El rechazo estruendoso por parte del gobierno de México a una posible mediación internacional bajo los auspicios de la ONU en el conflicto de Chiapas, supone la decisión de continuar y probablemente profundizar una política que ya mostró su total ineficiencia y sus resultados criminales y sangrientos.
La demanda de una posible mediación internacional para el conflicto de Chiapas tiene razones bien fundadas; es una proposición responsable, resultado de constatar la indefensión total en la que hoy se encuentran la sociedad civil nacional, el Poder Legislativo, las iglesias, etcétera, para detener la ofensiva criminal y sangrienta contra los pueblos indios de México.
Después del crimen contra la humanidad que se cometió en Acteal, los operadores políticos emergentes pusieron en el centro de su estrategia dinamitar cualquier posibilidad de mediación en el conflicto. Expulsaron a los inocuos observadores extranjeros, golpearon a la Conai hasta su disolución, mantienen subordinada y regañada a la Cocopa como si fuera un comité a sueldo del Ejecutivo, impiden el funcionamiento de la Cosever y se gastan fortunas en ``campañas de comunicación'' para denostar, insultar y amenazar cualquier propuesta alternativa.
En forma paralela el gobierno de Chiapas quedó en manos de un oscuro y peligroso individuo que en unos cuantos meses se ha construido un expediente de ilegalidad y brutalidad criminal digno de tribunales internacionales.
Seamos sinceros, no es verdad que actualmente exista voluntad de diálogo y negociación por parte del gobierno.
Lo que exhiben los hechos y discursos es una inaudita terquedad por imponer a sangre y fuego un punto de vista.
Es esta actitud política la causa de la creciente preocupación internacional que se expresa y expresará en más y mayores presiones sobre nuestro gobierno.
La bravuconería implícita en ``nos bastamos solos'' o la inútil y reiterada demanda que exige con intolerancia: ``diálogo directo con el EZLN'', no son más que constataciones de la incapacidad de reconocer honestamente la necesidad ineludible de construcción de una instancia de mediación política para el conflicto de Chiapas.
¿Por qué se niega el gobierno a una instancia de mediación? ¿Qué esconden los operadores políticos que no quieren a nadie neutral cerca? ¿A poco creen que ONU, OEA y muchos países no están informados de lo que sucede?
Por la razón que sea, los actuales responsables de la negociación fueron incapaces de cumplir su cometido: durante meses fueron impotentes para establecer el mínimo contacto y sus acciones paralelas han acarreado muchas muertes.
En los últimos meses un número considerable de funcionarios involucrados se han ganado el pase automático al basurero de la historia patria, cincelando sus nombres y apellidos en letras rojas. Sin duda algunos de ellos deberán comparecer frente tribunales en los próximos años.
Da escalofríos verlos hoy, tan soberbios y campantes frente a las cámaras y los micrófonos.
También da tristeza el silencio de tantos funcionarios públicos probos y patriotas que están totalmente en contra de lo que sucede y que con su silencio y sus inaudibles murmullos legitiman la barbarie. Están accidentando su conciencia.
En algunos años, menos de los que puede suponerse, la sociedad mexicana podrá ventilar abierta y democráticamente lo sucedido en estos años. La guerra de Chiapas merecerá una comisión especial y un tribunal especial, su instalación será señal inequívoca de nuestro arribo a la democracia y del ejercicio pleno del estado de derecho en nuestro país.
Mientras tanto, debemos exigir por todos los medios, hasta lograr imponerla, la instalación de una instancia de mediación en el conflicto, no importa si esta es nacional, regional, internacional o galáctica.
Es falso que una mediación internacional vulnere nuestra soberanía, lo que la vulnera es la incapacidad de negociación del gobierno: ahí están las lecciones de Centroamérica.
Desde la guerra de Independencia la historia de México es la de un país en lucha permanente por rescatar su soberanía de las asechanzas exteriores, pero también lo ha sido la lucha contra su conculcación en el interior, eso fue nuestra Revolución.
La soberanía nacional se concreta en el ejercicio de la voluntad soberana de los mexicanos, que hoy exige que se detenga ya la guerra contra los pueblos indios.
Nadie debe osar ubicarse por encima de la voluntad soberana, negarse a escucharnos y acatar la voluntad mayoritaria significa ni más ni menos que la conculcación de la soberanía nacional por un puñado de intransigentes de cuello blanco.
¡Basta ya! No más dilaciones al establecimiento de una instancia de mediación; la que sea: los mexicanos exigimos una mediación sin adjetivos.