José Cueli
La hambruna

¡Oh la desesperadura catadura de aquellos niños y mujeres de Sudán que nos muestran la fotografías y las imágenes televisivas recién llegadas del país africano! ¡Aquellos niños exprimiendo el pecho seco de la madre con el rostro marcado por la hambruna que queda como el sello de la muerte! La imaginación vuela a esa larga fila de infantes en medio de la desnutrición total, la guerra y un clima cruel, comiendo hojas de los árboles o tierra. La desesperación brutal de estos millones de africanos que no pueden recibir la distribución masiva de comida del programa alimentario de la Organización de las Naciones Unidas debido a los conflictos entre el norte y el sur de ese país.

Una guerra civil que se alarga desde hace 16 años entre un gobierno controlado por el Frente Islámico Nacional y unos insurgentes sureños del Ejército Popular de Liberación que no parecen encontrar una salida política a un conflicto aún más antiguo que comenzó en 1956 y es instigado políticamente por el gobierno musulmán de Jartum, representado por norteños de origen árabe, piel morena e ideas fundamentalistas contra africanos de piel negra, cristianos y animistas, confederados de manera confusa. Naturalmente donde el hambre y la muerte se enseñorean con más intensidad es en el sur, aunque el mismo Jartum no se queda atrás.

Largas filas de desplazados del sur al norte dejan en la mente un cuadro espantoso y repugnante. En este ambiente de muerte, personas, cosas y sucesos pasan veloces borrándose, al tiempo, toda huella en un desvanecimiento de los hechos por terroríficos que sean. ¡Vaya si hay algo más terrorífico que la hambruna! y sin embargo en este torbellino tan heterogéneo y absurdo en que viven, la memoria archiva tal cantidad de recuerdos que no les queda más que hacer un lugar a lo reciente y enviar a lo desconocido lo antiguo.

Sin embargo los sucesos de Sudán son de tal intensidad, macabra y terrorífica que a los que nos ha tocado presenciarlos nunca los podremos olvidar. Largas caravanas de personas desplazadas de sus tugurios con la hambruna y la desesperación en el rostro. Sólo soledad y angustia en cada segundo único e irreconstruible, más acá de la arena roja del desierto en el sufrimiento indecible de su peregrinar.

Lo que sucede en Sudán es el extremo de sufrimiento que puede vivir un país. Mas en México no estamos tan lejos, como parece, de ellos. El campo de Chiapas y el sur de la República es llanto verdadero de indígenas lanzados a morir acercándose a la hambruna.

Nos salva un señero clamor en todo México que es vibración inaprehensible. Armonía espiritual de pasión espiritualizada y trascendente a pesar de las sombras negras.