``La madrugada del 13 de julio de 1954, murió la pintora mexicana Magdalena Carmen Frida Kahlo a los 57 años de edad''. A partir de esta escueta y decisiva información las imágenes en movimiento de Frida-naturaleza viva, (1983/84), de Paul Leduc (director), pero también de Angel Godet (camarógrafo) y Ofelia Medina, se agolparon en mi cerebro. Para darles una precaria organización me decidí a escribir este texto. Pero, más allá de la nostalgia, ¿continúa siendo Frida... una cinta válida desde el punto de vista técnico, narrativo, político y amoroso?, ¿o por el contrario, ha envejecido hasta convertirse en un discurso indigno de provocar vibraciones de alto contenido memorístico?
Reflexionemos a propósito de estas cuestiones, dirigiendo una inicial mirada a los elementos técnicos, entre otros, a la obsesiva presencia de espejos en su contexto escenográfico que da la posibilidad de captar desde diversos ángulos la actuación de los personajes de la película. Pero no sólo las actitudes de los protagonistas se multiplican mediante los espejos, también los objetos simbólicos de la época del muralismo mexicano. Entonces, la organización visual de la cinta continúa siendo válida.
Encuadremos ahora la organización narrativa del filme. ¿Acaso es congruente apartarse en el subgénero biográfico de la estructuración tradicional (nacimiento, relación sexual, madurez intelectual, muerte) a la cual nos tiene acostumbrados el quehacer hollywoodense?, ¿es válido presentar la vida de Frida a través de mínimos y acronológicos fragmentos biográficos que evoca la pintora en su lecho de moribunda? A mi entender, es no sólo valioso sino definitivo porque, como bien sabemos ahora, las pulsiones de la memoria jamás fluyen de una manera coherente, lógica y lineal. Así, aquellas caóticas piezas memorísticas van uniéndose en el cerebro hasta formar una gran semblanza totalizadora: Frida Kahlo, vida, pasión y muerte. Otra vez estamos frente a un acierto.
Abordemos la cuestión política con un criterio posmoderno, es decir, después del desmembramiento de la Unión Soviética y el desplome de la utopía marxista-leninista para preguntarnos: ¿es aún válida la problemática que dividió a los comunistas de la tercera y cuarta décadas entre trotskistas y estalinistas y que la película plantea con ácidos acentos? Desde mi punto de vista, aquella pugna únicamente interesa como documento desprovisto de pasión. Entonces, en el renglón político Frida... se transforma en un simple discurso histórico que viene a ilustrar las vicisitudes de aquellos años.
¿Y qué opinar acerca de las ideas que León Trotski propone en una carta a la pintora? y que a la letra dice: ``El arte proletario y el uso propagandístico del arte no son las únicas forma de la cultura revolucionaria; los nuevos obreros del mundo necesitan también lo que tú estas ofreciendo: el concepto de complejidad psicológica del hombre, las fuerzas de la pasión y del instinto...'' Definitivamente válidas, todavía verdaderas y conmovedoras como la presencia de Zapata y los zapatistas de la cual hace gala la película.
Y para concluir, ¿es Frida... un trabajo válido desde las sinuosas vicisitudes del amor y del erotismo? Un sí rotundo viene a contestar esta pregunta final, porque la cinta plantea sin ninguna mojigatería, aquella desesperada bisexualidad, aquel fervoroso amor hacia la propia imagen (iconósulo) que encarnaron siempre en el cuerpo mutilado de la pintora. Unicamente nos resta decir que Frida, naturaleza viva, 14 años después de realizada, es una película que no ha envejecido y que es digna de recordarse y proyectarse hoy y siempre. ¡Viva la vida a través del cine! ¡Viva Frida!