Las sorpresas electorales se han reducido de forma considerable en los últimos años. Las encuestas de opinión sobre las preferencias de la ciudadanía establecen las tendencias desde semanas antes de los comicios y el día de la votación prácticamente se confirman y se ajustan. La jornada del domingo 2 de agosto ratificó los escenarios previos y, al mismo tiempo, estableció algunas modificaciones interesantes: se sabía que el PAN tenía fuertes posibilidades en Aguascalientes y lo único que se modificó fue el amplio margen de su victoria sobre el PRI; en Oaxaca, el tricolor tenía amplias posibilidades y lo novedoso fue el alto crecimiento del PRD que generó un resultado cerrado; en Veracruz, Miguel Alemán era un candidato fuerte que tenía casi seguro el triunfo y así sucedió. ¿Qué significan estos procesos políticos para el presente y futuro del país?
Las elecciones en los estados se mueven dentro de una nueva racionalidad: por una parte, existe una estructura electoral de fuerte competencia que ha cambiado de forma notable en los años recientes; si comparamos los resultados de 1992 con los de 1998, se puede ver con claridad una nueva relación de fuerzas entre los partidos: hace seis años el PRI ganó las tres elecciones con porcentajes de 70 por ciento o más, hoy perdió un estado y en los otros dos sus triunfos están por debajo de 50 por ciento. Por la otra, existe una certeza más o menos firme de que las elecciones son limpias, lo cual se va imponiendo como una rutina normalizadora que antes era inexistente.
La trama política de las elecciones combina las variables políticas de los candidatos, las campañas y las estrategias con otras variables sociales que vinculan el voto a la división urbano-rural, el género, el nivel de ingreso y el de escolaridad. Por ejemplo, resulta muy claro que en Aguascalientes ganó la expresión de una sociedad que ha tenido transformaciones importantes y veloces en su perfil económico y social, lo cual posibilitó un cambio político; en ese estado, la derrota del PRI significa el fin de un ciclo en la vieja forma de hacer política y una modificación radical en la composición de la clase política regional.
En Oaxaca, el triunfo tricolor representa la confirmación de una estructura de controles que todavía funciona, a pesar de que se han reducido sus márgenes de maniobra por el importante avance del PRD.
Veracruz ha dejado de ser el gran bastión de votos priístas que era y se ha convertido en un territorio de competencias diversas; quizá el PRI se encuentre ante su última victoria de una expresión simbólica; Miguel Alemán fue un dispositivo que reunió apellido con maquinaria, frente a una oposición que no tuvo una candidatura fuerte, el PRD tuvo una oportunidad de competir con Morales Lechuga, pero la rechazó, y Luis Pazos era una candidatura para participar, tal vez para consolidar bastiones panistas, pero ciertamente no era para ganar.
Una de las expresiones importantes de estas elecciones estatales es la ubicación de los partidos políticos frente a la sucesión presidencial del 2000. Cada voto ganado o perdido, cada puesto recuperado o ganado por primera vez, son rasgos que se suman o restan en la contabilidad nacional para definir la fuerza o la debilidad de los partidos. Más allá de las especulaciones, se pueden establecer factores para hacer un balance de las seis gubernaturas que se han realizado en este año: el PRI es el partido que gana más elecciones todavía (Chihuahua, Durango, Veracruz y Oaxaca), pero sus márgenes se han reducido de forma considerable; el PRD muestra un comportamiento muy diferenciado, gana en Zacatecas, crece en Oaxaca y se cae en Veracruz y Chihuahua; el PAN empata, pierde Chihuahua y gana Aguascalientes.
Este cuadro muestra un tablero con piezas que se mueven de manera diversa para generar escenarios específicos en cada región. Sin embargo, con estos datos resulta difícil trasladar alguna conclusión firme de estas elecciones estatales al proceso de la sucesión presidencial. Los comicios de este 2 de agosto son, hasta el momento, experiencias regionales sin un valor de generalización. No hay fórmulas exitosas que se puedan trasladar de una región a otra, porque la lógica de cada estado y sus condiciones se imponen a cualquier dinámica nacional.