La Jornada lunes 10 de agosto de 1998

Héctor Aguilar Camín
El PRD frente al Fobaproa

El litigio del rescate bancario ha vuelto a poner al Partido de la Revolución Democrática en el camino de la confrontación. Como parte de su pleito con el gobierno, en reacción a la negativa oficial de dar información precisa, los perredistas divulgaron una lista de reos del Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa) que obraba en su poder.

Ya que ser beneficiario del Fobaproa equivale, en el tono del debate público vigente, a una condena automática, la divulgación perredista puso en pie de guerra a la cúpula empresarial del país, con la que el PRD tenía de por sí puentes frágiles, puentes que puede quemar del todo en el curso de este conflicto. ¿Puede aspirarse al poder nacional, como aspira el PRD, con una comunidad tan influyente en contra?

Los perredistas han hecho circular también un video y una abundante folletería explicando la posición del partido en torno al Fobaproa. Más que instrumentos de trabajo para la solución del problema, esos materiales son piezas rudimentarias de impugnación y propaganda: gritan más de lo que explican, inquietan más de lo que convencen.

Por último, el PRD ha adelantado juicios y definiciones irreversibles en torno al tema. Ha radicalizado tanto sus posturas que le será imposible volver atrás y llegar a un acuerdo en la materia, sin perder cara. Participan en las negociaciones empujando su posición, pero en realidad están fuera de ellas. De antemano se sabe que votarán en contra del acuerdo --si hay acuerdo-- y que bajo ninguna circunstancia firmarán o votarán favorablemente una solución al Fobaproa. Este es, al menos, el mensaje que mandan.

La radicalización anticipada del PRD, le deja al PAN, una vez más, el lugar del fiel de la balanza, el sitio del partido de la oposición que puede ayudar a resolver un problema situándose en un punto equidistante del gobierno y del otro partido de la oposición.

Quienes echan de menos la existencia de una izquierda moderna en México, una izquierda capaz de asumir las realidades de su tiempo, abandonar la marginalidad ideológica y universalizar antes que sectarizar sus propuestas, tienen que lamentar el nuevo derrotero maximalista por el que parece encaminarse nuevamente el PRD, a propósito del Fobaproa.

Nadie pide al PRD que firme incondicionalmente la propuesta del gobierno, ni que desaproveche la oportunidad que la crisis financiera le brinda para avanzar sus posiciones y adelantar a sus adversarios. Nadie espera, muchísimo menos, que otorgue certificados de impunidad a las irregularidades de Fobaproa. Pero de un partido de izquierda moderno con vocación de poder y amplitud de miras, se espera que ofrezca en todos los casos salidas constructivas que lo vuelvan una alternativa más que un riesgo.

Todas y cada una de las irregularidades del Fobaproa deben ser sacadas a la luz pública y llevadas a la justicia cuando sea el caso. Pero esas exigencias de transparencia, que lo son del PRD tanto como de los ciudadanos, tienen que estar subordinadas al espíritu de la búsqueda de una solución, no a la lógica de la expansión de un conflicto.

No hay ventajas para nadie en la expansión del conflicto de Fobaproa. La actitud de confrontación y deslinde que ha asumido en esa materia, vuelve a situar al PRD en el ala rijosa del escenario, el ala bronca que por definición no puede ocupar el centro del espectro político. Como se ha visto hasta el cansancio, quien no gana el centro no gana elecciones, se hace desconfiable para ese animal conservador que es el votante, animal infiel y antojadizo que busca soluciones y seguridades, antes que conflictos.

Es posible que haya en el público una rabia antifobaproa que sólo el PRD lee correctamente. Es posible que la radicalidad asumida por el PRD, su virtual autoexclusión de la búsqueda de una salida a ese conflicto, sea la mejor carta electoral que puedan tomar. Es más posible, sin embargo, que lo que estamos viendo sea sólo un torneo de radicalizaciones dentro del PRD, con vistas al cambio de su dirigencia y la toma del partido para las elecciones presidenciales del año 2000.

Para ganar adentro hay que radicalizarse. Pero esa radicalización tiene costos afuera. El mayor de ellos será volver a presentar al perredismo como una corriente rasgadora y polarizante. No fue esa imagen la que le dio a los perredistas su triunfo en la ciudad de México, ni la que puede hacerlo un partido confiable para el electorado nacional en el año 2000.