Elena Urrutia
Miedo a la policía
Cuando Yarisse Zoctizoum vino a México, hace 14 años, estaba seguro de haber encontrado el lugar ideal para vivir y trabajar, lejos geográficamente pero, sobre todo, a buen recaudo de la violencia, arbitrariedades y corrupción de la dictadura que sufría su país, la República Centroafricana.
Llegó, en efecto, luego de haber sido contratado en Francia, para integrarse como especialista en el Centro de Estudios de Asia y Africa de una institución académica de esta ciudad. El ambiente que encontró no podía ser más promisorio para su desarrollo personal y profesional; aquí se casó con una mexicana y procreó con ella tres hijos.
Sin embargo, el 9 de mayo se rompe brutalmente el encanto, se produce el enfrentamiento con la violencia, el horror y la corrupción que se han enseñoreado de nuestro país y, en particular, de esta ciudad. Ese día, al regresar el profesor Zoctizoum a su casa en la delegación Xochimilco, encontró a su esposa y a varios vecinos que, atemorizados y reponiéndose apenas del amenazante incidente que acababan de sufrir, le relataron lo sucedido: un hombre armado con una pistola sometió al vigilante del condominio y robó dinero en efectivo en dos de las tres casas en las que se introdujo, una de ellas la del profesor.
Anticipando su impunidad, el ladrón, en vez de huir, se entretuvo tomando un refresco en la tienda de enfrente. Los vecinos rodearon al sujeto que parecía no estar en pleno dominio de sus facultades y, llamando a una patrulla, pronto pudieron comprobar que el patrullero trataba con gran familiaridad al asaltante, como si fuera un cercano conocido, al que ni siquiera intentó quitar el arma. Gracias a la presión de los vecinos se obtuvo que fuera llevado ante el Ministerio Público, no sin que antes amenazara al profesor diciéndole ``cuando salga, te mato''.
El patrullero llegó finalmente llevando al ladrón, luego de una inexplicable tardanza y acompañado por un grupo amenazante de policías. En la declaración de aquél se decía que el detenido no llevaba dinero alguno y que no era pistola sino un radio lo que cargaba en el cinturón, quedando para entonces claro que el delincuente no era otra cosa que un policía fuera de servicio. Ante la declaración plagada de mentiras el profesor Zoctizoum reclamó airadamente al declarante tomándolo de las solapas. No se hizo esperar la reacción brutal e intimidatoria del grupo de compañeros solidarios del delincuente que salieron en su defensa descalificando al profesor con toda clase de insultos xenófobos --``el extranjero que viene a quitar el pan de la boca a los mexicanos''-- y racistas --no lo bajaron de ``pinche negro''; ``ahora sí te vamos a chingar''. Ante tal situación el Ministerio Público hizo todo lo posible para que la denuncia no prosperara.
No obstante que el procurador Samuel del Villar ha ordenado protección permanente al profesor Zoctizoum, de nada le ha servido ante las amenazas telefónicas de muerte y los desplantes intimidatorios de un helicóptero que se atreve, incluso, a posar en la azotea de su casa. La intención es clara: hacerlos desistir de su acusación. Sin embargo, en una actitud valiente y ejemplar, el 13 de julio se presentaron de nuevo el profesor, su esposa y los vecinos para ampliar su declaración y reconocer a los policías que los amenazaron. Entre los tres que identificaron --hubo otros que no se presentaron-- estaba el director general de policía del sector sur --Tlalpan, Xochimilco y Milpa Alta--. Les dijeron que ya está consignado el jefe de la patrulla Núm. 10808 que escondió la pistola, Apolonio Alvarez Fuentes, y que van a enjuiciar a los tres policías que se presentaron.
¿Qué va a pasar con los otros que no acudieron al careo?
Hemos llegado al punto en que quienes deben de protegernos se han convertido en delincuentes, tanto más temibles cuanto que no sólo están armados sino que, además, cuentan con el solapamiento y la protección corporativa. Hemos llegado al punto en que la sociedad mexicana tiene miedo de su policía, miedo de delatarla.
El vecino el profesor Zoctizoum ha cambiado de domicilio ``pero yo --señala el profesor-- a donde quiera que vaya me reconocerían. Mi esposa dice: no vamos a huir, mis hijos han nacido aquí y aquí queremos seguir viviendo''. ¿Se puede vivir dominados por el miedo, por el miedo, precisamente, de quienes no deberían de tener más cometido que dar protección?