José Antonio Rojas Nieto
De los éxitos económicos mal habidos

Presume este gobierno del gran éxito de su estrategia económica. Puede ser, aunque mejor digamos, quién sabe. No sólo porque, como dice el refrán, lo que se ve no se pregunta: desempleo, bajos salarios, tremendos líos con los créditos y con los bancos, inseguridad, pobreza, miseria y, ahora también, hasta guerra. También porque --incluso en la más pura lógica de las estadísticas oficiales--hacen falta datosÉ muchos datos, pues aun en la hipótesis de que los existentes sean robustos, resultan a todas luces insuficientes para llegar a esa complacencia oficial sobre la marcha de la economía. Unos breves ejemplos de ello. Sólo unos cuantos.

Por razones que no sólo el INEGI sino, primordialmente, las autoridades centrales debieran explicar, aún no se conocen los datos de la Encuesta de Ingreso y Gasto de los Hogares de 1996 (ENIGH-96). En ella verificaremos si, efectivamente, la importante y significativa recuperación económica que se postula a partir de múltiples datos económicos oficiales --el imponente crecimiento del PIB, la impresionante dinámica del volumen de la producción industrial, la significativa disminución de la tasa de desempleo, el aumento sostenido de los asegurados permanentes del IMSS, entre otros--, logró revertir la intensificación de la pauperización, expresada en un número creciente de familias (cerca de 70 por ciento) que apenas lograba ingresos monetarios inferiores a un salario mínimo de hace cerca de veinte años, en tanto que justamente a fines de los años setenta, el porcentaje de familias que percibía menos de ese salario mínimo apenas alcanzaba 40 por ciento. También porque con esos datos de la ENIGH-96 podríamos identificar algunos datos de la realidad socioeconómica que negaran esa terrible realidad que representa la creciente pérdida de calidad de los empleos que se generan en este país. Así, por ejemplo, análisis sobre datos de ocupación trabajados por especialistas, indican que en los últimos diez años no sólo se profundizó el empobrecimiento de las familias que confirmaba la ENIGH-94, sino que permitía reconocer la pérdida de calidad de la ocupación de dichas familias, pues si en 1987 cerca de 38 por ciento de los empleos se generaron en establecimientos de no más de cinco miembros, diez años después, luego de la exaltada recuperación económica del sexenio anterior, 43.5 por ciento de los ocupados en 1995-1996 trabajaban en esos changarritos. Y los indicadores preliminares de la situación más recientes muestran que esta tendencia se profundiza.

¿Cómo entender o interpretar, entonces, el alto crecimiento del PIB de estos últimos años? ¿Cómo explicar la coincidencia de esta lamentable realidad del empleo y el salario con la significativa recuperación de la inversión (de 14 por ciento del PIB en el segundo trimestre de 1995 a casi 20 por ciento en el cuarto trimestre de 1997) para prácticamente alcanzar el alto nivel de la formación de capital logrado en el tercer trimestre de 1994, justo antes de la debacle? ¿Qué decir de la simultaneidad --acaso relacionada-- del empobrecimiento secular y de la baja calidad de ese importante porcentaje de empleos, cuando del primer trimestre de 1995 al primer trimestre de 1998 oficialmente se registra no sólo el mayor dinamismo industrial de los últimos veinte años, sino el mayor éxito exportador de la historia económica contemporánea?

Todo esto nos conduce a confirmar que, en rigor, el programa de ajuste de la economía mexicana ha representado --una vez más--, un terrible ajuste de las condiciones de vida de los trabajadores mexicanos --asalariados y no asalariados-- de la ciudad y del campo, que luego de haber experimentado más de quince años de drásticas restricciones, se han visto sometidos a una profundización de su deterioro, hoy agudizado por la astringencia presupuestal a que ha obligado la crisis de precios del petróleo.

Además, es indudable que la extensión y la intensificación de la crisis financiera --en estos momentos tan delicada o más que cualquier otra crisis experimentada por nuestra economía en otras épocas, por ese vergonzoso asunto del Fobaproa--, exige una nueva respuesta en el cada vez más controvertido terreno de la política económica. Y la política económica oficial, a pesar de sus indicadores virtuosos, está plagada de índices viciosos que han conducido a una radicalización del deterioro social y en torno al cual los esquemas dominantes de política económica parecen insensibles o impotentes. O, a lo peor, ambos.