José Steinsleger
Ciudad panóptica

Jeremías Bentham (1748-1832), precursor filosófico del neoliberalismo, soñaba con un orden económico capaz de purgar el conflicto social. Su fórmula era simple: por cada trabajador, un soldado. Inventor de la cárcel panóptica (radial, tipo ex Lecumberri que a fines del siglo pasado fue modelo de la arquitectura neoclásica), Bentham sostenía que el ciudadano de la modernidad está seguro del potencial delincuente que lleva adentro, autovigilándose, con la idea de no temerse a sí mismo, pues finalmente los malos siempre son los otros (``Teoría de las penas y las recompensas'', 1811).

Ciudades como Los Angeles por ejemplo, tienen años de práctica en ideas panópticas. Es una suerte de extrapolación del recinto carcelario hacia el espacio público donde ya no se trata de resguardar el ``bien común'' sino el ``bien privado''. Las técnicas en esta ciudad se multiplican no sólo por medio de la vigilancia sino también por el rediseño arquitectónico. Allí, sí una persona sin hogar pretende pasar la noche fuera de alguna tienda comercial se activan unos rociadores de agua que están programados para empapar al transgresor.

La tecnología de vigilancia y el poder son un matrimonio bien avenido en ciudades como Santiago, donde el pinochetismo (arraigada ideología de la clase dominante que ya superó al sujeto que le dio macabra celebridad), ha hecho de la capital chilena una ciudad relativamente segura. Para empezar, la contribución continuista de los partidos políticos de la ``Concertación'' y los Chicago boys a la visión benthamista-pinochetista del orden ciudadano (latente en los ``programas de erradicación de la pobreza'') divide a los chilenos en números y letras según la educación, actividad e ingresos y otras variables que según los tecnócratas ``...influyen en las percepciones, actitudes e imágenes que se tienen de los bienes y servicios''.

Así tenemos los niveles AB (alto, 42 mil familias, 4 por ciento de la población); C1 (medio alto, 90 mil familias, 8 por ciento); C2 (medio, 260 mil familias, 21 por ciento); C3 (medio bajo, 22 por ciento); D (bajo, 35 por ciento) y E (extrema pobreza, 10 por ciento). Los tres últimos concentran el 67 por ciento de la población. En el C3 viven ciudadanos con ``... poca preocupación por el ornato, áreas verdes y progreso general, apariencia modesta, destacan por su sencillez y vestuario simple''; en el D las ``... grandes poblaciones de tipo popular, pocas áreas verdes, gran densidad y muchas estrechez en sus necesidades básicas'', y en el E viven los ciudadanos en ``...calles sin pavimentar, sin áreas verdes, poca urbanización, sin ingreso fijo'', que por su bajo poder adquisitivo están fuera de los ``estudios de mercado''.

Los niveles D y E son los ``peligrosos'' del envidiado modelo económico. De tal suerte que deben estar atentos a las cámaras de televisión que en barrios exclusivos como el de Las Condes fueron instaladas para erradicar la delincuencia. Conectadas a monitores, las cámaras operan con un mecanismo de luz infrarroja que ilumina la zona vigilada en forma permanente e imperceptible para las personas. Cuando los vecinos detectan algo ``anormal'' (digamos un mendigo, una prostituta), discan el 133 y dan aviso radial al personal de seguridad privada que ronda en camionetas por el barrio. Y este personal sabe cómo proceder porque su eficiencia emana de 16 años de estado de sitio.

En el seminario Participación ciudadana, gobernabilidad democrática y cultura de paz, celebrado en días pasados en el Distrito Federal, el alcalde de Santiago Jorge Ravinet (democristiano) aseguró que el referido sistema de vigilancia ha ``elevado considerablemente la percepción de seguridad de la ciudadanía''. En particular, se refería a las 24 cámaras que en el centro de la capital chilena permite la vigilancia de las calles, sistema que Ravinet inauguró en diciembre de 1993, en plena democracia, junto al general de Carabineros Rodolfo Stange, uno de los principales responsables de la represión pinochetista.

La estratificación de la sociedad chilena, útil a bancos, financieras, agencias de publicidad y centros comerciales hubiese sido muy efectiva tanto para impedir la caída del régimen de apartheid en Sudáfrica cuanto para muchos intendentes y alcaldes latinoamericanos que piensan la democracia como administración del ``orden''. Pues como diría Manuel Antonio Garretón, director del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile: ``...en la vida no todo depende del ingreso sino de por qué se elige lo que se elige'' (revista YA, Núm. 638, El Mercurio, 12/XII/95).