Horacio Labastida
Contra viento y marea

A Sergio de la Peña, mexicano honrado y sabio

Cada día son más claros los profundos cambios que están ocurriendo en un México no dispuesto a dejarse manipular por el presidencialismo. Cuando la Revolución sancionó el moderno estado de derecho en el viejo Teatro Iturbide, nadie podía sospechar que la riqueza y su entrañable corrupción infiltraríanse peligrosamente en quienes de un modo u otro lograban colocarse en la alta burocracia nacional. La primera explosión de peculados ocurrió en la propiedad inmobiliaria urbana y rural. No pocos personajes prominentes, incluidos secretarios de despacho, convirtiéronse de la noche a la mañana en dueños de casas palaciegas y ranchos prósperos cimentados en las nóminas del Estado. Así fue el escenario oropelesco que rodeó al régimen Obregón-Calles, harto de coñac francés y de la corrupción apuntada en los cañonazos de cincuenta mil pesos. Sus transacciones no incluían operaciones de bolsa ni cambios monetarios ventajosos, sino ganado vacuno y pecuario, gallinas de alta postura, tractores a la última moda, sin faltar pozos bien perforados y toda clase de riegos mecánicos. Esta artificiosa prosperidad de aquel presidencialismo militarista contempló su fin cuando el Jefe Máximo resultó depositado en Matamoros y Brownsville, hacia 1936.

El segundo capítulo en la corrupción de la sociedad política tomó cuerpo al consolidarse un presidencialismo civilista en las estructuras corporativas que ubicaron al Ejecutivo en la cúpula de un poder político sujeto al poder económico. El enriquecimiento salió de los ranchos y se metió a las grandes urbanizaciones de colonias citadinas, centros turísticos y a la organización y participación en la gran industria y el gran comercio interior y exterior, agregando a los beneficios del mercado enormes ganancias provenientes de privilegios y fueros gubernamentales. Siguiendo el ejemplo de Porfirio Díaz, sólo se aplicaba la ley a los enemigos, a fin de propiciar atrayentes combinaciones del patrimonio acumulado por revolucionarios próceres con los negocios de la élite nacional y extranjera.

Desafortunadamente nunca se ha podido gozar eternamente de las delicias que ofrece la corrupción. Los antiguos ganaderos se vieron suplantados por los urbanizadores y comerciantes, y éstos quedáronse atrás o al menos en segundo lugar durante la tercera fase histórica de nuestra corrupción. La globalización y el neoliberalismo abrieron las puertas a innovadoras formas del enriquecimiento: privatizaciones de la propiedad pública, apertura de los mercados a los capitales golondrinos y simuladores de una opulencia de barro, imposición de las fuerzas del mercado sobre la fuerza del Estado y metamorfosis de los recursos nacionales en recursos trasnacionales con la consiguiente desaparición del mercado local a favor del metropolitano, fenómenos estos que causaron una más perfecta fusión de los intereses del gobierno con las élites multinacionales, juntando así al poder político como hermano menor en el mayorazgo económico.

La historia descrita es la parte vergonzosa de la historia del México contemporáneo; refleja el mayor peso de la sociedad política sobre una débil sociedad civil, mas una naciente realidad está cambiando las cosas a partir de hechos tan importantes como la tragedia de 1968, la rebelión zapatista de Chiapas, la elección de Cárdenas a la jefatura del DF, y el peso de la oposición en la Cámara de Diputados; claro que hay otras causas además de las mencionadas, cuyo efecto central es la toma de conciencia política de la sociedad civil ante el cada vez más tambaleante presidencialismo mexicano. El Fobaproa es por hoy una prueba evidente del vigor que está adquiriendo el pueblo al no admitir pagar con sus impuestos la prosperidad fraudulenta de unos cuantos. La nueva sociedad civil mexicana ha tomado las banderas de la democracia; el presidencialismo no sabe qué hacer, y esto es lo que desespera y escandaliza a los millonarios de la política y los negocios.