En las últimas semanas, varios centros de investigación que estudian los recursos naturales del planeta han alertado sobre el peligro de una desaparición masiva de especies. Un documento del Worldwatch Institute se refiere al caso de los vertebrados, que se extinguirían en una cantidad no vista desde que los dinosaurios no habitaron más la tierra, hace 65 millones de años. El prestigiado instituto con sede en Washington afirma que una de cada cuatro especies estudiadas se encuentra en grave peligro no sólo porque disminuye su número, sino por la tala de los bosques y selvas, la construcción de carreteras, la caza y la pesca excesivas; el uso de sustancias químicas en las áreas agrícolas, la destrucción de los pantanos, manglares y demás ecosistemas costeros ricos en flora y fauna para establecer industrias, asentamientos humanos, puertos y megaproyectos turísticos.
Los datos sobre lo que está ocurriendo son alarmantes: se encuentra amenazada una cuarta parte de las especies de mamíferos y anfibios, 11 por ciento de las aves, una quinta parte de los reptiles, y poco más de un tercio de todas las especies de peces. Otro número importante perteneciente a los grupos antes citados, y que oscila entre 5 y 13 por ciento, se está acercando a la condición de ``amenazada''. La velocidad de extinción en las últimas décadas es de cien a mil veces más rápida que la normal, con el agravante que en los últimos años creció aún más. Y como bien apuntó el investigador John Tuxill, al contrario de lo que sucedió con los dinosaurios, quienes hoy poblamos el planeta no solamente somos testigos de una extinción masiva sino que somos la causa de ella.
Otro estudio, de la Universidad de California, en Berkeley, muestra la paulatina desaparición de más de 4 mil clases de anfibios, muchos de los cuales se encuentra en el continente americano. Cita el caso de las ranas y los sapos, centinelas inigualables por ser detectores por excelencia de la calidad ambiental pues cualquier alteración en la calidad del agua o del aire es rápidamente asimilada por sus organismos. Y porque solamente pueden vivir en lugares con un entorno inalterado y en condiciones naturales. Llama la atención el que algunos anfibios estén desapareciendo por un hongo llamado Chytrid, en sitios donde el hombre apenas recientemente llegó. Esa causa se suma a las cuatro principales: el aumento de las radiaciones ultravioleta, el cambio climático, los plaguicidas y nuevas enfermedades.
México es uno de los gigantes de la biodiversidad, pero la pérdida de especies y de los ecosistemas que las albergan es constante. En este siglo desaparecieron, por ejemplo, 42 especies de vertebrados, según reportan en un trabajo conjunto los investigadores Gerardo Ceballos y Paul R. Ehrlichl, quienes alertan sobre cómo numerosas poblaciones de otros organismos desaparecieron mientras que 60 por ciento de las especies de mamíferos han sufrido reducciones notables en sus poblaciones. Lo más grave es que la presión sobre la biodiversidad aumenta por la expansión de los asentamientos humanos, la frontera agropecuaria, la industria, las políticas que deterioran so pretexto de buscar el desarrollo. Sin faltar la negligencia y la corrupción de diversas instancias oficiales.
Todo lo anterior parece estarle ganando la carrera a las medidas que las autoridades han tomado, especialmente en los últimos lustros, para conservar nuestra diversidad biológica: desde el fortalecimiento de los programas de protección de especies, la creación de áreas naturales, hasta leyes y acuerdos internacionales que buscan garantizar esa enorme riqueza. No solamente se trata de alcanzar un manejo correcto de los ecosistemas, sino también de que la riqueza natural se reparta socialmente en forma más equitativa. En esa tarea, juegan un papel clave las comunidades rurales, y muy especialmente las indígenas, herederas de una cultura y de una tradición reconocidas por el manejo racional y sostenible de la flora y la fauna. Mas la pobreza extrema obliga con frecuencia a actuar en contrario afectando la base material que garantiza una calidad de vida adecuada. La mejor política para cuidar el patrimonio natural debe partir entonces de un ataque frontal a la pobreza y la desigualdad. Con ello se crearía el ambiente necesario para que frutifiquen los programas oficiales. De lo contrario caerán en tierra infértil.