Letra S, 6 de agosto de 1998
1. No usarlos por no tener acceso a ellos (son muy caros y prefiero comprarme unas cervezas o unos chescos).
2. No usarlos porque mi religión me lo prohibe (es pecado fornicar con condón, Dios dijo creced y multiplicaos, si adquiero alguna enfermedad de transmisión sexual es el justo castigo por mi lujuria y me la merezco).
3. No usarlos por desconfiar de ellos (¿para qué me los pongo si no sirven para nada?).
4. No usarlos por complacencia (al fin que por una vez no pasa nada, uno no es ninguno, etcétera).
5. No usarlos por derrotismo (¿para qué me los pongo si de todos modos me voy a infectar por VIH? ¿Para qué me los pongo si de todos modos es probable que yo y las otras personas con las que tengo relaciones ya estemos infectados por VIH?).
6. No usarlos por descuido (¡Ay!, se me olvidó).
7. No usarlos por exceso de confianza en la pareja (si me quiere tanto no es posible que me haga daño).
8. No usarlos por tener una noción masoquista del amor (por ti soy capaz de morir, de sufrirlo todo o de embarazarme).
9. No usarlos por falta de autoestima (la vida no vale nada, mi salud y mi bienestar tampoco, ¿a quién le importa si me muero?, no vale la pena cuidarme a mí mismo).
10. No usarlos por ignorancia (no saber que son útiles para prevenir embarazos o enfermedades de transmisión sexual (ETS), no saber cómo se usan).
11. No usarlos por sexismo (los condones son cosa de jotos, los condones son cosa de bugas --heterosexuales--, los condones son cosa de hombres).
12. No usarlos por haber tenido una experiencia adversa con ellos (haber perdido la erección por torpeza al manipularlo, no haber logrado colocárselo, etcétera).
13. No usarlos por fanfarronería (me aprietan mucho, no hay de mi tamaño, me quedan chicos).
14. No usarlos por prejuicio (no se siente igual, voy a perder placer).
15. No usarlos por vergüenza (va a decir que soy una cualquiera, va a decir que nomás me quería aprovechar de ella).
16. No usarlos por vergüenza de comprarlos (van a decir que ando de caliente).
17. No usarlos por temor a la pérdida de la espontaneidad (como si las bodas o entrar en un hotel fueran actos espontáneos).
18. No usarlos por desprecio a la pareja (al fin que no es más que un objeto sexual ¿para qué protegerla?).
19. No usarlos porque mis principios me lo prohiben (la gente decente no usa esas cosas).
20. No usarlos por no saber cómo proponer su uso a la pareja (el sexo se practica pero no se habla de él).
Otras fallas comunes son:
1. No corroborar la fecha de caducidad o confundirla con la fecha de manufactura.
2. Guardarlo de manera inadecuada (en la bolsa trasera del pantalón, en la cartera o en cualquier lugar donde se maltrate el empaque; que se exponga al sol, al calor excesivo o a la luz neón).
3. Rasgarlo con las uñas o dientes al abrir el empaque.
4. Permitir que se deslice durante el acto sexual (hay que asegurarse de que esté en su lugar durante los movimientos propios del coito).
5. Permitir que se deslice al retirar el pene de la pareja (hay que sostener el condón desde la base del miembro en el momento de retirarse para evitar que se quede adentro y se derrame el semen).
6. Permanecer con el pene adentro de la pareja después de la eyaculación hasta perder la erección propiciando que el condón se deslice, se quede adentro de la pareja y se derrame el semen.
Como podemos observar son mucho más numerosas las fallas por no usar los condones.
Para incrementar el uso del condón entre la población sexualmente activa, particularmente entre los grupos con mayor número de prácticas de riesgo de infección de enfermedades de transmisión sexual (ETS) o de embarazos no deseados, se requiere hablar desprejuiciadamente y en lenguaje llano acerca de la sexualidad, de los asuntos de género, del amor, de los derechos sexuales, de la discriminación, del machismo y de la homofobia, así como sobre paternidad y maternidad, la libertad, la responsabilidad y el placer.
El uso del condón es una prueba de amor.
Manuel Zozaya
¿Cuáles son los lenguajes del sexo? ¿Cuándo comienza a construirse socialmente la sexualidad? ¿Cómo se produce su reglamentación? En su libro Sexualidad (Paidós, 1998), el profesor de sociología de la South Bank University de Londres, Jeffrey Weeks, elabora una revisión muy perspicaz de lo que ha sido a lo largo de la historia, en particular de la época victoriana a nuestros días, la "construcción social" de la sexualidad. A través de una relectura de las teorías freudianas y de los conceptos del filósofo francés Michel Foucault, Weeks señala la importancia de las fuerzas sociales y de los procesos históricos en la definición de la sexualidad y en la regulación a que continuamente la somete la moral social. Esta regulación, presente en niveles muy diversos, de la educación escolar y la formación doméstica, al adoctrinamiento religioso y/o político, o a través de los medios de comunicación, determina muy a menudo nuestra concepción de lo "correcto" o "incorrecto" en materia sexual, de lo que es "normal" y de lo que al salir de la norma, se precipita invariablemente en el limbo de la perversidad.
La politización de la vida privada
Jeffrey Weeks presenta, como ejemplo de la interacción de las fuerzas sociales sobre la sexualidad, la manera en que los grupos conservadores en Estados Unidos y Europa han embestido en las dos últimas décadas contra las "ideas progresistas y corrosivas", lo que ha sido su defensa vigorosa de los "valores familiares", y su denuncia, en todos los foros a su alcance, de "la desintegración de la sociedad". Cuando estos grupos señalan con índice flamígero al enemigo a vencer, lo identifican con la afirmación de un deseo sexual que ignora las reglamentaciones y que pervierte así la sensibilidad de los jóvenes. Entonces, su respuesta inmediata es afirmar a su vez "la santidad de la vida familiar, la hostilidad ante la homosexualidad y las `desviaciones sexuales', la oposición a la educación sexual y la reafirmación de las fronteras tradicionales entre los sexos". De esta manera surgen debates sobre temas antes inmencionables, como la homosexualidad y el aborto, y la derecha se suma a la discusión, muy a pesar suyo, por temor a quedar totalmente rebasada. En su misma beligerancia, el pensamiento conservador, auspiciado por jerarcas eclesiásticos y empresarios, termina replanteando cuestiones fundamentales en la lucha de feministas y homosexuales: la noción de género y su relación con la diversidad sexual, y más importante aún, la manera en que hombres y mujeres conciben la sexualidad a finales de este siglo, o sus respuestas ante los intentos de regular socialmente las conductas sexuales.
La moral conservadora contempla un paisaje social novedoso, y su mismo empeño inquisidor le añade a este panorama relieves nuevos: las personas se alejan de las verdades absolutas, la idea esencialista de la sexualidad pierde prestigio, y se entremezclan, de manera cada vez más sólida, las nociones de política y sexo, ofreciendo así las posibilidades novedosas de la movilización política en torno a la sexualidad.
Jeffrey Weeks señala tres posiciones frente al deseo de reglamentación social de la vida sexual. En primer lugar, la absolutista, favorable a un control estricto de la sexualidad. Según los defensores de esta postura, existiría una esencia, una naturaleza sexual totalmente inamovible, cuyos valores se deben preservar en cada época por su carácter pretendidamente universal. Otra posición, la libertaria, se opone a este determinismo y adopta valores más "relajados", incluso radicales, que proponen formas alternativas de convivencia familiar y de expresión sexual. Por último, una posición liberal, pluralista, aboga por un punto medio entre posturas a su juicio extremistas. En el debate actual en torno al aborto, por ejemplo, se oponen con vehemencia estas posturas, y rebasando su circunstancia puntual, llegan a promover discusiones todavía más amplias sobre cuestiones de género e identidad sexual. Señala también Weeks cómo a mediados del siglo pasado se inventa el término homosexualidad, y cómo esto facilita el tránsito de la condena religiosa al estigma científico, es decir, el paso de la persona que ama a alguien de su propio sexo, de la categoría de pecador a la de pervertido. Dice el historiador: "Los sexólogos no inventaron al homosexual o a la lesbiana, sino que intentaron traducir a su propio lenguaje patologizador típico los cambios que estaban ocurriendo frente a sus ojos". Un siglo después, las primeras agrupaciones de afirmación homosexual surgirían en una época de guerra fría, cuando los cazadores de brujas macartistas, incluyeron en su búsqueda a los "degenerados sexuales". Jeffrey Weeks parece concluir que a medida que se construye socialmente la sexualidad, se generan formas nuevas de afirmación y de negación del deseo sexual libre, impugnaciones de la regulación social por parte de feministas y de minorías sexuales, y defensas airadas de los valores familiares por parte de grupos conservadores. El mismo lenguaje científico, que en un momento permitió la eclosión de nuevas interpretaciones de la sexualidad, hoy lo utiliza la derecha para descalificar al adversario liberal. El arsenal del que dispone esta derecha moral incluye el dogma religioso, pero también el determinismo biológico. Y Weeks analiza con lucidez este fenómeno, señalando las limitaciones de la teoría psicoanalítica (tan impugnadora y tan reguladora a la vez) y de algunas conclusiones rápidas de la antropología social en lo relativo al comportamiento sexual.
La revisión histórica que hace Weeks en Sexualidad, un libro escrito hace diez años, pero cuya traducción al español era ya impostergable, ofrece una estructura notable. Parte de una definición somera de conceptos a la génesis de la comprensión social de lo sexual, transita luego con mucha claridad por un amplio espectro de teorías científicas en torno a la sexualidad, que pudiera ser extremadamente árido y de gran densidad conceptual, pero que resulta ser ameno e incisivo, y culmina en una explicación de lo que histórica y socialmente significa la diversidad sexual.
En otros libros del historiador inglés se renueva, anticipa o prolonga esta indagación sobre la sexualidad, ya sea en su historia de los movimientos homosexuales en Gran Bretaña, Coming Out, o en su análisis de la disidencia sexual como variante de la disidencia política, Sexuality and its discontents, o en Against nature, reunión de ensayos sobre historia, sexualidad e identidad. Sexualidad es una excelente introducción al pensamiento de Weeks, una herramienta para estudiantes, investigadores y lectores interesados en cuestiones de género y diversidad sexual. Su publicación debiera ser un buen auspicio para traducir y promover otras obras suyas capitales.
Una distinción en el proceso intelectual de Jeffrey Weeks es el acento que en todas sus obras coloca sobre el aspecto ético de los debates sexuales, la forma en que señala cuán ilusorio es desterrar de esas discusiones una reflexión, siempre necesaria, siempre actualizada, sobre la tolerancia y la persistencia de los prejuicios. Otra distinción, no menos significativa, es la agudeza de su estilo. Posiblemente el epígrafe que Weeks elige para uno de sus capítulos, sugiera bien el tipo de ironía que el lector encuentra constantemente en sus análisis. Allí cita una entrevista al escritor Gore Vidal. El periodista pregunta: "Su primera pareja fue hombre o mujer." Y él le responde: "Por cortesía no se lo pregunté."
Jeffrey Weeks
Sexualidad
(Paidós, PUEG, UNAM, 1998)
Colección Género y Sociedad
La única esperanza de contener la epidemia de sida a nivel mundial es la posibilidad de desarrollar una vacuna contra el VIH. Esta fue una de las conclusiones de la Conferencia de Ginebra. Sin embargo, y a pesar de la urgencia, la mayoría de las investigaciones y los recursos han tomado otras direcciones.
De las 40 vacunas que están siendo probadas en varios países, sólo una ha pasado a la fase III de experimentación, es decir, se está probando a gran escala con seres humanos. Elaborada por una compañía de California, la vacuna Aidsvax ha sido concebida artificialmente a partir de un fragmento de la envoltura del virus (la glicoproteína gp120), y puesta a prueba en Estados Unidos y Tailandia. Aunque con pocas probabilidades de éxito, tiene la ventaja de no ser peligrosa, como aquellas que se están experimentando con base en virus vivos atenuados.
Los especialistas tienen muchas reservas al respecto. Mientras que algunos investigadores sostienen que hay que esperar antes de lanzar nuevas vacunas a la fase III de investigación, para algunos países la situación es tan grave que aún una vacuna con 30 por ciento de eficacia, podría influir en el curso de la epidemia.
No sólo la dificultad científica conspira contra el rápido desarrollo de vacunas eficaces. Hasta ahora las compañías farmacéuticas se han mostrado reticentes para invertir en un proyecto que no deje ganancias fabulosas, como el de los tratamientos antivirales. De los 18 mil millones de dólares invertidos en investigación, tratamientos y prevención, sólo 5 millones se destinan a la búsqueda de una vacuna. Por ello se ha lanzado la Iniciativa Internacional por una Vacuna contra el Sida (IAVI, por sus siglas en inglés), que está impulsando la creación de diversos equipos de investigadores alrededor del mundo por medio de fondos, tanto públicos como privados. La Iniciativa promete dar un impulso definitivo a la investigación de vacunas contra el VIH, aunque se piensa que éstas no estarán disponibles en por lo menos diez años.