La Jornada 11 de agosto de 1998

Se extiende en la ciudad de México la revaloración de lo indígena

Karina Avilés/ I Ť Querían que callaran, que dejaran de escribir, que olvidaran sus cantos y sus bailes, que su identidad se extinguiera poco a poco, ahogada por el modernismo occidental para que dejaran de ser indios y sólo fueran miserables, pero esto no funcionó. El proyecto se frustró.

Para los estudiosos de la materia, lo indígena empieza ahora a describir una tendencia reivindicatoria, para ellos, los indios, que bien podría marcar su inicio en 1994, cuando se abrió un hueco por donde se ha colado la esperanza de poder revalorar la importancia de la tradición, a pesar del ``monstruo urbano''.

Ejemplo de esta situación, es cómo florecen los festejos indígenas en la ciudad de México. Ahora, dice Marjorie Thacker, delegada del Instituto Nacional Indigenista (INI) en el Distrito Federal, hay tantas fiestas patronales que no alcanzarían todos los días del año para asistir a ellas.

Pero no sólo eso, también se han desarrollado más de 100 bandas de música, más de 100 grupos de danza; hay más de 30 poetas purépechas, totonacos, mixtecos, zapotecos y nahuas, además de los cuenteros de Milpa Alta, Tláhuac y Xochimilco que cargan sobre sus espaldas una tradición de 150 años. Cuentos, poemas, música, danza, que cada vez más crean sus espacios propios, pero que comparten con todos.

Abatir la discriminación

Teresa Mora, investigadora de la Dirección de Etnología y Antropología Social del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), afirma: ``existe una mayor aceptación de ellos como de nosotros, hay una revaloración en ambas partes''.

Tal vez por ello, dice Thacker, los miembros de diferentes pueblos indígenas incursionan hoy en la escritura, la poesía, la radio, con la firme intención de hacer sentir su presencia. ``Están sembrando semillas'', asegura.

Así lo cuenta Narciso Pablo León, orgulloso mixteco que confiesa: ``no estamos acostumbrados a tomar mucha leche, pero aquí la tomamos y hasta yogur'', y luego advierte: ``en la ciudad nos reunimos y platicamos en nuestra lengua, comemos como en el pueblo, reproducimos la danza, la música, la costumbreÉ con todo y leche''.

A finales de los años ochenta y principios de los noventa todo parecía inútil, la batalla hablaba sólo de derrota, pero es entonces, antes de terminar el primer lustro de los noventa, cuando la voz indígena vuelve a gritar ``aquí estamos'', advierten los estudiosos.

``Es una tendencia de revaloración que se da en algunos grupos; hay unos que empiezan y otros que aún no han llegado. Considero que es una expresión de gestación que se empieza a dar de manera más clara a partir de los años noventa, como lo confirman los movimientos de esta década'', sostiene Mora.

Para el escritor nahua Natalio Hernández, ``lo que estamos viendo y rectificando cinco siglos después es resultado de un proceso colonial; antes no veíamos a los indígenas, esto viene de Chiapas y dicen `aquí estamos'; por eso, señalaba que ese estado era el reducto del colonialismo en nuestro país''.

A raíz del 94, manifiesta la escritora tojolabal Roselia Jiménez, ``hemos sentido que hay espacios para difundir nuestra palabra, pero hace falta que se valore, porque hay mucha discriminación''.

Ejercer la rebeldía

Mora explica que a partir del alzamiento en Chiapas, los indígenas se han dado cuenta de que si ellos no hablan ``Dios no los oye'', y advierte que ya saben que ``deben hablar, expresarse, manifestarse, para ser escuchados'', y en ese contexto, Chiapas ``nunca hubiera sido escuchado si no es por la rebeldía''.

Por eso, tal vez, Eliseo Martínez Rosa, purépecha de Charapan, Michoacán, señala: ``en mi música hablo de que la cultura purépecha sigue vigente y de que aquí, en la ciudad de México, nos negamos a ser objetos. Además tocamos sones que nos identifican''.

El músico es de un pueblo en el que, como dice, ``a las mujeres se les compara con las flores'' y dirige el único conjunto de cuerdas de música purépecha en el Distrito Federal.

El grupo lo forman su esposa Rosaldina y sus hijos Julián, de 18 años; Ulises, de 14, y César, de 16, quienes además estudian en el conservatorio.

Sin embargo, para que todo esto sucediera pasaron muchos años de estar en pie con la muerte adentro, con el alma triste. Es una lucha que inicia antes de preguntarse:

``¿Dónde está la hoguera, el comal, el aroma de los alimentos, la olla de barro encima de la leña?, ¿por qué todo es tan frío?, ¿por qué no hay lumbre en la cocina?'', expresa el zapoteco Arturo Alonso de León.

El pueblo quedó lejos. El indígena ha emigrado a las ciudades para sobrevivir, pero ahora, también muestra su ser, su ser indígena.

Aunque no se puede dejar de lado ``que aún existe la discriminación, sobre todo por parte de ciertas capas sociales, es cierto que ellos empiezan a apropiarse de la ciudad, donde se comienzan a abrir posibilidades de trabajo diferentes, hay bastantes profesionistas que son los que más apoyan a sus comunidades de origen y los que más se preocupan por la integración de sus grupos aquí'', explica Mora.

Brotar el orgullo por lo mexicano

A los pueblos indígenas les han arrebatado todo, menos su alma, ese espacio inmortal donde se genera su concepto de tiempo y espacio, el valor de lo esencial de la vida, el significado de estar juntos, el uso de la comida, el valor de lo colectivo, el sentido del humor, los acontecimientos en torno de la vida y la muerte, la importancia de la familia, en fin, eso íntimo que no se puede tocar y que también se llama cultura, señala Thacker.

Y agrega: ``los grupos reproducen y adaptan sus rituales, sus usos y costumbres al ámbito urbano sin perderlas. Es el huipil con tenis y lentes. Es la ropa urbana femenina siempre con delantal. Es el hablar español con los chistes propios de otra lengua.

``Es el pedir que venga la autoridad del pueblo para solucionar un problema grupal.''

Pedro González, quien antes que nada dice: ``soy de Oaxaca, soy mixe'', apunta ``que en la medida en que nosotros asumamos que no debemos sentirnos mal y que no debemos sentir vergüenza por decir que lo de nosotros es importante, habrá un avance. Además, en esta reflexión también debe entrar el mestizo''.

Hace 25 años Natalio Hernández, entonces profesor titulado, comenzó a escribir en su propia lengua, ``como un niño de primer año''.

Hoy, el escritor en lengua náhuatl vaticina: ``el próximo siglo va a brotar el orgullo por lo mexicano --cada vez quiero llamarle menos lo indígena--.

``El orgullo que se expresa en la comida, en la artesanía, en la ropa, en la canción. Vamos a cantarle al origen y esto lo vamos a ver en los próximos cien años.

``Frente a la globalización, lo que nos queda es afianzar nuestra identidad, la raíz, lo mexicano va a ser el orgullo, lo mexicano es lo de aquí, que ahora llamamos lo indio.''


Ser nativo de México

Karina Avilés Ť A la sombra de una morera y bajo racimos de granadas, don Tomás, quien es la memoria del pueblo de San Juan Ixtayopan, viaja en el tiempo y se detiene cuando ve pasar a Hernán Cortés por el Camino Real, vereda donde confluye la magia y la leyenda de esa tierra, madre del viejo.

San Juan Ixtayopan, corazón de tierra blanca, se localiza en un rincón de Tláhuac. Allí, mientras por la calle transitan carretillas con bidones de leche bronca y bestias arrastran a paso corto la carga de la siembra, don Tomás narra: ``cuando vino Hernán Cortés pasó por aquí, por el llano que está por Mixquic hasta llegar al Camino Real. Desde entonces nació un encanto, la tierra se abre para refugiar a los que se lleva''.

Luego regresa al presente, a su pueblo, ``que ya no es el mismo de antes''. La oscuridad en ``la que se distinguía a una persona por sus andados y su voz'' se transformó en luz; las calles llenas de tierra se cubrieron de asfalto; la bondad se fue y llegó la maldad, ``porque casi nadie cree''.

Don Tomás recoge a diario los instantes de San Juan Ixtayopan, pues es parte de la herencia que le dejaron sus antepasados; ``soy una persona de observación'', señala, por ello recorre la vida con un orgullo: ser nativo del pueblo mexicano.

La memoria de don Tomás

En su hogar, un pequeño oasis citadino sembrado de olivos, granadas, moras, higos, chirimoyas y duraznos, don Tomás, sentado en una pequeña silla de madera, recuerda uno de sus mayores encuentros: ``fue musical, poético. Estaba a un lado del río Ameca, miré al sol casi en el ocaso, había lumbre, allí nació la música'' de las siguientes palabras: ``A ti San Juan Ixtayopan, tierra de mi nacimiento, yo desde aquí hasta Zapopan, te canto con sentimiento... Ixtayopan es tu nombre y nada más eres uno, así te bautizó el hombre por 1521''.

Con emoción expresa: ``mis inspiraciones, mi música'', don Tomás decide que ha llegado la hora de mostrar la memoria hecha objeto de su querido San Juan. Con gran sonrisa se levanta y da unos pasos en ese, su oasis. Llega a un montículo de piedras cubierto con un cartón. Al quitar la protección aparecen allí, erguidas, dos piezas arqueológicas que al parecer tienen más de 300 años de antigüedad. Después, bajo otro cartón, muestra una tercera pieza que para el viejo nació hace 3 mil años.

Explica: ``mi padre, que era campesino, traía figuritas que encontraba en los campos de San Juan; mi mamá le decía a la gente que si encontraba una carita, se la trajeran. Así, se formó una colección hasta que en 1984 me las pidieron para formar un museo, pero pasaron a la biblioteca del pueblo y de allí se las llevaron a la delegación Tláhuac, sin ningún permiso mío''. En total, son 920 piezas encontradas por don Tomás y sus antecesores.

El viejo, amante de la tradición oral, la música, la poesía y la arqueología, se ha inspirado en la belleza femenina. Por ella realizó un botellófono, instrumento que comenzó en 1957 y 34 años más tarde, por falta de recursos, le añadió la última pieza. Pero, dice con tristeza, cuando por fin ``se lo entregué a mi musa, ya estaba por casarse''. El viejo está solo, pero lo acompaña la memoria de San Juan Ixtayopan y sus 25 gatos.


DF: capital indígena

Conocida como la capital indígena de la nación, la ciudad de México alberga a uno de cada 40 indígenas.

Hablantes de lengua indígena en la ciudad de México: 218 mil 739.

Delegaciones políticas con mayor presencia de las culturas indígenas: Iztapalapa, con 61 mil 294; Gustavo A. Madero, con 29 mil 143, y Cuauhtémoc, con 15 mil 737.

Bandas de música en el DF integradas por indígenas: más de 100.

Grupos de danza en la ciudad de México integrados por indígenas: más de 100.

Unidades de Producción Radiofónica en el Distrito Federal manejadas por indígenas: cinco.

Total de integrantes de la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas, AC: 70.

Fuente: INI y Natalio Hernández