El obispo Javier Lozano Barragán, presidente de la Congregación para los Agentes de Salud del Vaticano, declaró --en relación con la polémica suscitada por el secretario de Salud, sobre la despenalización del aborto-- lo siguiente: ``... el feto no es de la madre, es una persona aparte que tiene derecho a la vida y a que no se la quiten. No es una excrecencia de la madre, no es un tumor, no pertenece al cuerpo, es un tercero que tiene sus derechos que hay absolutamente siempre que custodiar''. (La Jornada, 2 de agosto, 1998)
No es mi intención discutir si este debate se ha abierto para ocultar otros problemas más urgentes como el de convertir en deuda pública los desfalcos del Fobaproa que, de aprobarse en el Senado, pondría en grave peligro los ``niveles de bienestar de dos generaciones de mexicanos'', según palabras textuales de Andrés Manuel López Obrador, publicadas el 4 de agosto en este periódico, al revelar la primera parte de la lista de los beneficiarios de ese fondo. Y no es mi intención hacerlo porque ambos problemas, el del aborto y del Fobaproa, están inextricablemente relacionados. Esas dos generaciones de mexicanos perjudicados podrían ser algunos de los miles de niños más que nacerían si sus madres no pudieran recurrir al aborto, en caso de necesidad.
Vuelvo a las palabras del obispo: ``un feto no pertenece al cuerpo de la madre''. Y hago historia, me remonto varios siglos atrás, a la medicina hipocrática y a la fisiología aristotélica, vigentes durante largo tiempo en Grecia y luego en Europa hasta muy avanzado el siglo XVIII, y creo que, si se toman en cuenta las declaraciones del sacerdote, a este siglo. Echaremos un vistazo a las teorías ``científicas'' de Aristóteles sobre el embarazo cuya descripción se encuentra en el libro Historia de los animales. Veamos lo que dice al respecto Giulia Sissa, autora de un libro fascinante sobre El cuerpo virginal (París, Vrin, 1987) en Grecia.
``(Hablaré de)... la teoría aristotélica de la generación según la cual la función femenina es exclusivamente la de proporcionar un lugar y una materia alimenticia --un útero y una sangre residual-- a un embrión cuya forma es impuesta por el padre. Esta teoría representa al niño como un pequeño vientre directamente colocado debajo de su fuente nutritiva. El feto se aloja no en un abdomen, sino en una casa bien aprovisionada, el lugar donde se producirá el último residuo del tesoro femenino. Pasiva en relación al niño que ha calentado y tomado su sangre menstrual, la mujer encinta come para ser después devorada. No se trata de la fantasía ingenua de un ser minúsculo que mama con su boca en el interior del feto como mamaría del seno cuando naciera, se trata al contrario del funcionamiento del metabolismo femenino. Lo que la mujer come es digerido, es decir, cocido en el interior de su vientre, y se convierte en sangre, siendo la sangre lo que existe de más asimilado, de más esencial para el cuerpo por el que circula, y la sangre que sobra es en potencia el cuerpo del niño. No se trata de una nutrición oral a la que se dedicaría una parte del organismo femenino, sino de una entelequia que concierne a la estructura y al principio del ser vivo. Algunas imágenes permanecen y pertenecen a la representación de la madre-vientre, pero para Aristóteles el cuerpo femenino es un cuerpo-granero, una cera virgen, una materia moldeable.''
Quizá poético, pero más bien aterrador. No es posible evitar una sonrisa al leer esa descripción de un vientre-máquina-productor de niños bien manufacturados por su padre, pero si se relee la contundente declaración del obispo, los viejos prejuicios que tod(a)os creíamos periclitados readquieren forma, por lo visto muy vigente y peligrosa. Decir que una mujer sólo sirve para que el feto se nutra dentro de ella y que ese feto no le pertenece equivale a decir en resumidas cuentas que su cuerpo tampoco le pertenece, es apenas un receptáculo donde el niño se acomoda, se nutre y la mujer es sólo un instrumento del padre que ha engendrado el embrión. Existe sólo en función de su maternidad. Asegurar esto no es muy distinto a decir que unas muchachas violadas son unas prostitutas y que por tanto la violación no constituye un delito, más bien debería verse como una hazaña o como justo castigo.
En esta perspectiva el cuerpo femenino carece de autonomía, es un cuerpo esclavo, la biología lo convertiría en un simple recipiente que a voluntad ajena puede penetrarse o llenarse.