Juegos divertidos (Funny games), del austriaco Michael Haneke, filósofo y director de cine poco conocido en México, muy polémico en Europa, y en ocasiones francamente detestado en Estados Unidos, es una de las propuestas más perturbadoras en el programa itinerante que presenta el quinto Festival Cinematográfico de Verano de la Filmoteca de la UNAM. Es una mirada implacable, acerada, al tema de la violencia, no como suele manejarlo el cine de acción hollywoodense, o incluso cintas de culto muy meteórico, como Perros de reserva, de Tarantino, o Hardboiled, de John Woo, sino la violencia psicológica, que entremezcla la tortura y la ironía, la elegancia y la saña criminal. Una propuesta subversiva: el mundo doméstico se vuelve escenario de un tipo de canibalismo social, el que practican dos jóvenes de buena familia al aterrorizar a los habitantes de residencias apacibles, apartadas de la ciudad, a orillas de un lago. Sin motivo alguno, sin afán de lucro, por el simple gusto de probar la resistencia humana a la humillación y al escarnio. Los juegos divertidos de dos jóvenes burgueses se vuelven, por espacio de una larga noche, la pesadilla de un hombre, su mujer y su hijo de nueve años. En pocos momentos el hogar apacible se transforma en el escenario de un exasperante ejercicio de tortura psicológica, el perro ha sido sacrificado, la casa ha quedado incomunicada, la rutina hogareña, violentada. La música clásica precede al ritual de sometimiento y exterminio. Una absurda historia de huevos rotos presagia también la violencia contra personas frágiles, protegidas desde siempre por una cultura del bienestar y el consumo. ¿En qué momento se pierde el equilibrio, qué fuerza centrífuga expulsa a una familia, en espacio de unas horas, del paraíso de la seguridad doméstica.
Los jóvenes que se insinúan en este hogar aislado, que lo invaden y controlan, como capos en un campo de concentración, no son rateros ni delincuentes, ni los mueve apetito carnal alguno. No son los extravagantes violadores pendencieros de Naranja mecánica, ni los resentidos esquizofrénicos que se apoderan de un vagón de metro, un edificio, un banco o un penthouse, para ventilar frustraciones, desahogar rencores sociales o ajustarle cuentas a la sociedad martirizando a unos cuantos rehenes. Son niños bien, yuppies de playera Lacoste, clones de iconos publicitarios, que en cada uno de sus gestos y actitudes muestran los efectos de la banalización de la violencia.
En Juegos divertidos perturba la atmósfera de aislamiento y encierro, el ghetto doméstico donde impera la limpieza y el orden, el microcosmos de las sociedades del bienestar en los países nórdicos y en los pacíficos remansos alpinos. En este lugar, protegido por bardas y alambradas, ligado al exterior por sus antenas de televisión y sus celulares, penetra insidiosamente lo irracional, la fuerza que desintegra los valores familiares y la esencia de la moral inatacable. Insidiosamente, como una enfermedad imprevisible o como un proceso viral indetenible, a la manera de una locura súbita (¿Por qué corre amok el señor R.?, de Fassbinder), o una lenta degradación de los valores morales (Chabrol, Buñuel). En Juegos divertidos, el director no parece querer explicarle nada al espectador, ni tampoco utilizar el tema de la violencia en los medios para asestarle noventa minutos de regaños a la juventud actual (Tavernier). Con una precisión absoluta, la narración se permite el lujo de detener el tiempo, y echar, literalmente, marcha atrás a la cinta (rewind magnífico), para proponer un desarrollo diferente, y regresar luego, malévolamente, a la pesadilla original, y exacerbar así el malestar de los espectadores, inmersos ya en la espiral de violencia incomprensible.
Michael Haneke sostiene de principio a fin el tipo de intensidad dramática que Claude Chabrol maneja en el desenlace de La ceremonia, pero con mayor agudeza e ironía, con la maestría de elipsis que permiten al espectador evitar la imagen del acto sangriento, sólo para sumirlo más largamente en la contemplación de la devastación final. Sin el recurso a una explicación sociológica, o al estudio apresurado de una patología criminal. Finalmente, el tema de la película parece ser menos el colapso de un ideal de bienestar burgués, que la experiencia misma del espectador, confrontado con una situación límite que le obliga, también a él, a abandonar por un momento las certidumbres, la seguridad, las emociones y el entretenimiento inocuo que puntualmente le proporciona Hollywood.