Otros ocho policías han sido consignados ante la justicia por los graves hechos ocurridos en el cuartel de la Policía Montada de Tláhuac. El estado de las investigaciones permite, hasta el momento, considerarlos como presuntos responsables de los mismos delitos de violación, secuestro y abuso sexual por los cuales ya había sido consignado igual número de integrantes de ese destacamento policial.
Sin embargo, no podemos ocultar nuestra preocupación por el giro que amenaza tomar este proceso. Tanto en los defensores de los acusados como entre sus colegas, y en determinados mandos de la policía del Distrito Federal, ya se manifiesta la tendencia a desviar la atención no sobre el delito cometido, sino sobre la personalidad de las víctimas. Se ha comenzado a argumentar que las tres jóvenes violadas ejercían habitualmente la prostitución con personal policiaco y en otros medios, lo cual explicaría el trato que recibieron en el cuartel de Tláhuac y descalificaría las denuncias y acusaciones contra sus agresores.
Entrar en este terreno es sumamente peligroso para la claridad del proceso judicial y para la sanidad de la consideración de la sociedad sobre los delitos sexuales de que son víctimas cotidianas las mujeres de todos los niveles sociales. Optar por acusar a las víctimas es tomar el camino que permite la impunidad de los culpables del ultraje y asesinato de más de un centenar de mujeres en Ciudad Juárez, y de quienes llevaron al suicidio, en Durango, a Yésica Díaz y orillaron a su familia a dejar la ciudad.
No se trata aquí, en primer lugar, de la personalidad de las víctimas, sobre las cuales la investigación dirá en su momento todo lo que sea necesario, sino de que en el cuartel de Tláhuac tres jóvenes, una niña de 13 años, la menor de ellas, fueron retenidas por varios días contra su voluntad y violadas repetidamente por los policías.
Este hecho parece haber quedado establecido de modo incontrovertible, así como el de que fueron encontradas semidesnudas y en estado deplorable de maltrato, temor y desamparo.
Si esto es así, los delitos de secuestro, violación agravada y abuso sexual contra las tres jóvenes están claramente configurados. A ello se agrega que los hechos ocurrieron en una instalación policial y fueron ejecutados por personal cuya misión es, justamente, combatir el delito y proteger a la sociedad. Más todavía: incluso en el supuesto caso de que lo exprersado por personal policiaco contra las jóvenes fuera cierto, no sólo quedan en pie esos mismos delitos, sino que habría que preguntarse entonces si en los cuarteles de la fuerza pública funciona como cuestión habitual una red de prostitución que incluye niñas de 13 años, y que permite que sus instalaciones sean utilizadas para esas actividades y que el personal sea su cliente o su usufructuario.
Tampoco puede pasarse por alto que entre las víctimas haya dos niñas, una de 13 y otra de 15 años, en cuyos casos estaría configurado además el delito de estupro.
¿A este personal y a aquellos de sus superiores que parecen inclinados a solaparlos y exonerarlos se les puede confiar la seguridad de esta ciudad, en momentos en que las estadísticas muestran el pavoroso incremento, en lo que va de este año, de las violaciones y otros delitos sexuales?
``Ellas se lo habrán buscado o los habrán provocado'', es la salida clásica de la cultura machista contra las mujeres agredidas y violadas. Esa cultura vuelve a aflorar en este caso. Satanizar a las víctimas es duplicar su sufrimiento, desalentar las denuncias de estos hechos, proteger esas conductas delictivas y estimular la impunidad de los agresores pasados y futuros.
Lo que está comenzando a suceder en este caso, como en tantos otros similares del pasado, nos dice que no basta la reacción rápida de las autoridades de la ciudad para perseguir este tipo de delitos, como sucedió en esta ocasión. Se requiere también que la sociedad misma, y en primer lugar las mujeres y sus organizaciones, hagan suyo el caso de las jóvenes violadas, lo sigan paso a paso y exijan el castigo de quienes resulten responsables, y no la satanización de quienes fueron sus víctimas.