Como ocurre ya con cierta frecuencia, he aquí un nuevo informe sobre corrupción mundial. Acaba de ser publicado por Le Nouvel Observateur teniendo como criterio central los ``honorarios'' embolsados por funcionarios públicos para favorecer otorgamiento de licencias y trámites a las empresas. Los primeros países en la lista son Nigeria, Bolivia, Colombia, Rusia, Pakistán, México, Indonesia, India, Venezuela y Vietnam.
En realidad la corrupción es un fenómeno mucho más amplio que el de las exacciones arbitrarias a daño de las empresas. Es contra los ciudadanos comunes y corrientes que la corrupción alcanza, especialmente en los países en desarrollo, un máximo de fuerza, de arraigo y de extensión. Como quiera que sea estamos frente a una patología política que es característica de los países en desarrollo. ¿Quiere esto decir que en los países desarrollados la corrupción no existe? No, pero ahí el fenómeno es socialmente menos difundido: los funcionarios públicos son objeto de controles más severos y por consiguiente tienden a vivir de sus sueldos y salarios.
El hecho que la corrupción sea más frecuente en los países pobres sugiere tres aspectos: la baja calidad técnica de administraciones públicas ilegalmente contaminadas por intereses privados; el elevado grado de descreimiento de la población hacia sus instituciones y el alto costo de estructuras del Estado que tienden a tratar el presupuesto público como un botín potencial. ¿Clausura esto toda posibilidad de crecimiento económico? Evidentemente no. El crecimiento con corrupción es posible, como han demostrado a lo largo de distintos periodos países como India, Nigeria, Indonesia o Venezuela.
Los problemas son otros. Primero: la corrupción no impide correr, pero impone una sobrecarga al corredor reduciendo sus posibilidades de éxito. La corrupción no es un obstáculo definitivo es sólo un persistente viento en dirección contraria. Segundo: el desarrollo económico, entre las muchas cosas que es, es construcción de sinergias entre sociedad, instituciones, cultura, comportamientos individuales y colectivos. No es una simple suma de empresas productivas sino un sistema de vínculos sociales basado en la confianza recíproca. La corrupción es, otra vez, un persistente viento contrario que debilita y desestructura aquellas redes de recíproca credibilidad. Moraleja: se puede crecer por algunos periodos incluso con corrupción. Lo que con corrupción no se puede hacer es salir del atraso. Esto, por lo menos, es aquello que la observación de la historia económica contemporánea indica con absoluta claridad.
La corrupción es dañina sobre todo cuando va junta con la impunidad. Es ahí cuando los episodios que pudieran haber sido esporádicos se convierten en sistema, en práctica consuetudinaria. Sería al límite posible sostener que una corrupción esporádica podría ser positiva para mantener viva la vigilancia ciudadana sobre el comportamiento de los funcionarios públicos. Pero es obvio que cuando los episodios de corrupción son sistemáticos e impunes, cualquier colectividad resulta abrumada y generalmente dobla las manos convirtiendo el descreimiento en regla universal. Y las relaciones entre sociedad e instituciones se convierten en un ejercicio de simulaciones, engaños e hipocresías.
¿Es la corrupción producto de la pobreza o la línea de causación va en el sentido opuesto? La única cosa plausiblemente cierta es que estamos aquí frente a un círculo vicioso de alimentación recíproca. La corrupción que se incrusta en las estructuras del Estado se convierte en una actitud que descompone al espíritu de las instituciones, crea redes de complicidades y encubrimientos, y convierte al Estado en una carga para el desarrollo en lugar que ser uno de sus instrumentos propulsores. Una sola cosa es segura, la corrupción es siempre expresión de la mala calidad del Estado: mala calidad moral de sus funcionarios, mala calidad de sus estructuras internas de control, mala calidad de la fiscalización social sobre las instituciones públicas.