En el Estado plural, un concepto fundamental es el de ``autonomía''. Autonomía es la facultad de un sujeto -individual o colectivo- de elegir y realizar libremente, sin imposiciones, su propio plan de vida. El reconocimiento de la autonomía de un grupo social implica el del derecho a desarrollar su propia identidad y, por lo tanto, a lo que constituye su diferencia. No entraña separación de los otros. En un segundo nivel, invita a la cooperación de cada sujeto autónomo con los demás, para constituir un todo superior pero siempre en el igual respeto a la libertad de cada uno. Cuando las comunidades indígenas reclaman autonomía plantean que la colaboración entre todos los pueblos que constituyen la nación se realice en el respeto a la libertad de cada quien a seguir sus propios valores en conformidad con su cultura.
Pero la autonomía no sólo es un reclamo de los pueblos indígenas. Es el signo de la participación democrática de todos los grupos que constituyen la sociedad, porque todos tienen, en un Estado plural, el derecho a sostener sus diferencias. Esto lo vio con claridad el EZLN cuando proclamó que su reivindicación de autonomía para las comunidades indígenas ``puede igualmente aplicarse a los pueblos, a los sindicatos, a los grupos sociales, a los grupos campesinos, a los gobiernos de los estados, que son nominalmente libres y soberanos dentro de la Federación''.
Así, la lucha por la autonomía forma parte de la lucha por la libertad de decisión, en los asuntos que les competen, de todos los grupos sociales. Todos tienen el mismo derecho a autogobernarse, dentro de la cooperación mutua, sin imposiciones de un poder particular que les fuera ajeno. La lucha por la autonomía, ampliada a toda la sociedad, no es más una forma de reivindicación de una democracia auténtica. La autonomía de los pueblos indígenas puede verse como una parte de esa lucha más amplia.
La autonomía que reivindican los indígenas está ligada a los ámbitos locales, donde viven las personas: las comunidades, los municipios. Quieren las propias comunidades gobernarse a sí mismas en los asuntos que les conciernen. El movimiento de los municipios autónomos se enlaza con aquel sentido popular y localista de nación de que antes hablé.
Por otra parte, es también expresión de una forma de vivir la democracia propia de muchas comunidades indias. Pese a las influencias externas que la pervierten, a pesar de los cacicazgos que a menudo la distorsionan, la mayoría de las comunidades indígenas guardan un ideal de participación directa de sus miembros en las decisiones comunes. Estas se toman en asambleas, moderadas por un ``consejo de ancianos'' (equivalente a una especie de Senado). Los funcionarios designados responden directamente a la comunidad, deben seguir sus directrices y su mandato puede ser revocado en todo momento. Se trata de una forma de ``democracia directa''.
También aquí los pueblos indígenas pueden ayudar a indicarnos un camino. La reforma del Estado homogéneo tiene otro aspecto: el establecimiento de una democracia participativa que rebasaría la democracia representativa. No se trata de abolir las instituciones de la democracia existente, los partidos y los procedimientos electorales, sino de complementarlos con formas de democracia directa que podrían ser análogas a las que constituyen el ideal -no siempre cumplido- de los pueblos indígenas. Se trataría de establecer vías de participación del ciudadano en las decisiones que directamente le conciernen, de manera que tenga la posibilidad de ejercer un control sobre los gobernantes y obligar a que éstos hagan suyo el sentir de los ciudadanos. También aquí puede servirnos de lema una regla tradicional de los gobiernos indígenas: quienes detentan el poder deben ``mandar obedeciendo''.
La tercera y última línea en la transformación de nuestro proyecto de nación está igualmente ligada a la presencia creciente de los pueblos indígenas.
La sociedad mexicana necesita de una renovación moral. El egoísmo de los intereses particulares, la falta de solidaridad humana, la violencia generalizada, el olvido de un bien común todo lo corrompe. Nuestra sociedad está basada en el individualismo. Es una asociación donde cada individuo y cada grupo persigue su interés propio, regido por un cálculo de costo-beneficio: cada quien pretende obtener para sí los máximos beneficios al menor costo posible.
Las comunidades indígenas, después de cinco siglos, han perdido muchas de sus antiguas instituciones y normas colectivas, pero conservan el aprecio por ciertas virtudes comunitarias ajenas al individualismo posesivo de la sociedad occidental moderna. Su ideal de comunidad contrasta con el aislamiento en sus intereses exclusivos del hombre moderno y puede contribuir a restaurar entre nosotros virtudes perdidas. En una comunidad cada quien tiene por valor superior el servicio, la entrega al todo al que pertenece, sin buscar para sí un premio. Cobran realidad entonces virtudes entre nosotros olvidadas: el don de sí, la fraternidad, el trabajo solidario, el desprendimiento personal. Es claro que esas virtudes no se cumplen cabalmente, pero están presentes en el patrón civilizatorio de las culturas indígenas. Para comprenderlo, permítanme recomendarles un libro: Los hombres verdaderos (Siglo XXI, México, 1996), donde Carlos Lenkersdorf examina las ideas de comunidad, vivas en el pueblo tojolabal.
Los pueblos más miserables de México, los que aún guardan una antigua sabiduría de vida, pueden contribuir, en nuestro país, a su renovación moral. No se trata, claro está, de volver a formas premodernas de vida sino, una vez más, de lograr una síntesis para una nueva ética colectiva. Una conjunción de la concepción moderna de los derechos individuales, fundados en la dignidad de la persona, y los antiguos valores de la comunidad, fincados en la realización de cada individuo por su entrega a un todo que lo abarca. Una vez más, un lema del EZLN podría servir de exhortación para esta renovación moral: ``Para todos, todo: nada para nosotros''.
Concluyamos: ¿Cuál es el futuro de los pueblos indígenas? Podría responder: ser un motor en la transformación de un proyecto de nación: 1) Del Estado homogéneo a un Estado plural, respetuoso de las diferencias. 2) Del gobierno centralizado a una democracia participativa, basada en la autonomía de todos los grupos sociales. 3) De la asociación individualista a una verdadera comunidad.
* Contribución a la mesa redonda Los pueblos indígenas de México. El futuro de su historia, de El Colegio Nacional, 16 de julio 1998.