilos.
Otro monstruo famoso es Gappa, trifibio nacido en una isla del Pacífico sur, capaz de cruzar el océano por debajo del agua a mayor velocidad que cualquier submarino impulsado por energía nuclear, y de volar más rápido que un reactor. Gappa emite rayos mortales y vomita llamas por la boca con temperaturas superiores a 5 mil grados centígrados. Su cuerpo se asemeja al de un dragón. Las hembras tienen un rasgo que las distingue: llevan cuentas luminosas, como perlas, en los dedos de los pies, tan brillantes que ciegan a cualquiera que las vea.
Existen, desde luego, monstruos que se comportan de forma generosa, que son caritativos y tienen buenos sentimientos. Por ejemplo, la tortuga Colmiyuda, que escupe llamas, o Gamera, de instintos muy piadosos. En una de las películas protagonizadas por Gamera, un niño le toma gran cariño. En un momento determinado, Gamera arrastra a un rival por las laderas del monte Fuji y lo sumerge en el cráter, todo para salvar al niño. Y no es este el único ejemplo. En una cinta acerca de los gappas, unos científicos logran apoderarse de un Gappa pequeño y lo llevan a Tokio para someterlo a estudio. Después de una intensa búsqueda, papá y mamá Gappa encuentran a su cría a quien liberarán luego de una batalla tremenda, en la que derrotan a las fuerzas japonesas. ¿Acaso estos seres apocalípticos vienen a ser metáforas de la destrucción ocurrida hace 53 años en Hiroshima y Nagasaki?
El cine estadunidense también maneja a estos mutantes en películas como Them que muestra hormigas gigantescas, o como It Came from Beneth the Sea que agita un descomunal pulpo; o Tarántula, o Jaws (Tiburón, 1975) de Steven Spielberg.
Más allá de monstruos cinematográficos, no olvidemos que Rilke, el poeta alemán, escribió: ``... y la mirada animal advierte enseguida que no estamos muy seguros en este mundo''.