A casi 50 años de la revolución cubana, ha llegado desde hace rato el momento de un balance. En cuanto al pasado, ni siquiera los enemigos pueden ignorar la importancia histórica de ese evento que cambió el curso de la historia cubana y latinoamericana. La construcción de un territorio libre del imperialismo a 150 kilómetros de Florida y el ejemplo de una revolución de campesinos y trabajadores, pluralista y democrática en sus primeros dos años y autora de la más profunda reforma agraria latinoamericana, galvanizó el continente y se le quedó en el garguero al Departamento de Estado, que respondió con el bloqueo que mantiene desde entonces.
La independencia nacional, la reconquista de la dignidad, el esfuerzo de desarrollo endógeno de ese pequeño país a las puertas de la primera potencia mundial fueron ejemplo y bandera para todos los demócratas. Pero vino un después, con la burocratización, el sectarismo, la persecución a los disidentes reales o supuestos, como los homosexuales y los marxistas revolucionarios, y vino la subordinación al llamado modelo del llamado socialismo real que ni era modelo ni era socialista. La revolución cubana, debatiéndose en el pantano del realismo de Estado y de la realpolitik , perdió su atractivo inicial. Pero subsiste aún hoy la necesidad de defender la autonomía y la independencia nacional de Cuba y las conquistas que, por maltrechas que estén, todavía resisten. El apoyo a un proceso revolucionario se redujo a la oposición, la arbitrariedad y la prepotencia imperialista y a la defensa del principio democrático de la autonomía nacional, pero sin poder defender la situación interna cubana, viciada por la burocracia, la falta de democracia e incluso los privilegios y desigualdades que crecen sin cesar desde hace años. Este tipo de defensa, por importante e imprescindible que sea, es mucho más débil y desencantado que el sostén de que gozaba al nacer la revolución. Cuba cuenta hoy más, para defender su independencia, con los gobiernos y con los intereses de los capitalistas que no se someten al bloqueo, que con los trabajadores y los oprimidos, a los que hace rato ha dejado de dirigirse Fidel Castro y su partido único. Y eso torna débil, frágil, incluso la defensa de la autodeterminación frente a los intentos de aplastamiento del régimen mediante una intervención sangrienta, o de asimilación de Cuba a Estados Unidos, a la portorriqueña, contando para ello, como en Europa oriental, con algunos candidatos a Yeltsin y otros miembros de los Burós Políticos seudocomunistas y de la nomenklatura seudoigualitaria que se reciclan como burgueses y Quislings sin problema alguno, porque se formaron durante decenios en los valores capitalistas aunque se llenasen la boca con un socialismo que jamás conocieron. De este modo al peligro exterior se añade el peligro de la conquista interna y el derrumbe, y no sólo por las dificultades económicas, que se pueden soportar a condición de que exista una moral combativa, aunque no por decenios, sino sobre todo por la caída de la tensión ética y revolucionaria, por la falta de horizontes, ideas, de utopía realizable, y por la despolitización y desmoralización originadas por la falta democracia y por el rechazo a la lengua esotérica del poder y a su doble lenguaje, que no convencen ni movilizan.
Pero si esa es hoy la situación, ¿qué se puede prever para mañana? La autorreforma del Partido sólo es posible si el Espíritu Santo ilumina a Fidel Castro y le modifica cabeza y comportamiento, o si una parte del aparato cambia la política de Fidel, con éste aún en el gobierno o después de su apartamiento del mismo. Pero el poder autoritario y burocrático se encarga de hacer el vacío de cabezas pensantes y de fortalecer en cambio la mediocreocracia. Ahora bien, si el Partido Comunista nació dos años después de la revolución y sobre la base de diversas tendencias (Directorio Revolucionario, M26 de julio, revolucionarios sueltos como el Che y Camilo Cienfuegos, ex comunistas del PSP), es absurdo pretender que la revolución, si es que hoy se puede aún hablar de ella, se identifica con el partido, hoy transformado en un órgano burocrático por la cooptación. Sin la libre expresión y organización de los ciudadanos y el pluripartidismo antimperialista es imposible dar cauce a la capacidad y la creatividad del pueblo cubano para resucitar la revolución antes de que sea tarde.