Hacía tiempo que no estaba en un lugar tan mexicano como los suburbios de Chicago, ni veía la fuerza de la clase obrera mexicana. Quien quiera ver el tamaño de la nación mexicana, vaya a Chicago y verá nuestra fuerza cultural y cómo se construyen las sociedades del siglo XXI.
El debate sobre derechos indígenas y doble nacionalidad contribuye a crear una nueva definición sobre el tamaño de nación y su composición cultural. Esto ayudaría a saldar la deuda, herencia criolla de nuestro liberalismo y nacionalismo, surgido de la independencia, las guerras intervencionistas y el civilismo basado en la hegemonía cultural mestiza. Resultado: al igual que las 56 nacionalidades indias, los migrantes fueron excluidos de la nación y sentenciados por abandonar el territorio.
El liberalismo mexicano, por la amenaza intervencionista y la vecindad con Estados Unidos, ató el concepto de nación a territorio. El ser mexicano y sus derechos se definieron a partir de vivir en el territorio, y este concepto se sobrepuso a otras identidades como la cultural, la cual se dejó en manos del folclorismo o la etnología, e impidió que se desarrollara la integración cultural de todos los pueblos. Usando la omisión y un derecho implícito de mayoría cultural, el liberalismo desconoció la existencia jurídica del mundo indígena en términos de una relación entre iguales e impuso una estructura política territorial para debilitarlos y ``para hacer iguales a los desiguales'', que terminó forjando un racismo de hecho y la exclusión del desarrollo a las otras 56 naciones-culturas.
Consecuencias de las herencias del liberalismo defensivo, son la migración y el rompimiento de la relación con el territorio de mixes, michoacanos, zapotecos, jalicienses, veracruzanos, duranguenses, guanajuatenses, mazahuas, poblanos, mayas, tlaxcaltecas, popolocas, nahuas y chilangos del DF, los cuales han creado grandes comunidades en el extranjero. En los barrios del este de Los Angeles, Pilsen, Little Village, Cicero en Chicago y en Harlem y Queens en Nueva York inmigrantes, chicanos, residentes, artistas e intelectuales han logrado la extensión cultural de la nación mexicana. Pero, si bien los trabajadores mexicanos y braceros se han extendido del sur a las grandes ciudades estadunidenses de este y oeste, viven sin derechos plenos pues ni su país de origen ni el de residencia se los ofrecen. Todas estas comunidades mantienen sólidos lazos con México y se han convertido en el tercer rubro de ingresos del país, luego del petróleo y el sector maquilador, ya que las remesas de dinero de los trabajadores mexicanos fluyen de norte a sur; sin embargo, esto último también ha fortalecido el parasitismo de una red financiera que especula con el tipo de cambio y cobra grandes comisiones por los envíos. El correo norteamericano y el mexicano son incapaces de responder a estos problemas, y el Congreso estadunidense como el mexicano han terminado protegiendo intereses especulativos. Esta es una injusticia más para quienes han defendido nuestra nación fuera del territorio.
La ideología ``nacional'' del viejo liberalismo ha justificado las formas más perversas de explotación: al reducir el tamaño de la nación a quienes viven en el territorio, ha despojado a millones de sus derechos, castigando por igual a indígenas que a migrantes.
En la discusión sobre derechos indígenas, éstos no pueden estar anclados exclusivamente al territorio, pues existen millones de indígenas y mexicanos que han dejado sus tierras, pero defienden su cultura y su derecho a formar sociedades integradas con base en la diversidad y el respeto en las grandes ciudades del país y el extranjero, no obstante que aquí como allá, frente a la fuerza de la nación mexicana y su cultura existan respuestas racistas.
El tamaño de la nación no puede ser delimitado por los que habitamos el territorio; la composición cultural no puede ser integrada sólo por mestizos, ni imponerse la cultura criolla como hegemonía.
La revisión de esta parte del liberalismo mexicano, que enterró su raíz en la defensa territorial, constituye hoy la base para muchas reformas que podrían engrandecer la nación al reconocer que cada ciudadano migrante y cada indio son parte del ser nacional, y que la nación se extiende más allá del territorio y que aporta al desarrollo de otras naciones mediante trabajo y cultura.
La presencia de los mexicanos como nación en Estados Unidos es tan esencial, que un solo día sin su trabajo paralizaría a ese país, al igual que México no podría vivir un día sin sus raíces indias que nos hacen ser el árbol que somos y que queremos ser.