Bernardo Bátiz V.
Conchello
No es la primera vez que me ocupo en la hospitalidad de La Jornada del senador José Angel Conchello. Hace poco dije de él que era panista sui generis y hace más tiempo, me referí a su libro crítico al Tratado de Libre Comercio (TLC).
Hoy me vuelvo a ocupar de él con motivo de su intempestiva muerte en un accidente carretero. Parece que en el camino de muchos políticos de oposición con voz recia hay un camión materialista atravesado (Sánchez Aguilar hace poco; Clouthier hace más tiempo; Conchello hoy), pero eso es otro cuento, como dice la sabiduría antigua, nadie muere la víspera; lo que quiero decir es otra cosa. Quiero rememorar años de lucha, dura lucha de oposición al lado del Conchello.
Aceptó ser presidente de su partido cuando otros, que parecían entonces más indicados para el cargo, rehusaron la responsabilidad; asumió el puesto, como sabía hacerlo, con gran entusiasmo; le dio entonces, cuando no se cobraba por ser funcionario del PAN, mucha actividad y mucho tiempo; no decía que no a ninguna propuesta, no rechazaba de antemano ningún plan o idea que se le presentara.
Pongo un ejemplo. Era yo secretario general y como tal me llamó a oír a unos compañeros de Pachuca, que entraron a su oficina con la vaga idea de hacer un periódico local, pero sin saber cómo ni con qué; un rato después y al final de una chispeante charla con el licenciado Conchello, tenían ya un par de nombres para su publicación, un primer artículo para el editorial, algo de los exiguos recursos del partido se habían destinado para el primer número y estaba determinada ya la periodicidad de la publicación, el número de páginas, el tamaño del periódico y hasta había dado la idea para la primera caricatura y con qué imprenta se podría contratar.
En el ambiente más bien solemne y de gran seriedad del PAN de los primeros tiempos, de un PAN testimonial, empeñado en educar al pueblo para la democracia, más que en ganar cargos electorales, Conchello injertó buen humor, cierta informalidad juvenil, un gran sentido práctico y espíritu de triunfo.
Elecciones disputadas duramente, con objeciones posteriores y resistencia civil, se dieron en Tulancingo, en Compostela, en Tehuacán, para recordar sólo los casos más sonados, y un grupo entusiasta de jóvenes recorría el país apoyando campañas y entusiasmando grupos. Quiero recordarlos: José Blas Briseño, Alvaro Fernández de Cevallos, Eduardo Limón, Carlos Gómez Alvarez, Federico Ruiz López, otros más, cuyos nombres se me escapan, eran los mensajeros y activistas del partido, ``liberados'' decía yo de la carga de mantenerse, porque fueron diputados federales, todos contagiados con el fuego que José Angel le ponía a lo que hacía.
Fue en su presidencia, deben saberlo los panistas de hoy, que los libros de actas de Consejo y Comité, de Asamblea y Convención dejaron de estar custodiados en el despacho de don Manuel Gómez Morín y se llevaron a nuestras modestas oficinas en Serapio Rendón. Por ahí tiene el partido como pieza de museo la máquina que compramos a un notario para escribir directamente sobre los libros, ``la marcianita'' le llamaban las componentes del escaso personal a sueldo. Fue entonces cuando se compró el primer vehículo del que fue dueño el PAN, un jeep viejo, y fue cuando se rescató el gran retrato de Madero, obsequio de la familia del prócer, que se tenía medio olvidado y polvoso y se uso en lugar preferente. Conchello fue un impulsor y modernizador del partido; su periódico de campaña, Batalla, ágil y combativo, como correspondía a su nombre y a su promotor, es recordado aún por los panistas de aquellos ayeres.
Sería largo hacer la crónica completa de esos tiempos, rememoro hoy tan sólo que estuvimos juntos en el banquillo de los acusados ante el Consejo Nacional, que apoyamos la candidatura de Pablo Emilio Madero, y que coincidimos en otras muchas empresas políticas.
Al correr de los años, tuvimos diferencias, Conchello apoyó la candidatura de Clouthier y yo estuve por la de González Schmal; yo salí de Acción Nacional y él se quedó, fuimos contrincantes en 1994 por la senaduría del DF, pero todo eso no truncó nuestra amistad ni nuestras coincidencias.
En estos últimos tiempos, Conchello, ya como senador, se distinguió por sus posiciones valerosas en temas cruciales; combatió, solitario en su partido, la firma del TLC, y al respecto escribió un libro, dictó conferencias, publicó artículos. Más recientemente, su patriotismo le hizo partícipe en la exigencia de firmeza al gobierno mexicano en la negociación con Estados Unidos sobre el petróleo del Golfo de México, el caso que dio a conocer en México del ``agujero de dona''; su sensibilidad social lo llevó, sin eco en su propio partido pero con muchos apoyos externos, a combatir y denunciar las injusticias y faltas de patriotismo en el asunto de las Afore y en el de la privatización encubierta del IMSS.
Hace poco, tuve la satisfacción de estar nuevamente en una misma mesa con él, con motivo de la remembranza de la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo, a 150 años del acontecimiento. El Instituto de Investigaciones Legislativas de la Cámara de Diputados lo invitó y, como siempre, Conchello aceptó y dio cátedra de buen orador, de gran polemista, que siempre fue, y de buen mexicano.
Estas líneas, escritas apresuradamente, me hicieron recordar una cita de Chesterton que Conchello usaba con frecuencia: ``Si vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo mal''.