Más fuerte que la muerte quizá sólo la memoria, esa vital forma de conjurar lo inevitable. Sólo la memoria revive, sólo el recuerdo de una vida útil, generosa y de servicio los mantiene con vida. Es probable que la medida de un hombre sea la estatura de la memoria que de él queda, y la del senador José Angel Conchello es, como su quehacer político, muy grande.
A pesar de su presencia cotidiana, de su ubicuidad, siempre nos sorprende. Siempre inoportuna, siempre inapelable, siempre dolorosa. Desde luego, todas las muertes duelen, pero hay algunas que duelen más.
Con todo, la hora fatal no sólo señala finales, también permite fecundar, germinar la obra, el quehacer y, desde luego, los frutos de quienes dedicaron su vida a los demás. Varias veces legislador, dirigente de su partido, lúcido polemista, confirma, entre otras cosas, que el valor del trabajo político y social por México desborda filiaciones partidistas e ideológicas. Producto de la tolerancia y la pluralidad democrática, hoy los mexicanos sabemos que la lucha social no tiene propietarios ni partidos.
Desde distintos frentes, la diversidad de demandas y reivindicaciones sociales no se agota en el ideario o en el programa de acción de un partido político, ni en los objetivos de una organización ni en los intereses de grupos y actores. Quizá uno de los datos más alentadores del nuevo tiempo sea que el oficio político reclama hoy respeto a la diversidad. La disputa política dejó de ser el enfrentamiento cerril entre proyectos e ideologías. Hoy es la suma de ópticas y esfuerzos.
El valor de la democracia, de su pluralidad y tolerancia consustanciales, se aúna a la congruencia política y al compromiso social. No hay duda de que esta liberalización del sistema político se apoyó, en momentos de tormenta, en el trabajo de algunos militantes históricos como Heberto Castillo y el mismo Conchello, reconocidos por su congruencia política y su compromiso social y político.
Este hecho se inscribe, a no dudarlo, en un periodo donde la incertidumbre, la ausencia de miras y el escaso reemplazo de líderes políticos es notorio. Por sus características de férreo luchador social y acendradas convicciones políticas (también de hombre de contradicciones en algunas materias y de avanzada en otras), ésta es una pérdida sensible.
Siempre dispuesto al debate de las ideas, hizo de la polémica su oficio político. Tenaz en la defensa de la soberanía, de las mejores causas de México, fue uno de esos pocos militantes que nunca fue rebasado por su momento. Por la claridad y honestidad de su trabajo político, los nuevos usos democráticos no lo sorprendieron; por el contrario, siempre los demandó, parecía que ya los esperaba.
Su quehacer político le merece el reconocimiento de sus adversarios. Sus preocupaciones, y más aún, su defensa por la soberanía nacional, y su pelea por la seguridad social y los intereses de los trabajadores le ganaron, por igual, grandes amigos y acérrimos contrincantes; todos ellos, indistintamente, le profesaban el respeto que merecían sus lúcidos y documentados argumentos, sus nobles convicciones.
Filósofo de la otredad, Emanuel Levinas escribió en Le mort et le temps que ``la muerte del Otro me afecta en mi identidad como un yo responsableÉ constituido por una responsabilidad imposible de describir. Es así como soy afectado por la muerte del Otro; ésta es mi relación con su muerte. Es desde ese momento, en mi relación, en mi deferencia hacia alguien que ya no responde más, una culpa del sobreviviente''.
Este pensamiento profundo y este momento nos provocan de la misma forma: nos hacen responsables de continuar desde nuestra trinchera y a nuestro modo la lucha por la defensa de los más limpios intereses de México.
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