Se dijo que ``hay que expulsar a los dinosaurios de los jurados'' y ``cada vez hay que proponer integrantes distintos'' para dirimir los certámenes. No se tiene en cuenta que existen diversos tipos de dinosaurios y que --en todo caso-- no hay quien obedezca a partido o consigna alguna, como no sea la de distinguir lo que resulta válido o lo que apela a los conocimientos y gustos. El jurado de selección, trabajando con la proyección de diapositivas (más de 2 mil 200 obras y revisión de expedientes) estuvo integrado por Raquel Tibol, quien esto escribe, Francisco Castro Leñero y Yishai Jusidman. Son cuatro generaciones reunidas, pero por extraño que pueda parecer, atendiendo a la frase que enuncié al principio, sólo el último no es dinosaurio. Dirimir la selección es lo que arma la exposición y pese a que las discusiones, acuerdos y desacuerdos estuvieron a la orden del día, los resultados obtenidos alcanzaron consenso. Los argumentos y la participación del único no dinosaurio quedaron reflejados en la selección, como puede constatarse desde ya en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca. Quedaron también los de los demás, por supuesto.
Para el otorgamiento de premios y menciones honoríficas la directora del Museo Tamayo invitó a Juan Manuel Bonet, nacido en París, hará 40 años, educado en España y otros sitios, erudito y director del Instituto Valenciano de Arte Contemporáneo. El IVAC es un centro de investigación y promoción artística que rivaliza con el Centro Reina Sofía de Madrid, aventajándolo en varios aspectos. Bonet es también dinosaurio, ama la tradición y pugnó por sacar a flote para la premiación dos obras que le fueron dilectas: la que ocupó la escala mayor en sus gustos corresponde a Boris Viskin y la segunda a Roberto Turnbull. En cuanto a mí, había una sola obra por la que denodadamente pugné y eso que no es una ``pintura-pintura'', género de mi predilección. Pertenece a la serie Las religiones, de Gustavo Monroy. Como la de Viskin, obtuvo sólo tres de los cinco votos. Me interesó la pieza por su iconografía, que integra plásticamente en forma muy acertada un enunciado en sánscrito (la lengua sacra de los antiguos brahamanes y de los vedas) además alude a nuestro país, y funciona como metáfora con mensaje.
Me pareció que --además de que se trata de una composición inteligente-- tiene indudable presencia plástica y originalidad. Uso este término no en su acepción común (lo original se caracterizaría por su novedad) sino en razón de sus raíces: lo original es lo que viene de origen. Tibol compartía mi predilección desde el inicio. Con el jurado no dinosaurio coincidí en mi interés por una pieza (de Ulises García Ponce de León) que me satisfizo, al igual que las de Manuel Marín, en primer término por ser de formato pequeño, lo que no va en detrimento ni de su planteamiento ni de sus cualidades pictóricas. Debo confesar que me gustó sobremanera el título, Susana y los viejos (el tema bíblico de tanta enjundia en la historia del arte) y los medios audiovisuales. De cierto tinte expresionista, esta Susana, deudora probablemente de las películas de Atom Egoyan integra una breve secuencia planteada en recuadros. El desenvolvimiento de la posible trama, si es que es tal, quedó sin embargo algo confusa. De haber obtenido premio en vez de mención, las voces disidentes hubieran hablado de extremo favoritismo y lo mismo hubiese sucedido con cualquiera de las dos obras de Manuel Marín, de las cuales el paisaje superpuesto en dos secciones es la mejor.
La tercera mención, una pintura interesante en su planteamiento, a mi juicio defectuosa en su realización corresponde a Enrique Cantú Montemayor, pintor a quien ningún miembro del jurado conocía (eso era lo que resultaba muy positivo). La propuesta partió de Jusidman y suscitó una encarnizada discusión con el colega europeo, al grado que los argumentos, casi gritados (cual debe ser) suscitaron la visita del director del Museo, Fernando Solana Olivares a las inmediaciones del sitio de reunión.
No se escapa que el jurado fue más vivaz y aleccionador que en otras ocasiones. Pero sucede que las propuestas de Jusidman, entendibles y no sólo eso, sino bien argumentadas, no encontraron a mi modo de ver ejemplares parangonables dentro del referente --que es siempre sólo la selección, no lo que podría estar en ella y no estaba-- con las de pintores como los que a final de cuentas resultaron premiados. Ciertamente pertenecen a una misma generación, también es verdad que los tres participaron en el espacio Zona, mas eso no es obstáculo para individualizarlos. Nada se parecen entre sí. Nos gusten o no.