Arnoldo Kraus
Aborto
En México ha sido costumbre ancestral y nociva evadir la realidad. Arraigado a nuestras vidas, casi como un fenómeno ``normal'', hemos incorporado, inopinadamente, silencios y atropellos que al emanar a la superficie sólo traducen lo esperable: enojo, impotencia y culpa. Culpa que debe leerse, a nivel personal y comunitario, como complicidad: no hablar, no participar, es avalar. Pretender negar la realidadescondiéndola no puede seguir siendo dictum político ni divino. Ya son demasiados los males que conforman nuestra precaria cotidianidad como para seguir multiplicándolos. Discutir sobre el aborto, preferentemente cobijados por la razón y la tolerancia, es ingente. El entretejido es denso: autonomía, médicos, religión, salud, clase social, enfermedad y muerte, abandono, eutanasia social y un larguísimo etcétera. El ser mujer, la injusticia y la salud son los ejes centrales.
Los embarazos no deseados suelen incluir llagas inimaginables. Cuando ocurren en mujeres pobres, sin voz, sin cultura, sin pareja, cargadas de hijos, sin protección social, violadas o seudovioladas y sin ningún tipo de apoyo, pueden servir como termómetro societario. Miden, al hablar de aborto inducido, lo que se desee: entre otros, moral, condición social, libertad.
En ``un México sin mentiras'', debe aceptarse que los abortos clandestinos tienen dos caras. El de las mujeres que pueden costearlo y el de quienes aun pagando con su vida no tienen la capacidad de elegir. De las primeras, sólo podría preocupar que tras refugiarse en moralinas dudosas -conozco pocas en este grupo que tengan diez o quince hijos- condenen a las segundas. Su salud, como se verá, está a salvo. Las segundas, en cambio, son las que inquietan tanto a la Secretaría de Salud (Ssa) como a quienes conocen las complicaciones de abortos inducidos, maniqueismo aparte, en condiciones dantescas. La asepsia y la seguridad del grupo de ``abortadoras ricas'' es infinitamente distante del de las pobres. Algunos datos.
En Estados Unidos sólo 0.7 por ciento de los abortos inducidos conllevan complicaciones, mientras que la mortalidad es cercana a cero. En cambio, en Latinoamérica, los abortos ``ilegales'' son una de las causas principales de muerte -en México, según la Ssa es la cuarta- en mujeres entre 15 y 39 años. Otro ejemplo: la prohibición en 1984 del aborto en Rumania incrementó la mortalidad casi siete veces. En ese sentido, dice Leslie Doyal, ``criminalizar el aborto no impide que estos sigan efectúandose''.
Aunque las estadísticas en materia de aborto nunca serán confiables, pues el número de mujeres que mueren antes de llegar a un centro hospitalario se desconoce, se sabe que por lo menos 200 mil fallecen cada año por procedimientos inadecuados. A ese grupo deben agregarse ``incontables'' mujeres que sufren graves daños físicos y mentales, en ocasiones, permanentes. Desde esa perspectiva, los factores legales, económicos y otras condicionantes sociales determinan que las mujeres pobres, que en muchísimas ocasiones son el sostén de la familia, sean excluidas no sólo de los avances de la tecnología, sino de la vida.
Quien enferma, ``quien pierde'', quien muere es la mujer. La injusticia no es que sea ella la que cargue con el embarazo -que me disculpe Perogrullo si no es que antes resucita Kafka-, sino que amén de fungir a la vez como actora y como víctima, carezca incluso de la posibilidad de escoger.
Los abortos clandestinos son terribles. Las muertes inútiles también. Si es factible evitarlas, ¿por qué no? Todos coinciden que planificar es óptimo, pero aún en condiciones ideales esto es una falacia. Una encuesta aplicada en la UNAM a 600 estudiantes de nivel superior demostró que 42 de ellas se habían embarazado alguna vez, pero sólo nueve decidieron tener a su hijo. ¿Qué sucederá entonces con nuestras iletradas, con las abandonadas?
No existen mujeres que aborten por placer. No hay tampoco médicos que recomienden este procedimiento como control de la natalidad, ni ser pensante que reste importancia al embarazo por considerar que el aborto solventará la falta de planeación. Menos aún hay quien en la Ssa tenga interés en promover el aborto; conocen la cruda realidad de quienes mueren y por eso sugieren dialogar para evitarlas.
Todo aborto conlleva dolor. Los inducidos lastiman al igual que los producidos por la naturaleza. Si bien las ideas religiosas -católicas, judías- deben ser respetadas, no son tiempos para seguir enterrando mujeres por carecer de las vías adecuadas para decidir. O, simplemente, por ser mujeres.