Masiosare, domingo 26 de julio de 1998
¿Aldea global o pueblo rabón?
La propuesta es muy simple: si quieres enterarte de algo, NO enciendas la televisión.
Hace unos días, un maremoto se llevó por delante media Nueva Guinea; prendí la tele y antes de poder enterarme de la catástrofe, tuve a bien ``informarme'' de varias noticias que sin duda han acaparado las ocho columnas de los diarios más importantes del mundo, a saber (léase tan dramáticamente como los conductores de los noticiarios las gritan en pantalla):
``¡El huevo por las nubes!'' (a 12 pesos el kilo en un suburbio de Monterrey).
``¡Una mujer descubre a su hijo perdido en un reportaje que nosotros pasamos en exclusiva!'' (10 minutos).
``¡Los niños de la calle, viven en la calle!'' (sic).
``¡Red de sordomudos explotados en el Metro!'' (sin pruebas y con cámara escondida, vemos imágenes de una mujer vendiendo postales en el Metro).
``¡Le dejaron dentro unas tijeras después de la operación!'' (y seguramente las incluyeron en la cuenta).
``¡El perro de Clinton se siente solo!'' (será que no lo han vuelto a demandar).
La aldea global es cada vez más, por lo menos para los noticiarios televisivos mexicanos, un pueblo rabón, lleno de chismes y conjeturas que el propio mundo, donde seguramente están pasando muchas cosas de las que jamás, por esta vía, nos vamos a enterar.
¡Quépocalipsis!
Andan desatados los agoreros que preconizan el inminente fin del mundo.
Los síntomas son claros: calentamiento de la tierra, lluvia escasa, incendios, volcanes que se despiertan, priístas que se vuelven demócratas, panistas que se vuelven intelectuales, intelectuales que se vuelven panistas, gallinas que ponen huevos negros, financieros inocentes, pueblos enteros culpables, osos panda que no se reproducen, pro-vidas que se reproducen más de la cuenta, presidentes sordomudos, hermanos incómodos, mochaorejas, mochasueldos, mochasueños.
Hace poco me tuve que soplar, por cortesía, una larga diatriba (que el dueño de la casa a la que estaba invitado me recetó) sobre los signos que demuestran que el fin del mundo ¡ora sí! no pasa de 1998. Este aciago año suma nueve, nueve es el número cabalístico del desastre, San Juan lo dice muy claro, todo lo anteriormente expuesto es profecía de Nostradamus y para acabarla de chingar están descontinuando los Delicados con filtro.
Yo estoy cada vez más convencido de que el fin del mundo se acerca, o por lo menos, el fin del mundo que hoy es noticia y al que lamentablemente ya nos empezamos a acostumbrar. ¡Bienvenido sea un mundo nuevo en el que Pandora cierre su pinche cajita para siempre!
Vigesimosexta declaración de la Selva de Asfalto
Los habitantes de la ciudad de México, en pleno uso de nuestras facultades mentales y absolutamente encapuchados por cuestiones ambientales, pasamos a declarar:
La inseguridad en nuestra ciudad existe. Quien pretenda afirmar que es un fenómeno nuevo que revise los informes periodísticos de las pasadas gestiones de gobierno.
El rumor es el cañón de la pistola que nos ponen todos los días en la espalda esperando que cedamos y entreguemos la ciudad como rescate.
El DF, sus calles, sus plazas, sus noches, son nuestras. Si alguien tiene que irse de aquí, por miedo, son los otros, los que han hecho de la violencia una apología y una forma de vida.
Que ningún cronista radiofónico se erija como Ministerio Público y fomente el clima de linchamiento. Nuestra arma es la cooperación y la denuncia.
Que ningún conductor televisivo nos siga dando ideas de cómo robar bancos y mostrando el infierno, promoviendo el caos.
Que se vayan los dos anteriores a vivir a Disneylandia.
Que, al que le quede el saco, se lo ponga.
La imbecilidad como un Don del Señor
Las telenovelas proponen llevar la estupidez a rango constitucional.
Por cuestiones domésticas, a la hora de la cena me toca en casa ver cachos de una telenovela llamada La usurpadora. La ``actriz'' principal es una niña de origen desconocido (venezolana creo) que seguramente estudió actuación en alguna óptica de su pueblo, porque fundamenta todo su trabajo dramático en agigantados y excesivos movimientos de pestaña, ceja y córnea, sea cual sea la situación a la que se enfrente, llegando al paroxismo cuando, para mayor efecto, pronuncia las sí-la-bas con tal grandilocuencia labial que pareciera que se está metiendo un mango petacón completo a la boca (pero vaya y pase, pobre, así le dijeron que lo hiciera).
Lo francamente inadmisible es su personaje (el bueno, porque se interpreta a sí misma en un alarde esquizofrénico, dualidad bien-mal; las gemelas separadas en la infancia que se reencuentran), una mujer llena de bondades y virtudes que haría ver a la mismísima Santa Teresa como personaje diabólico en un table dance con látigo y liguero de cuero negro.
El personaje en cuestión pide perdón constantemente, se humilla, piensa que sin un silicio de espinas de agave azul no puede salir a la calle y que uno vino a este mundo, como mujer, a pagar todas las culpas de la maledicencia de Eva (la de Adán, no la Braun).
Me extraña que muchas mujeres hayan realizado una manifestación cuando en otra telenovela un curita dudaba entre su fe y una gorda de buen ver, y no lo hagan ahora, cuando la propuesta de abnegación hasta sus últimas consecuencias plantea que el ideal de mujer es poseer la imbecilidad como un gran Don.
Tal vez lo único rescatable es la presencia de Libertad Lamarque, en un ambiente de tal cursilería que, a pesar de sí misma, parece actriz de carácter.
Intercambio epistolar para ágrafos
Ríos de tinta ha desplegado el Sub (Speedy) Marcos en los últimos tiempos, después de una larga temporada de silencio, recibiendo como respuesta sólo vaguedades e imprecisiones.
Y me pregunto, ¿no será que el mensaje no tiene correctamente señalado el destinatario, su dirección exacta, el código postal correspondiente?
O el destinatario es tan grande, tan absoluto, tan omnipotente y omnipresente, que ni siquiera se da por aludido.
Un intercambio epistolar, tiene por fuerza que ser en ambos sentidos: envías un comunicado y el otro contesta, se manda una propuesta y recibes una contrapropuesta, te llega una oreja con una nota y mandas el rescate con otra nota. Si no fuera así, no tendría ningún sentido escribir, a menos que el objeto del deseo sea tan inalcanzable, tan buñuelesco, tan intangible que el mensaje es en sí mismo todo un acto de contricción para librar de refilón el choque contra el microbús sin frenos de la historia.
En fin, uno escribe esperando respuestas, con la brutal excepción de que si el destinatario es ágrafo, lo único que podemos esperar es tiempos mejores y mejores formas de comunicarse.
Tal vez, Sub, deberías mandar mensajes grabados con la esperanza de que el oído de la paloma de la paz no esté pasmado por tantas burdas y torpes declaraciones de los encargados de ofrecer salidas dignas a un pueblo indígena y a una nación entera que lo demanda con urgencia.
Mientras tanto, como en la infancia permanente en la que nos pretenden sumir: Los maderos de San Juan piden paz, no les dan, les dan un hueso que se les atora en el pescuezo.